Si bien las últimas páginas de La torre del homenaje desmerecen un tanto del conjunto, la verdad es que esta novela es un curioso acercamiento a la psique humana: a sus contradicciones, sus autoengaños y sus recursos. Jennifer Egan teje una obra que atrapa por la historia enrevesada que narra, al tiempo que plantea una trama cuajada de reflexiones sutiles sobre las trampas de nuestra mente: el efecto que tiene sobre nuestro comportamiento, las consecuencias que acarrea el autoengaño y la forma en que distorsiona nuestra visión del mundo. El conflicto entre realidad percibida y mundo objetivo se materializa aquí en una historia casi mágica, con unos personajes tan divertidos como curiosos, que ponen sobre la mesa ésas y otras cuestiones.
La torre del homenaje se plantea como una novela estructurada en mise en abyme, donde una narración se encapsula dentro de otra. Comenzamos siendo testigos del viaje de Danny, un treinteañero neoyorquino que llega a un paraje remoto de Europa central invitado por su primo Howie, al que no ve desde hace años a consecuencia de una broma que acabó en tragedia. El protagonista es un ludita irredento que se siente perdido en un entorno apartado, ya que su primo está reformando un viejo castillo para convertirlo en una suerte de retiro espiritual; por eso sus paseos por el lugar pronto comienzan a sembrar el nerviosismo en él. Todo se complicará cuando vaya descubriendo la antigua historia que rodea al castillo, a su propietaria (una enigmática anciana que habita en una de las torres) y a su actual propietario, Howie.
Más allá de esta sugerente trama de inicio, el lector pronto es testigo de un giro bastante inesperado: la historia de Danny es en realidad obra de la imaginación de Ray, un convicto que asiste a un taller de creación literaria en la cárcel en la que está confinado; su profesora, Holly, va leyendo semana a semana las cuartillas en las que el preso desgrana los acontecimientos que conforman esa trama principal. Mientras, nosotros, lectores, nos sumergimos en la confluencia de varias historias que no parecen guardar ninguna relación entre sí, pero que quizá en el fondo no hablen sino de lo mismo…
Comenzando por los aspectos positivos, cabe destacar de La torre del homenaje su indudable atracción para captar la atención del lector y sumergirle de lleno en lo que se narra. Además, la metáfora recurrente que se plantea en la novela es muy interesante: las diversas formas en las que estamos confinados, ya sea física o psicológicamente, y las maneras en que podemos enfrentarnos a ese cautiverio. Mientras que Danny es víctima de su urbanismo mal entendido y de sus pecados de juventud, Holly lo es de sus miedos y de su pasado; Ray, obviamente, está preso realmente, pero también construye un universo paralelo para escapar de sí mismo. Todos los personajes, casi sin excepción, son exponentes del error que se comete al dejarse atrapar por prejuicios, errores cometidos, malas decisiones o arrepentimientos.
En general, ese aspecto está muy bellamente tratado en todo el texto. Sin embargo, Egan juega con el lector al plantear una trama llena de misterios que quedan sin resolver. Más allá de la indudable legitimidad de la autora para construir una trama inconexa o inconclusa, la verdad es que la novela se asienta sobre la premisa de atraer al que lee mediante una estructura que recurre a pistas, insinuaciones y guiños que no se ven respondidos en su totalidad. Pese a que el sustrato de la obra es atractivo y los personajes están delineados con profundidad, las peripecias en las que ambos elementos se insertan desmerecen por su artificiosidad.
Con todo y con eso, La torre del homenaje es una lectura amena y con unas cuantas ideas clave que nos llevan a la reflexión, lo cual se agradece en una novela de estas características.