La merienda de las niñas – Cristina García Morales

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La merienda de las niñas - Cristina García MoralesLos relatos de La merienda de las niñas pueden no ser excepcionales, pero muchos de ellos tienen una luminosidad especial, un frescor narrativo insólito y que sólo adolece de la falta de buenos temas. Cristina García Morales hace gala de un pulso narrativo extraordinario, un estilo lleno de asombrosas metáforas, vívidas descripciones y, en general, una exuberancia que subyuga con sencillez.

Es una lástima que detrás de ese despliegue formal apenas haya historias con enjundia que sirvan como sólido apoyo a la escritura. Casi todos los relatos abusan de la omisión, de la brevedad y de la insinuación, sin reparar en el hecho de que, aunque sea preferible mostrar que contar, es muy necesario tener claro qué queremos mostrar al lector. La autora plantea escenarios atrayentes, define algunos personajes con mano maestra, pero suele abandonarlos en mitad de las historias, a merced, supongo, de la imaginación del lector. Como ocurre con algunos otros libros que hemos comentado recientemente, la sugerencia se impone a la estructura y trampea el resultado. Como lector, exijo el que haya una historia detrás de cada relato: explícita o implícita, pero real.

El hecho de plantear preguntas y no soluciones es una opción interesante, pero el que las situaciones se queden a medias y apenas se presenten de forma adecuada desvaloriza unas narraciones que tienen un potencial imaginativo sorprendente y que utilizan el recurso del lenguaje con una potencia fuera de lo común. Por ello, los relatos más completos son los que se esfuerzan por presentar historias completas y eluden la fragmentación: «Ancas de rana», por ejemplo, en el que un joven narra el sojuzgante amor que siente por su hermana pequeña; o «Jazz blanco», una irónica visión sobre nuestra necesidad de engaño para ser aceptados.

Los textos fallidos, sin embargo, son los más abundantes. Relatos que inician situaciones que parecen plantear algún conflicto, pero cuya culminación no llega («Cecilia»); meras representaciones simbolistas que juegan con el lenguaje y con la imaginación, pero que se quedan en ejercicios de estilo adolescentes («Café aguado», «Cuento de invierno»); o, simplemente, frivolidades que coquetean con la provocación y suscitan, más bien, la sonrisa («Vocación», «Juguetito antiestrés»). Cristina García tiene un maravilloso potencial para ilustrar estados anímicos o para describir situaciones insólitas, pero la magia de su escritura se pierde debido a lo endeble de las situaciones que se ofrecen.

La merienda de las niñas es un buen primer libro de relatos; un compendio de fantásticas aproximaciones a un universo particular que rezuma imaginación, alegría y barroquismo. No obstante, es también un ejemplo de la necesidad de apoyarse en un contexto sólido (no diré «real» para no soliviantar a los anti-costumbristas) para construir historias que tengan entidad propia, que puedan comunicar sentimientos sin necesidad de que el lector llene unos huecos que no son producto de la planificación, sino de la ineptitud del escritor. Es posible que no sea responsabilidad de la literatura dar respuesta a las inevitables preguntas que todos nos hacemos, pero sí es necesario (imprescindible, diría yo) que circunde esos terrenos, que se arriesgue a la hora de plantear situaciones y busque la confrontación con la verdad. Conformarse con menos sólo conduce, como en este caso, a la elaboración de textos que sirven como adorno y que pueden contemplarse con arrobo, pero que apenas si dejan recuerdo alguno en la mente del lector.

1 COMENTARIO

  1. Interesante tu aproximación a autores cuasi-desconocidos para el gran público. Ya sabes que me gustan mucho tus análisis así como tus conclusiones. Pero a pesar de las cosas buenas me cuesta acercarme a escritores nuevos como la que citas.

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