La historia de la España reciente está llena de vacíos que hacen olvidar las condiciones de vida de todo un pueblo que padeció una dictadura durante casi cuarenta años; entre esos huecos a llenar está el de la explotación industrial: las miserias de una oligarquía que abusó de la fuerza de trabajo depauperada de una buena parte del pueblo, que se veía obligado a aceptar condiciones laborales extenuantes, injustas y, en ocasiones, fatídicas. Esto y mucho más reflejó Armando López Salinas en su obra más conocida, La mina, que también fue el mismo tiempo censurada y relegada al olvido por sus descripciones realistas y sus personajes vehementes; una novela dura, triste y oscura que, sin embargo, también nos ofrece el retrato de unos seres que extraen fuerzas de la adversidad para enfrentarse a las dificultades.
La mina narra la historia de Joaquín, un campesino andaluz que se ve obligado a emigrar a la ciudad minera de Los Llanos (Puertollano, en Ciudad Real) para conseguir trabajo como minero y sacar a su familia adelante. El protagonista, amante del espacio abierto y devoto de las labores agrícolas, se ve sumergido en la oscuridad de la mina no sólo de manera física, sino psicológica: la negrura de los pozos se extiende por toda la ciudad, incluso arrojando sus sombras sobre los propios habitantes. Las deplorables condiciones de trabajo son casi inaguantables, pero el mayor escollo pronto sale a la luz en forma de desigualdad y explotación: los propietarios que quieren extraer el máximo beneficio de los trabajadores y aquellos que piensan que pueden aprovecharse de ello sirviendo a «los de arriba». Como no podía ser de otra manera, estos elementos se conjugarán para precipitar la obra a un final tan trágico como ineludible, si bien cargado de repercusiones en la memoria de todos los implicados.
Hay que remarcar el hecho de que La mina es una novela dura: esto se empieza por apreciar en su estilo, directo y crudo, con ocasionales concesiones a la poética (especialmente en la primera parte, en todo lo referente al campo y al pueblo de origen de Joaquín), pero en general contundente y preciso. También son duros sus personajes: desde el propio protagonista, sensible a los cambios y a las dificultades, pero robusto y fiero en sus decisiones; pasando por los conocidos con los que traba amistad en la mina, casi todos emigrantes de otras regiones, como él, y que también persiguen esa ilusión de riqueza que parece ofrecer el jornal promisorio; o su mujer, Angustias, recia como una roca ante cualquier revés, e incesante trabajadora como su marido. Será ella, de hecho, la que en el luctuoso final ponga la nota de rebeldía, entereza y esperanza en un entorno de dolor e injusticia.
En La mina encontramos un retrato fiel, aunque desgarrador, de las condiciones de vida de buena parte de la sociedad española durante los años de dictadura. Pobreza, desinformación, adoctrinamiento y explotación laboral se aúnan para alienar por completo a un pueblo desnortado que no sabe cómo encauzar su energía. Será en el desenlace de la novela cuando veamos cómo las fuerzas desaprovechadas de estas gentes parecen conjugarse para exigir un cambio; y será, además, de la mano de Angustias y de Carmela, novia de un compañero de Joaquín, mujeres oprimidas por el inmovilismo social y religioso de la época. Y hasta ese final, López Salinas teje una historia de pobreza, de esperanza, de abusos y de amistades que consigue llegarnos al corazón por la franqueza de sus protagonistas: si bien algo rígidos en algunos pasajes, siempre cargados de una humanidad profunda, íntima, que nos reconcilia con nosotros mismos a la hora de afrontar las dificultades.
No duden en asomarse a La mina y (re)descubrir un texto imprescindible por su mirada crítica y su descripción de una época convulsa. Seguro que no se arrepienten.