Puede que el título del ensayo suene algo rimbombante, pero las reflexiones de Jaron Lanier son bastante más cercanas de lo que aquél pudiera sugerir. El autor está muy involucrado con el desarrollo tecnológico y, aunque sus tesis y propuestas puedan ser objeto de debate, lo cierto es que al menos tienen la virtud de suscitar la duda y hacer que nos planteemos muchas (y pertinentes) preguntas acerca de la deriva de las redes digitales. Al igual que ocurría en su anterior obra, Lanier se esfuerza por desmontar creencias populares sobre el funcionamiento de la red y de las empresas que operan en ella, al tiempo que trata de aportar argumentos para la discusión, incluso aunque en ocasiones los razonamientos sean excesivos.
En ¿Quién controla el futuro? la premisa sobre la que pivota todo el texto es la del daño que las redes puedan estar causando a la economía real y al desarrollo social. Según Lanier, el auge de algunas empresas no solo conlleva ciertos beneficios para el usuario (que puede disfrutar de algunos servicios gratuitos, por ejemplo), sino que conduce irremediablemente a un deterioro de lo que él llama clases medias (profesionales de ciertos sectores que sufren los efectos de la irrupción de una economía digital) y, por extensión, un empeoramiento de servicios. Lo que podría ser visto como una oportunidad para la prosperidad y el progreso es, según las tesis del autor, una carrera hacia la depauperización de una gran masa de gente y hacia el subdesarrollo de sectores tan importantes como la medicina o los medios de comunicación.
Básicamente, la obra analiza el perjuicio que ocasiona a una mayoría el hecho de que la información se considere sagrada en Internet y se abogue por su gratuidad. De acuerdo con las reflexiones de Jaron Lanier, buena parte de la información que se comparte en la red es fruto del trabajo de una ingente cantidad de personas; por lo tanto, no es estrictamente justo que ese trabajo sea aprovechado comercialmente en beneficio de unos pocos, ya sean empresas o particulares. (Es obvio que las tesis son algo más complejas que este resumen que acabo de hacer, pero estas líneas sirven para esbozar la idea.) Es lo que ocurre, por ejemplo, con el trabajo de los traductores, cuyas aportaciones y trabajos son reaprovechados por los motores automáticos de traducción para depurar sus resultados y así ofrecer unos resultados más exactos. Lanier lo explica de forma muy clara:
La información es una máscara tras la que se ocultan personas reales, a quienes se debería pagar por el valor que aportan y que puede transmitirse o almacenarse en una red digital.
Como posible solución, el autor dedica los capítulos finales a desarrollar una teoría por la cual se implantaría un sistema universal de microtransacciones mediante el que cada persona podría recibir una remuneración por cada uso que cualquiera haga de su trabajo o contenidos. Un sistema, como es lógico, que presenta unas cuantas dificultades y sobre el que habría que trabajar en firme, pero que podría generar una situación de igualdad relativa para la información que se comparte en la red.
Y es que la aparición de la cultura de «lo gratis», como el autor la denomina, cuyos propósitos en origen eran loables, ha terminado por otorgar un poder casi exclusivo a unas cuantas empresas que se benefician del esfuerzo y los datos de millones de personas. Un resultado que muchos tecnólogos pioneros no pretendían, pero que ha sido inevitable ante la especulación que se ha desatado en torno al tráfico de datos. La idea de que el desarrollo tecnológico podría suponer una relativa igualdad en las condiciones de uso de la red (y, casi por extensión, de las condiciones de vida) se ha tornado una falacia, ya que es evidente que la posición de poder de unos pocos elementos, con acceso a los mejores servidores que gestionan el tráfico de datos, es sólida.
El ensayo supone una mirada que se aleja de tópicos y trata de introducir el debate acerca de estas cuestiones. La gratuidad de ciertos servicios o el declive de algunos sectores parecen mantras insoslayables cuando hablamos de las redes digitales, pero Lanier nos suministra ideas y datos para el debate. Es de agradecer que haya personas preocupadas por el futuro de la red y capaces de generar ideas y proyectos, incluso aunque caigan en detalles utópicos. ¿Quién controla el futuro? puede ayudarnos a comprender un poco mejor las contradicciones de una sociedad conectada en lo superfluo, pero desconectada en lo esencial.
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