Las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer son uno de esos libros que la mayoría hemos leído en nuestra juventud y que una nueva lectura a una edad más madura redescubre. Vaya por delante que estoy absolutamente a favor de las lecturas obligatorias en colegios e institutos y de que estas sean exigentes (restalla un látigo). Pero cuando pasan los años y uno tiene más lecturas a sus espaldas puede examinar con mejor criterio un texto y emitir un juicio basado más en razones que en sentimientos.
Las Leyendas de Bécquer pueden entusiasmar en la adolescencia, pero en la madurez deslumbran. Y lo hacen por la prosa fértil, por la riqueza descriptiva, por un uso del lenguaje como ya, por desgracia, no se practica. El resultado son unas narraciones indiscutiblemente plásticas, de una fuerza expresiva abrumadora.
Gustavo Adolfo Bécquer, aunque adscrito al Romanticismo tardío, usó en sus Leyendas de los temas y formas propias del movimiento. Sin embargo, les dio una impronta personal que permite distinguirlos del romanticismo más sombrío de países como Inglaterra o Alemania. En parte lo tuvo fácil: si el Romanticismo recrea (e idealiza) la Edad Media, la Historia española del medievo, con las gestas de la reconquista, ofrecía un marco ideal para desarrollar en ella las historias de misterio, intrepidez y amor imposible que el Romanticismo exige.
De todo ello, amor, valor y misterio, hay en estas leyendas, muchas de las cuales son reinterpretaciones de historias de la rica tradición popular española. El amor es casi siempre un amor imposible que la muerte o las convenciones sociales impiden y que, pese a ello, es tan poderoso que marca de manera indeleble la vida de los personajes. El valor es casi siempre el origen de la perdición de los protagonistas, pero estos no pueden renunciar a mostrarlo porque la cobardía sería el peor baldón para su honor. El misterio aparece en casi todas las leyendas, bien en la forma de algo sobrenatural y pagano, bien en la forma de una fuerza mística relacionada con la religión católica.
Estos elementos se mezclan en todas las leyendas y se repiten en la mayoría de ellas. No por ello estas resultan repetitivas, porque las Leyendas de Bécquer son una muestra de las exquisitas combinaciones posibles entre honor, valor, amor y misterio. Cada leyenda mezcla estos ingredientes en diferentes cantidades y obtiene cada vez un sabor único, que no puede sino sorprender y agradar al paladar.
Si nunca han leído las archifamosas Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, háganlo ahora. Si ya las han leído, procúrense una nueva ocasión para disfrutarlas. En ninguno de los dos casos saldrán defraudados.
A mí también me gustaría proponer en el aula «lecturas exigentes». Lamentablemente, en la mayoría de las ocasiones el grupo lector que tenemos enfrente, y lo digo por el aula, no responde al receptor ideal que esas «lecturas exigentes» reclaman. Si a veces se baja el nivel no es por capricho del docente (al que, por supuesto, le encantaría que su material de reflexión fueran eternamente los clásicos), sino por respeto al alumnado, al que es imposible sacar de la ecuanción cuando se propone una novela. O, más que imposible, muy insensato. Galdós, Baroja, Martín Santos, por poner ejemplos indiscutibles de nuestro canon, te aseguran un fracaso estrepitoso y una desafección generalizada a partir de la página 20. Y no se trata de morir con las botas puestas. Hay algo autista en el profesor que, año tras año, se empeña en títulos que no funcionan de ninguna de las maneras (y aquí cabe lo impensable para estimular los hábitos lectores). Mejor mirar hacia la brecha que separa a estudiantes y clásicos, y trabajar para ir dismunuyéndola, que lamentarse de por qué nuestros alumnos y alumnas no se elevan con la lecturas de los Grandes. Hay mucho por hacer y estamos en ello.
Gracias por su blog, señora Castro
Una seguidora.