Aunque su comienzo pueda parecer simple o poco sugerente, lo cierto es que la lectura de La fotografía ha resultado ser una de esas agradables sorpresas que nos llevamos cuando libros insospechados y desconocidos caen en nuestras manos por casualidad. Penelope Lively fragua una historia llena de reminiscencias sutiles, de veladas ausencias que, sin embargo, se encarnan como pilares de un texto que no es sino una oda a la vida, a la pasión y al amor (quizá mal entendido, pero amor al cabo). Una historia de gentes sencillas, que se ven agitadas por decisiones erróneas, por deseos inesperados y por circunstancias imprevistas; en pocas palabras: por la misma vida.
La fotografía comienza cuando Glyn, un reconocido historiador y especialista en paisajismo, descubre una instantánea de su fallecida mujer, Kath, en la que aparece cogiendo la mano de otro hombre en actitud amorosa. Glyn, aturdido, pronto cae en la cuenta de que ese misterioso personaje de la imagen no es otro sino Nick, que resulta ser el marido de Elaine, la hermana de Kath. La fotografía tiene más de quince años, pero se tomó durante el matrimonio de Glyn y Kath, por lo que el protagonista, aquejado de dudas retrospectivas, comienza a indagar en pos de los detalles de esa situación. Sus pesquisas desestabilizarán las vidas de todos sus conocidos: desde su propia cuñada hasta su sobrina, pasando incluso por exempleados de Nick o antiguas amistades…
Lo verdaderamente hermoso de esta obra (y tiene momentos bellísimos, créanme) es cómo la autora se las ingenia para que la auténtica protagonista sea, por increíble que parezca, la única que no está presente en la trama: Kath. El lector sólo puede hacerse una idea de su personalidad y forma de ser a través de los testimonios y recuerdos de los demás personajes, pero Lively consigue construir un carácter de impresionante profundidad simplemente con retazos. Ni siquiera se recurre a elaborados flashbacks o a escenas del pasado para proporcionar datos: los distintos personajes van aportando minúsculos fragmentos, detalles ínfimos que, no obstante, configuran a Kath mejor de lo que cualquier descripción al uso podría lograr. Al poco de comenzar la lectura uno ya percibe al personaje como un ente poderosamente real, que ocupa cada resquicio de la narración y que ejerce una influencia inusitada en el resto de protagonistas.
Y es que La fotografía es una novela de amor, sí, pero sobre todo de relaciones: de cómo surgen, cómo evolucionan y cómo se desvanecen. Algo que puede parecer banal, o cuanto menos demasiado cotidiano como para «novelizarse», pero que constituye la esencia de lo que somos como seres humanos. En el caso de esta obra, la autora ha conseguido reflejar los vaivenes de las conexiones que enlazan a los personajes de forma magistral; los hilos que unen a unos con otros resultan ser endebles y frágiles, pero al tiempo son tan intensos que su mera existencia les preserva de la locura.
Es el caso de la relación entre Elaine y Nick, dos personajes radicalmente distintos, a los cuales el lector llega a apreciar por igual (pese a sus errores, debilidades y defectos), y que se alza tan imposible de comprender como tierna. Inmarcesible, su matrimonio se sustenta, por paradójico que parezca, en unas personalidades opuestas, que apenas se comprenden y en ocasiones se disgustan, pero que se funden merced a un cariño peculiar y una afinidad extraña. No hay relaciones fuertes, pasionales o «puras», parece mostrarnos Lively; existe un acuerdo que comporta respeto y cariño, pero que no asegura una unión trascendente. El componente humano de cada uno de los protagonistas lo lastra siempre.
De ahí que la novela sea, al tiempo, feliz y melancólica: todos los protagonistas, incluida esa figura omnipresente que es Kath, son tan humanos que es difícil no compartir algo con ellos (deseos, cobardías, anhelos…), pero también sufrimos las derrotas con ellos ante una existencia que no atiende a nuestras expectativas, sino a nuestros fracasos. A medida que avanza la lectura no queda más remedio que entender los comportamientos y decisiones que unos y otros toman o han tomado, ya que lo que subyace es la evidencia de que en nuestras relaciones con los demás prima, aunque no seamos conscientes, el egoísmo. Es lo que ocurre entre Elaine y Nick, entre Glyn y Kath, pero también entre Elaine y su hija o Nick y su exsocio.
Y, pese a todo, la luminosidad que encierra La fotografía sugiere que incluso con nuestras imperfecciones somos capaces de lo mejor. De respetarnos, de unirnos y de ayudarnos. Una lección importante para una novela que discurre con majestuosidad sin levantar olas a su paso.
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