La vida de las prostitutas ha sido tema recurrente en la literatura de todos los tiempos. Tratadas casi siempre como culpables por no haber cuidado esa virtud que la sociedad consideraba el mejor adorno de la mujer; y relatadas sus vidas aludiendo a lo sórdido, pero sin profundizar en las causas de su miseria.
Tal fue el tema que eligió Joris-Karl Huysmans para Marthe, historia de una fulana, su primera novela. De corte naturalista, —no en vano su autor acudía a las veladas del grupo de Médan—, Marthe narra la vida de una muchacha que cae en la prostitución y en cuya existencia desde entonces se alternarán épocas de bonanza, cuando la joven es la amante mantenida de algún hombre; y épocas de degradación, cuando vive como pupila en algún prostíbulo de mala muerte.
La tesis que defiende Huysmans es que el envilecimiento que sufre una mujer cuando se dedica a la prostitución de alguna manera actúa en ella como una droga que es incapaz de dejar. No será el azar quien la conduzca de nuevo a la degeneración, sino que será ella misma (incluso de manera inconsciente) quien tome el camino que la devuelva al cieno de la sociedad, —por usar una expresión del autor—.
A pesar de relatar la caída de una muchacha de dieciséis años en las redes de la prostitución, Huysmans no muestra demasiada conmiseración por sus circunstancias. Huérfana y trabajando desde niña, será la enfermedad quien la obligue a abandonar su puesto en un taller de perlas falsas y a cambiarlo por otro en un burdel. Pero no falta la indicación a cierto anhelo de la muchacha de «caricias y de oro», que contribuye a presentarla como culpable de su suerte. Aunque, como seguidor del naturalismo, el autor alude también como causa de la degeneración de la joven el ambiente en el que debe vivir: sus compañeras del taller la envuelven en un ambiente obsceno al hablar sin tapujos de sus amantes; mientras, en la calle, los viejos burgueses le hacen propuestas para comprar su juventud.
Marthe, historia de una fulana es otro acercamiento más a la vida de una prostituta, con ese prurito propio del naturalismo de reflejar todos los tipos sociales, especialmente los de extracción más baja. Pero, a pesar de su estilo naturalista, su brevedad impide que la historia se despliegue con el detalle que tiene la que tal vez sea la principal novela de este género, Nana de Émile Zola.
Aunque, en algún momento, el autor logra describir con exactitud la penuria de las mujeres prostituidas:
Todavía no había podido olvidar, sumergida en el lúgubre embrutecimiento de los excesos, esa terrible vida que, de ocho de la tarde a tres de la madrugada, te lanza sobre un diván; te obliga a sonreír, tanto si estás alegre como triste, enferma o no; que te obliga a yacer junto a un borracho asqueroso, a soportarlo, a contentarlo, una vida más espantosa que todos los tormentos soñados por los poetas, que todos los infiernos, que todas las mazmorras, pues no existe estado, por muy degradante, por muy miserable que pueda ser, que iguale en abyectas labores y siniestras fatigas al oficio de estas pobres desgraciadas.