La hormiga que quiso ser astronauta fue la primera novela de Félix J. Palma. Como afirma Juan Bonilla en el prólogo a esta nueva edición de Alamut, después de firmar un libro de relatos como El vigilante de la salamandra (obra maestra del género breve donde las haya) se esperaba del autor una novela que dejara en pañales a Fortunata y Jacinta. Y no. No porque Palma no sea buen escritor, que lo es —y mucho—, sino porque las expectativas no fueron las adecuadas.
Esta novela es un compendio de las mejores virtudes de Palma como narrador: es divertida (divertidísima, de hecho), es irónica y hace gala de un estilo brillante como pocos en la literatura española; metáforas luminosas, comparaciones imposibles y, en general, una imaginería verbal exuberante. Características que se podían encontrar en sus trabajos más breves y que en este libro explota con sabiduría y pulso.
No obstante, el demérito más ostensible de La hormiga que quiso ser astronauta es su falta de unidad. En pocas palabras se podría decir que la novela narra la irrupción —a la fuerza— en la madurez de Alejandro, un joven que se aferra a su imaginación para no afrontar las responsabilidades que demanda el mundo adulto; y en ese sentido, es cierto que el libro va dibujando la figura del protagonista con cierta intuición, pero esa personalidad se define más bien por un conjunto de vivencias, una amalgama de anécdotas que dan cuenta del buen hacer de Palma en las distancias cortas. Los episodios que conforman el texto se podrían leer como un compendio de relatos, ya que las vicisitudes de Alejandro quedan aisladas dentro de un marco general bastante endeble: una excusa para hilar distintos sucesos con cierta autonomía respecto de la trama principal.
Un error que desdibuja el grandísimo trabajo a nivel formal que el autor lleva a cabo a lo largo de las doscientas y pico páginas de un libro que se lee con ganas, con pasión y a ratos con auténtica devoción. El desparpajo verbal de Palma es prodigioso, de un control impresionante sobre los elementos narrativos y con un sentido del humor que empapa todo el texto. Este último detalle, que aparece en toda su obra, se convierte aquí en una pieza fundamental para afrontar la historia de Alejandro, el eterno Peter Pan que renuncia a la formalidad para quedarse anclado en su mundo de ilusión. El lenguaje irónico, sarcástico, desopilante casi en todo momento hace de la lectura no sólo un ejercicio de diversión, sino un recorrido por la capacidad del humor para reinterpretar el mundo y darle forma. A través de este elemento, Palma teje la fábula del protagonista y la dota de un sentido especial, ya que de otra manera la manida historia del adolescente que se niega a madurar devendría tediosa.
A pesar de la deslavazada armazón de la novela, lo cierto es que el talento del escritor logra cohesionar el conjunto de elementos y hacer de la lectura una experiencia más o menos continuada. Asistimos a las diferentes experiencias amorosas de Alejandro, a sus desternillantes desventuras con pasión y, aunque el hilo de la trama es casi invisible en algunas ocasiones, nos dejamos embelesar por la poderosa maquinaria estilística de Palma y por una suerte de ardor literario que impregna todo el libro. Y es que quizá no haya que ahondar demasiado en los entresijos formales de esta obra: su lectura, amén de divertida, no renuncia a buscar en lo más hondo de nosotros esa parte que huye, que se refugia de lo insoportable de la cotidianeidad en nuestro interior y construye una realidad privada e inaccesible. Esa realidad íntima es lo que nos salva de la mediocridad, del olvido y de la injusticia, y de ella da cuenta Palma gracias a su buen hacer. Revelaciones como ésa bien pueden hacer que se perdonen los fallos formales más clamorosos, creo yo.
Más de Félix J. Palma:
No sé si la obra tiene «falta de unidad». Sí sé que este autor fuese norteamericano estaría en el top 5. Como es español, no sé hasta donde llegará, ni cómo quedarán sus libros traducidos, seguramente pierdan mucho. Para mí es de lo mejor que tenemos en este país: tiene una inteligencia rápida y brillante que hace que releas muchos de sus párrafos y sigas descubriendo nuevas joyas comparativas. Se lee muy bien y nunca, nunca cae en la pedantería ni en el aburrido exceso de documentación que caen el resto (como he estudiado mucho para este libro te lo vuelco todo ahí para a ver si eres capaz de digerirlo)
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Me sorprende un poco la reseña, porque leí esta novela hace varios años (en el 2001 en unas vacaciones de verano que pasé en Chiclana, Editorial Quorum) y recordaba otra cosa distinta. He ido a la estantería para volver a releer el final y, efectivamente, es como yo lo recordaba.
A simple vista puede parecer una novela ligera de jóvenes en edad estudiantil, en Sevilla, relaciones amorosas, situaciones cómicas, mucha ironía, y poca chicha. Sin embargo, en los últimos capítulos se desvela el porqué de esa «falta de unidad», de los desvaríos amorosos con Artemisa, Sara y Carol, del extraño amigo Javi y de otras cosas.
No se trata precisamente de un complejo de Peter Pan o de un adolescente que se niega a madurar. Y no quiero dar más pistas.
En resumen, es de esas novelas que hay que leer hasta el final para apreciar la valía del autor, que es mucha. La recomiendo.
Y también recomiendo otra novela que descubrí en la contraportada de ésta:
Ubi Sunt? Pisha, de José Rodríguez Plocia, no me había reído más en mi vida.
Saludos
Félix
Tan sólo por la conjunción del título y la extraña y bella portada, parece ser uno de esos libros que cautivarían mi atención al recorrer una librería. Gracias por la recomendación.
Por lo que cuentas me sentiría bastante identificado con el protagonista, pero no se si la novela me atrae lo suficiente. Me la voy a apuntar.