Nada descubro si digo que Hipólito G. Navarro es uno de los cuentistas más afamados de nuestro país, y con toda la razón del mundo. Más allá de gustos personales, lo cierto es que este escritor ha creado un universo literario personal y reconocible, único dentro de un panorama narrativo que o bien se obceca en perpetuar tradiciones casi decimonónicas, o importa corrientes extranjeras sin cuestionarse su idoneidad.
Navarro juega con la literatura, algo que le emparenta con Cortázar y otros narradores hispanoamericanos, aunque el estilo de este escritor trasciende cualquier intento por encasillarle o asignarle etiquetas. Sus juegos son narrativos, formales y metaliterarios: juega con los personajes, con el lector y hasta consigo mismo; juega con las palabras, con sus significados y con sus asociaciones; juega con las metáforas, con las interpretaciones y con las tramas. Los relatos de Hipólito Navarro son siempre una sorpresa, un festín de literatura de la buena aderezado con la sonrisa permanente y la intuición de la verdad.
En esta antología se reúnen algunos textos magníficos: ‘Sucedáneos: pez volador’, que sirve además para titular el volumen, es quizá uno de los ejemplos más perfectos de lo que la escritura de este autor puede llegar a dar de sí. Un relato jocoso y feliz, abundante en guiños de todo tipo y con personajes surreales, pero tiernos. Bien es cierto que los cuentos de Hipólito Navarro —como apunta Javier Sáez de Ibarra en el prólogo— suelen tender a la melancolía, a la tristeza o a la infelicidad. Sus personajes ansían cosas que no pueden tener (como el abuelo que sueña con la maestra de su nieto en el maravilloso ‘La cabeza nevada’) y, aunque luchan por ellas, esos intentos suelen ser frustrados por todo tipo de acontecimientos.
Sin embargo, en todos estos cuentos se rastrea la esperanza, la alegría y la pasión por la vida. Muestra de ello es el relato ‘Plano abatido’: un arquitecto se lanza desde el balcón de su estudio; su compañero narra la historia en primera persona, y así el lector descubre que el supuesto suicida se había enamorado de una mujer a la que veía desde las alturas todos los días durante unos breves instantes, pero al abordarla a pie de calle había quedado defraudado por su aspecto; por su parte, el narrador también la conoce y entablan una relación, lo cual le hace pensar que su compañero ha saltado debido a ello. Sin embargo, el personaje que cuenta la historia es consciente de su ignorancia; aunque conoce los hechos acaecidos a la perfección, no sabe bien si su colega ha saltado por despecho o por amor:
Lo comprendí menos desde entonces, y cada vez me fue más difícil encajar el puñetazo que recibía cada mañana cuando intuía que él la poseía a ella más intensamente en ese segundo que yo en tardes enteras abrazado a su cuerpo desnudo en su habitación, dos pisos por debajo de donde él proyectaba casas y chalés a la espera del fogonazo sutil de la mañana siguiente.
Aunque el resumen no haga justicia al libro, sí sirve para ilustrar la paradójica búsqueda de felicidad que entablan los protagonistas de muchos de estos cuentos: una búsqueda sin recompensa, pero que encierra en sí misma toda una lección de perseverancia. En estos relatos la vida se ofrece en todo su valor: como juego, como broma, como duda o como inquietud, pero siempre repleta de oportunidades y de esperanzas. Creo que lo más importante de la narrativa de Hipólito G. Navarro es el valor lúdico que propone, la incuestionable certeza de que la literatura puede aportar respuestas o generar preguntas, pero siempre debe hacerlo incitando al lector, seduciéndole y divirtiéndole. Esa alegría no está reñida con el profundo sentimiento que atesoran estos textos, la emoción que desprenden y la profundidad de su lectura.
Además, esta edición (que inaugura una nueva colección dentro de la editorial Páginas de Espuma) aporta un prólogo muy interesante e ilustrativo de Javier Sáez de Ibarra y se cierra con una entrevista al autor; pequeños detalles que enriquecen la lectura y que pueden servir como puerta de entrada al mágico y peculiar universo de Hipólito Navarro. No lo duden: crucen ese umbral. Merece la pena.