Soy un gato – Natsume Sōseki

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Soy un gato es, hasta la fecha, la novela que de Natsume Sōseki mejor opinión me merece de cuantas de él he leído. Publicada por entregas en la revista literaria «Hototogisu», es la primera obra del japonés. En ella ya aparecen temas que volverán a aparecer en novelas posteriores, así como ese peculiar enfoque humorístico que caracteriza al autor; pero también alcanza por momentos una profundidad y una capacidad para analizar al ser humano que apenas logran ser un balbuceo en otras obras del nipón.

Soy un gato es la historia de un felino «poco común nacido con una misión puramente mental». Dicha misión será recopilar una monografía sobre ese animal de extrañas costumbres llamado ser humano. Para ello este gato, al que nunca nadie pone un nombre, se dedica a observar y comentar la vida y costumbres de Kushami, un profesor en cuya casa es acogido.

El maestro, como el gato narrador denomina a Kushami, es un profesor poco apreciado por su familia, sus vecinos, sus alumnos y sus colegas. Un hombre taciturno y amargado al que todos consideran un fracasado, si bien ese hombre tiene rasgos del propio Sōseki. Kushami será el representante de los humanos, que a juicio del gato somos «muy dados a entablar peleas, pendencias y a alimentar rencillas. […] inofensivos, de apariencia un tanto deprimente, y en sus conversaciones […] enormemente aburridos […]»

Y de conversaciones el inteligente felino sabe un rato, pues presencia las batallas dialécticas de su dueño con amigos asiduos a la casa. Extraños personajes los que frecuentan a Kushami, que se entretienen en charlas disparatadas o en pequeñas intrigas que hacen las delicias del lector; pero, a la vez, van trazando un retrato del mundo académico o de los cambios producidos en la sociedad japonesa debido a la occidentalización auspiciada durante la era Meiji —temas ambos que el autor tocará en otras obras— y, sobre todo, de ese ser contradictorio que es el hombre.

Las peripecias gatunas del narrador, como no podía ser de otro modo, ocupan una parte importante en Soy un gato, pero conforme la narración avanza el gato anónimo se va humanizando. Evidentemente, este gato medio filósofo goza de atributos humanos desde el principio, aunque mantiene la distancia que le separa de los hombres a fuerza de burlarse de ellos. Sin embargo, poco a poco la burla deja lugar a algo parecido a la compasión y nuestro narrador empatiza con el estrafalario profesor y sus extraños amigos, a pesar de que sigue considerándolos seres inferiores a cualquier gato.

Las mil historias, algunas realmente muy divertidas, que salpimentan esta obra, sazonan una visión algo desencantada de una sociedad que estaba sufriendo un profundo cambio que, para los seres más sensibles, resultaba difícil de afrontar. El cambio de siglo, además, acentuaba esa sensación de desamparo y no pertenencia que será el marchamo del hombre de entonces en adelante y que nuestro felino reflejará al describir la vida de un humilde profesor japonés.

Una obra divertida y profunda a partes iguales, plagada de referencias cultas de los clásicos chinos, japoneses y occidentales; y donde incluso hay ocasión para que Sōseki  se cite a sí mismo y a otros miembros de su círculo intelectual.  En definitiva, buena literatura que pueden regalar estas Navidades.

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6 Comentarios

  1. Acabo de leer 吾輩は猫である – “Wagahai wa neko de aru”,… o sea “Soy un gato”. Y al igual que le ocurre al protagonista cuando imagina cómo debe ser el rostro de un ladrón, me vino a las mientes la idea de ponerle cara a Natsume Soseki. Sin haberlo visto en mi vida, lo concebía poco más o menos de esta guisa: bajito, cara tristona y apocada, casi rozando el retraimiento, con bigote y gafas redondas de intelectual, estilo mariscal Tojo, – lo del bigotito debe achacarse a la imaginación y no a ningún tipo especial de deducción – . Ese era el retrato que me había dibujado y, si la Wikipedia no miente, me parece que he acertado en casi todo menos en las gafas.
    Los humanos, – los gatos no tanto, por lo visto son más racionales, – tenemos un carácter proclive al estereotipo, pero es cierto que, en ocasiones, los patrones derivados de este vicio funcionan a la perfección; así ha ocurrido por lo menos en el caso del autor japonés. Y es que la obra de Soseki da ciertas pistas válidas a la hora de corporeizarlo: Kusahmi, el coprotagonista de la novela, en realidad su propio trasunto, se muestra como un tipo distraído, testarudo, distante y desubicado, alguien no muy cómodo dentro de la realidad y que vive refugiado en el pasado y la tradición. La modernidad no congenia bien con Kushami.
    Del mismo pie cojeaba Botchan, personaje de su novela homónima, que no dejó un grato recuerdo en mí: ambos pertenecen a la misma cofradía, la de la enseñanza, y son costaleros de idénticos pesos y frustraciones. Complicado debía ser el tal Natsume.
    Aunque “Soy un gato” me parece infinitamente superior a la decepcionante “Botchan”, su lectura no ha conseguido reconciliarme del todo con las letras japonesas. Vuelvo a detectar los mismos tics y las mismas situaciones insulsas de siempre; cierto que algunas de las anécdotas relatadas logran levantar tenues sonrisas, pero el conjunto, salvo las aceradas y atinadas reflexiones felinas, resulta desalentador. Demasiadas historietas dejadas a medias, demasiadas referencias al mundo helénico y demasiadas gracias sobre los apéndices nasales o las tesis doctorales.
    Como ya insinué en mis comentarios sobre “Botchan” puede que sea un problema mío, quizás esté en los antípodas de una cultura como la japonesa, tan distinta a la nuestra, y sea incapaz de apreciar su sutil humor y sus peculiares formas de divertimento. Seguro que es así, pero lecturas como “Botchan” o “Soy un gato” me dejan, para entendernos, igual de frío que asistir a una representación de teatro kabuki o a un combate de sumo.
    Ya ve Sra. Castro, que lo he intentado y le he dado una segunda oportunidad a Soseki, tras ella debo reconocer que lo “japonés” no es lo mío. Si algo salvo de la novela no es a Meitei con sus historietas ni a Kangetsu con sus estudios científicos sino a la mente cartesiana de un gato genial. Por lo visto me hallo más próximo a los felinos japoneses que a cualquier otra representación artística del país del sol naciente.
    Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros

    • Nada, Miguel, que no te arrastro a mi terreno…

      Creo que con la literatura japonesa sucede que, para disfrutarla, exige un conocimiento profundo de la idiosincrasia (por fin puedo usar esa palabra) japonesa. En esta web está reseñado «Kokoro», una obra de Sōseki precisamente, que puedo decir que no supe entender en su momento.

      A medida que leo más literatura japonesa y algunos libros sobre cultura japonesa, entiendo mejor las novelas. Creo que se necesita tener esa perspectiva, acercarse lo más posible a la cultura (tan diferente) que las creó, para comprenderlas de modo cabal.

      Un abrazo.

      • Pues lo que más me aterra, Sra. Castro, es que entre mis libros pendientes de lectura se halla la obra de Murasaki Shikibu, “La historia de Genji”, dos mazacotes de tomo y lomo que, tras mi incursión en escritores nipones más livianos, puede resultar mortal. Esa será mi prueba de fuego definitiva para entender, o no, la esencia de lo que yo llamo lo “japonés”. Si salgo vivo de la experiencia, cuando quiera que ésta ocurra, ya te lo comunicaré y si no lo consigo dejaré expresado mi último deseo: por favor, esparzan mis cenizas en 吉野水分神社 .
        Siempre he tenido la ilusión de descansar, a los pies de los cerezos del monte Yoshino.
        Un fuerte abrazo y hasta la próxima

  2. Precisamente acabo de terminar de leerlo y coinicido al 100% con lo expuesto. Muy buena reseña, muy completa y no deja detalle de interés sin comentar. En lugar de subir yo mi opinión en mi blog, casi me entran ganas de poner directamente un link a esta entrada

    😀

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