Resulta fácil adivinar que albergo cierta prevención hacia la literatura contemporánea, sea del género que sea. Sin duda por esta llamémosle manía me pierdo algunas lecturas interesantes, lo sé pero lo cierto es que pocas veces incumplo mi principio de cautela. Pero Mi nombre es Legión llega con la recomendación de un lector de cuyo criterio puedo fiarme, debido a una curiosa afinidad de gustos lectores que además ha engendrado una singular amistad. Gracias, Miguel.
Si confían algo del criterio de la que esto escribe (¿y por qué habría de ser así, ahora que me paro a pensarlo?), como yo confío en el de Miguel, no tarden en abrir las páginas de Mi nombre es Legión. Al principio lo peculiar de la prosa les sorprenderá. António Lobo Antunes se aleja de caminos trillados y experimenta con algo como un flujo de conciencia algo disperso, inconexo, donde los pensamientos brotan casi incontenibles, interrumpiendo el relato de la historia que nos presenta Mi nombre es Legión.
y no salgo del Barrio aunque el recreo y el café del hindú no existan.
(a pesar de no existir han de existir para siempre ahí están ellos fíjense)
y no me vean correr, supongo que mi madre sigue detestándome pasados tantos años debido a que no pregunta cómo me siento en el solar
(puede que
—¿Por qué no soy blanca yo?
—¿Por qué no somos blancos todos?
—¿Por que vivimos en Lisboa porqué nos tratan mal por qué no tenemos dinero?)
Esa historia es la de la caza y captura de un grupo de niños y adolescentes que aterroriza Lisboa y sus alrededores con sus crímenes, asaltos violentos contra víctimas inocentes. Los jovencísimos miembros del grupo provienen de un barrio marginal, al que se denomina “el Barrio”; pero pronto se verá que sus víctimas, a pesar de pertenecer al en principio inocuo grupo de la gente corriente, no son en absoluto inocentes.
La historia está contada a través de varios narradores, varias voces: policías que persiguen a los muchachos, los propios niños, algunos familiares, algunos vecinos del Barrio. Cada narrador trata de contar una parte de la historia, pero al hacerlo acaba por relatar su propia vida miserable.
Vida miserable no solo la de quienes viven en el Barrio, si no la de todos cuantos recorren las páginas de esta novela. Antonio Lobo Antunes demuestra en ella un talento especial para condensar los sinsabores de la vida que a veces logran convertirla en un fardo difícil de cargar.
A pesar de la forma parcial en que se presentan las diferentes perspectivas de la historia de los chicos, dadas por los distintos narradores, cada parte forma un dibujo completo y perfectamente comprensible. Nada se le hurta al lector. Con frecuencia cada narrador alude a experiencias o ideas que al principio sólo aparecen esbozadas, aludidas, pero que siempre acaban por hacerse explícitas y arrojar luz sobre las sombras que se contemplaban.
Precisamente la forma elegida para narrar, titubeante y fragmentaria, apoya de manera indudable el sentido del texto. Y lo hace porque permite, mientras leemos, sentir que hemos penetrado en los pensamientos de una persona de carne y hueso; tal vez en nuestros propios pensamientos.
Todos los personajes/narradores de Mi nombre es Legión comparten una misma sensación de desamparo, de soledad, de incomprensión hacia el mundo en el que viven. Pero en el caso de los delincuentes y de los residentes del Barrio, esa sensación se acompaña por otra de abandono e indefensión.
Los habitantes del Barrio, en su mayoría negros o mulatos, han sido dados de lado por la sociedad. Son parias. Sus vidas estorban y sus muertes convienen. Por eso señalaba que las víctimas de los actos violentos de los muchachos no eran por completo inocentes. Claro que tampoco culpables directos, pero sí culpables del rechazo y la indiferencia que causan en “las gentes de bien” los postergados.
Mi nombre es Legión presenta la cara y la cruz de una misma moneda. Una sociedad racista, feroz e indiferente sufre los crímenes de unos niños a los que ha tratado de excluir por todos los medios. Unos niños excluidos se vengan de su abandono y tratan de llamar la atención sobre sí mismos con el único recurso que la sociedad les ha dado: la violencia.
Ahora bien, cuando cada uno de nosotros debe cargar su propio fardo de desamparo, ¿cómo además intentar rescatar a los demás?, ¿de dónde sacar las fuerzas?
Todos somos víctimas y culpables. Y esa es la lección que nos da Mi nombre es Legión.
Tampoco soy yo, Sra. Castro, persona que guste de riesgos excesivos en la elección de nuevos autores. Casi siempre, procuro ir, aunque en esto de los gustos es prácticamente imposible, a tiro seguro, pero en momentos de osadía me echo a la selva editorial, a riesgo de ser devorado por el león. Si te soy sincero, los resultados suelen ser escasamente satisfactorios , – lo puedes comprobar, fácilmente, en mis mejores lecturas del 2015 – … No obstante, seguimos perseverando por si levanta el vuelo algún “mirlo blanco” desconocido.
Me alegra mucho que la novela de Lobo Antunes haya sido de tu interés. Seguiremos en contacto comunicándonos nuestras alegrías y frustraciones lectoras.
Un fortísimo abrazo.