Ventanilla de cuentos corrientes – Enrique Jardiel Poncela

Cada cierto tiempo Rey Lear nos regala a todos los jardelianos la fortuna de reencontrarnos con algunos de los relatos breves del genial Enrique Jardiel Poncela. Máximo representante del humor absurdo, utilizó este recurso como forma de satirizar una sociedad también absurda. Profundamente descreído, pesimista y sardónico, Jardiel Poncela fue un sagaz observador de lo humano, que se refleja en sus obras como en un espejo deformante: puede causar hilaridad, pero no deja de mostrar aquello que existe.

Ventanilla de cuentos corrientes reúne dieciséis relatos que fueron originariamente publicados en diversas revistas y periódicos, y más tarde publicados junto con otras colecciones de cuentos en El libro del convaleciente. Son por tanto algunas de sus primeras creaciones literarias, pero en ellas ya da muestras de su singular talento y originalidad. Evidencia de ello son «Un marido sin vocación» o «El chófer nuevo», dos cuentos escritos sin usar las letras E y A, respectivamente (las dos vocales más usadas en el castellano), sin que por ello sufran la trama o el ritmo de la narración ni, por supuesto, la riqueza del lenguaje.

De ese gusto por satirizar precisamente aquello que comúnmente más se admira o respeta, resaltando así lo que de ridículo o disparatado tiene, son muestra relatos como «La Universidad de Herby o los encantos de la democracia»  o «Un asunto de novela». El primero pone en solfa el sistema democrático, donde todo superior jerárquico puede amonestar duramente a un inferior, en virtud precisamente de eso que entendemos por democracia. Mientras el segundo propone una cómica visión de las afectadas manera en que los novelistas buscan la inspiración y los temas para sus obras.

Pero en general, la mayoría de estos relatos proponen una vuelta de tuerca, descabellada pero nunca incongruente, a todo lo cotidiano: una cita romántica, un paseo por el parque, la preparación de un cóctel o una noche de borrachera. Jardiel Poncela convierte lo diario en absurdo, y al hacerlo nos descubre lo que en el fondo ya sabíamos: que precisamente lo absurdo es lo normal.

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