Once maneras de sentirse solo – Richard Yates

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Richard Yates sentó los precedentes de una línea narrativa que posteriormente cultivarían otros grandes maestros del género breve: concisión estilística, perspicacia en la mirada y una honestidad casi brutal en su visión de las historias. Sin embargo, y a diferencia de mucha de la literatura que vino después, el escritor norteamericano introduce un profundo matiz de ternura y sentimiento en sus relatos, de manera que los protagonistas siempre se antojan mucho más humanos, más cercanos, siendo así mucho más fácil establecer cierta empatía con ellos.

Con todo y con eso, el punto flaco de los cuentos de Once maneras de sentirse solo es, precisamente, esa sentimentalidad; en algunos momentos (es el caso de «¿Dolor? Ninguno» o «Sobel al habla») los personajes aparecen revestidos de una pátina de inocencia que resulta ramplona, haciendo que sus acciones pierdan interés y credibilidad. Yates opta por dibujar protagonistas que se enfrentan a situaciones complicadas, pero su infantil actitud (o quizá sería mejor hablar de idealismo irrefrenable) hace que las resoluciones, amargas las más de las veces, no causen desazón, sino que queden como una suerte de moraleja descafeinada. La entusiasta actitud vital de algunos protagonistas (el taxista de «La construcción», por ejemplo) les acerca más a un arquetipo caricaturizado, haciendo así que algunos de los textos pierdan mucho vigor.

Por lo demás, la sensación general es de nobleza y hondura; la ternura simplona queda en ocasiones en segundo plano gracias al planteamiento de unas tramas que exponen con llaneza y sinceridad momentos de una intensidad sorprendente a pesar de su apariencia banal e intrascendente. «Lo mejor de todo», uno de los mejores relatos del libro, expone con claridad palmaria los titubeos de dos jóvenes a punto de contraer matrimonio; con sutilezas mínimas, Yates nos pone frente a dos criaturas desamparadas, empujadas hacia algo que desconocen por razones que se les escapan: las decisiones que tomamos, las elecciones que hacemos, parece decirnos el narrador, nos sitúan siempre ante el error, ante la conciencia de ser desdichadamente falibles.
Algo similar se advierte en «El placer de la derrota», un relato que nos abofetea por la crudeza con que describe la caída de un hombre nacido para perder; la maestría del autor se pone aquí de manifiesto al construir un personaje de profundos matices, de idiosincrasia sólida y compleja. El final del cuento se intuye casi desde la primera línea, pero lo único que realmente importa es asistir al progresivo desmoronamiento del protagonista, narrado con una economía de medios digna de aplauso, aunque de demoledor efecto.

Entre el resto de piezas encontramos algunas de altura reseñable («Divertirse con un desconocido», «Hombre de B.A.R.») y otras que, haciendo gala de esa sentimentalidad que mencioné, se quedan en buenos intentos, pero poco más («Jody aprovecha la ocasión», «Un pianista de jazz estupendo»); y es que el nivel general se ve rebajado por el lastre que suponen historias como «Al hoyo», un relato que adolece de ñoñería y que presenta unos personajes sacados de un mal telefilm navideño. Los personajes de Yates suelen hacer gala de personalidades sutiles, pero en algunos casos se hunden por un exceso de emotividad que les convierte en maniquíes sensibleros.

Once maneras de sentirse solo da idea de lo que Richard Yates puede dar de sí como narrador, aunque también muestra de forma palmaria algunos deméritos de su escritura. A pesar de estos últimos, el libro tiene momentos espléndidos y relatos que por sí solos engrandecen el conjunto. Prueben y juzguen ustedes mismos.

7 COMENTARIOS

  1. Por lo demás, la sensación general es de nobleza y hondura; la ternura simplona queda en ocasiones en segundo plano gracias al planteamiento de unas tramas que exponen con llaneza y sinceridad momentos de una intensidad sorprendente a pesar de su apariencia banal e intrascendente. “Lo mejor de todo”, uno de los mejores relatos del libro, expone con claridad palmaria los titubeos de dos jóvenes a punto de contraer matrimonio; con sutilezas mínimas, Yates nos pone frente a dos criaturas desamparadas, empujadas hacia algo que desconocen por razones que se les escapan: las decisiones que tomamos, las elecciones que hacemos, parece decirnos el narrador, nos sitúan siempre ante el error, ante la conciencia de ser desdichadamente falibles.Algo similar se advierte en “El placer de la derrota”, un relato que nos abofetea por la crudeza con que describe la caída de un hombre nacido para perder; la maestría del autor se pone aquí de manifiesto al construir un personaje de profundos matices, de idiosincrasia sólida y compleja. El final del cuento se intuye casi desde la primera línea, pero lo único que realmente importa es asistir al progresivo desmoronamiento del protagonista, narrado con una economía de medios digna de aplauso, aunque de demoledor efecto.
    +1

  2. Cuestión de opiniones, (a lo de «claridad palmaria» me refiero, no a lo de Arturo Pérez Reverte).
    A mí no me parece lo mismo que a tí.
    Saludos,

  3. Figura literaria: Pleonasmo.

    Definición de pleonasmo: Uso de palabras innecesarias para reforzar o resaltar una idea.

    Ejemplo: Claridad palmaria

    Cordiales saludos.

    • Miguel, sé lo que es el pleonasmo.
      El hecho de que sea una «figura literaria», como tú dices (pensaba que solo Pérez Reverte lo era) no quiere decir nada.
      Empobrece el texto.

  4. Se ve que has aprendido hoy una nueva palabra: palmaria.
    Incluso la escribes cuando no es necesario. «claridad palmaria» ¿¿ Como va a ser la claridad, oscura??
    Por otro lado, estos relatos están muy por debajo de sus novelas. Son un caso evidente de «publicación a posteriori»… o «aprovechando el tirón de ventas».
    AMO A YATES (VR, LHG y CSH son biblias para mí), pero NO MERECEN LA PENA.

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