Misericordia – Benito Pérez Galdós

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Misericordia - Benito Pérez GaldósQué grato es cuando se comienza un libro del que se sabe con certeza que nos va a gustar. Cuando jugamos sobre seguro, sabiendo que no vamos a salir defraudados. Esto es exactamente lo que me ocurre con Galdós. Cuando una se cansa de tanta literatura mediocre, de leer libros que no la satisfacen por completo, ése es el momento de recurrir a lo que sabes que te gustará.

¿Es necesario que diga quien es Galdós? Lo haré, que las tinieblas de la ignorancia lo envuelven todo hoy día. Don Benito Pérez Galdós (1843-1920) es uno de los escritores (y dramaturgos) más representativos del siglo XIX. Aunque nacido en Canarias, muy joven se traslado a Madrid, donde comenzó su prolífica vida literaria que incluye obras de la relevancia de los Episodios nacionales, Fortunata y Jacinta, Doña Perfecta o La Fontana de Oro.

El libro que nos ocupa, Misericordia (1897), está considerada una de las obras cumbres de Galdós. Yo la leí por primera vez en el instituto y me impresionó. Ahora he decidido, contra mi costumbre de no perder el tiempo releyendo, con todo lo que hay pendiente, volver a leerla. Y es que como digo más arriba, a veces a una le apetece jugar sobre seguro.

Misericordia es un retablo de la miseria de Madrid, en sus infinitas gradaciones. A la par que un retrato del ser humano: capaz de abnegación sin límites y de ingratitud igualmente infinita.

La protagonista es la señá Benina, criada de lo que en tiempos fue una casa acomodada pero que, dado el mal gobierno del ama de la casa, ha acabado en la pobreza más vergonzante. Benina, apegada a la familia como si fuera la propia, sale cada día a pedir limosna, para que no falte lo elemental, pero encubre su dedicación a la mendicidad ante los ojos de su señora fingiendo que va a trabajar como cocinera a casa de un cura.

Mientras Benina corre de la ceca a la meca pidiendo, tapando deudas y haciendo malabares para poder comer, todavía tiene tiempo y moral para ayudar a los que están aun más desfavorecidos que ella. Y en sus ratos libres fantasea junto a su ama con que un golpe de fortuna les devuelva a su primitivo estado. Y en efecto la fortuna se acuerda de ellas y doña Paca, la señora, recibe una herencia que le permite volver a la vida acomodada de sus primeros años. Por desgracia no hace partícipe de su riqueza a Benina, que se marcha de la casa y sigue con su vida de mendicante, pero resignada y feliz.

Pero aparte de la historia, que interesa y engancha, está ese modo de escribir de Galdós. Los diálogos vivos, que reflejan la condición social del hablante, las descripciones escuetas pero magistrales. Y ese sabor de Madrid; he oído a mucha gente que tiene el (mal) gusto de leer a Ruiz Zafón alabar La sombra del viento por la semblanza de Barcelona que el autor hace, y que a residentes o nostálgicos de la ciudad les hace rememorar sus calles. Pues eso, de manera insuperable, ocurre con Madrid y con los libros de Galdós. A todo madrileño le gustará recorrer las calles y plazas más emblemáticas de los madriles de la mano de los personajes de Galdós.

Hay que leer a Galdós, siempre. Y Misericordia puede ser un buen principio.

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14 COMENTARIOS

  1. […] del Instituto Navarro Villoslada de Pamplona montó el curso 1998-1999 una versión dramatizada de Misericordia, de Benito Pérez Galdós. Como siempre, bajo las órdenes de Ignacio […]

  2. Tras concluir la lectura de “Misericordia” no atino a dar respuesta a la pregunta, que me ronda la cabeza últimamente: ¿quién demonios lee hoy en día a Galdós? Sus libros no engordan, aún, la lista de descatalogados, supongo que por la misma razón, por ejemplo, que “El Quijote” continúa estando ahí, es uno de los clásicos y, a pesar de su edad, debe permanecer en activo; sin embargo, si uno se entretiene buceando en el archivo de muchos blogs literarios, salvo honrosas excepciones, la realidad es la que es: ni una sola alusión a las novelas del escritor canario. Sí, mucha novedad, mucho lumbrera revelación y demás potingues, ¿pero del pobre don Benito, qué?… Del pobre don Benito, ni pío.
    Aunque, a lo mejor la cosa no es tan simple como la pinto porque la “Misericordia” de Cátedra, que ha llegado hasta mis manos, es la decimoséptima edición de la primera, publicada en 1897, y hay otras veintiuna más editadas por todo el mundo; eso sin contar la cantidad de estudios críticos y traducciones que aparecen, como referencias bibliográficas, en el sesudo prólogo de Luciano García Lorenzo. Y digo yo: en función de esto, alguien lo leerá, ¿no? Vamos, no sé. Un lio.
    Picado por la curiosidad, el otro día estuve buceando en internet hasta toparme con un artículo de Juan Pedro Aparicio, publicado hace años en “Revista de Libros”, que tal vez dé en el clavo sobre los avatares sufridos por la obra de Galdós en nuestro país: “Con el tiempo, Galdós ha padecido en España los males de la bulimia de una parte de nuestra sociedad, la situada más a la derecha del espectro político, para quien lo español, por el mero hecho de serlo, es lo mejor del mundo; y la anorexia del sector opuesto, cuyo pensamiento es exactamente el contrario. De modo que hemos ido de un extremo a otro, entre la estulticia y el papanatismo” [sic].
    En mi bachillerato, Galdós era un autor básicamente ensalzado por los “Episodios Nacionales”, no por sus novelas, – sobre ellas, pasábamos casi de puntillas -; lo importante era la gloriosa historia de España, y en consecuencia las crónicas que se cobijaban bajo título tan rumboso… La educación de los sesenta y el concepto de lo nacional, ¡qué buen tema para cualquier simposio de psiquiatría!, pero, en fin, esa era la enseñanza que se recibía en el franquismo tardío. Así que la reacción inmediata, casi visceral, en aquellos tiempos, era rebelarse, arrinconar a don Benito y pasarse, sin saberlo, – muchos años después, lo descubro -, a la militancia del llamado “sector opuesto”.
    Pero como con en el pecado, dicen, debe ir el propósito de enmienda, – ¿o es con la confesión?, ¡estamos apañados!, con la de veces que me lo explicaron en clase de religión -, no está de más recuperar los años perdidos y hacerle justicia a la obra de Galdós. ¿Motivos?, los dichos ya en otras entradas de este blog: su estilo natural, alejado de todo academicismo; la hondura de sus personajes; la ironía y humor de su prosa; el simpar empleo del lenguaje llano, castizo, del pueblo; su cruda denuncia de la injusticia social; su ambientación única de escenarios;…
    Así que a “Misericordia” le seguirán, a buen seguro, otras muchas, -“La de Bringas” está ya en la recámara -, porque Galdós, es cierto, nunca defrauda, con él siempre se va a lo seguro, de modo que si alguien me preguntara en qué posición colocaría las andanzas de la “señá Benina” en el podio galdosiano, le respondería que entre las mejores, a la altura de “Fortunata y Jacinta”, o incluso por encima de ella, aún a pesar de su liviano formato. Estamos, sin ningún género de dudas, ante un libro espléndido, tremendamente divertido, pero tremendamente ilustrativo también de la miseria extrema que ahogaba a las clases populares del Madrid del siglo XIX. El autor canario utiliza para ello una singular composición donde tienen cabida dos géneros tan originales como antagónicos: la hagiografía y la novela picaresca.
    Benigna, Benina, Nina o Benigna de Casia, como prefieran, es, a pesar de negarlo en el último párrafo de la novela, una santa, y en olor de santidad es elevada a los altares por Juliana en lo más apartado de Madrid, “… en los quintos infiernos, o sea en la carretera de Toledo, a mano izquierda del Puente”. Tal es el poder y la fuerza de sus milagros que, sin bastarle con dar de comer a toda una cohorte de pordioseros con dos miserables pesetas, consigue resucitar a la realidad a D. Romualdo, invención que por su magín pululaba desde hacía tiempo. Es también el báculo y los ojos del ciego Almudena, – impagable el personaje creado por Galdós, como ocurre con D. Frasquito Ponte Delgado -, y con él, del brazo, recorre las calles de Madrid en busca de algo con que acompañar el hambre. El viacrucis de sus correrías me recordó inmediatamente al “Lazarillo de Tormes”, la obra anónima más reconocida de la novela picaresca española; pero no olvidemos que Benigna es una santa y aunque se dedica como Lázaro, en cuerpo y alma, al arte de sobrevivir, no lo hace a fuerza de astucia, lisonjas y embustes. La historia de los santos no acepta componendas semejantes.
    Hay, no obstante, un detalle en la obra del autor canario que, al igual que ocurre con Víctor Hugo, rechina siempre en mis oídos, me refiero a la concepción galdosiana del mundo y de los que en él habitan. Galdós, como haría cualquier cirujano experto, estudia, analiza y saja al paciente hasta llegar al origen de su enfermedad, pero el tratamiento del mal es en todos los casos demasiado conservador. Consecuencia invariable: el enfermo se muere.
    Esta visión, mezcla de fatalismo oriental y de conformismo evangélico, – de hombre bueno, diría yo -, origina personajes que batallan incansablemente para subsistir, fuertes y luchadores, sí, pero también resignados a su desgracia. Ni un solo atisbo de rebelión, capaz de subvertir el orden creado. Desde que el mundo es mundo, las cosas son así, y así seguirán siendo por los siglos de los siglos: triste moraleja final para los afligidos.
    En fin, lamento haberme extendido tanto en mis comentarios, pero la novela de verdad lo merece. Ante tanta mediocridad que el dictado de las modas se empeña en hacernos leer, es una auténtica aberración no echarle un tiento a “Misericordia” y a la inconmensurable obra de Benito Pérez Galdós.
    Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros

  3. para mi gusto la novela no tiene un final feli ya que benigna no se queda con las personas que mas quiere y eso es injusto.

  4. Desde mi más humilde punto de vista no es incompatible la lectura de clásicos y de, si apetece, el nuevo best seller que anuncian en la tele. Son libros. Supongo que hay críticas de todo tipo, pero ami Carlos Ruiz Zafón me gusta, y lo diré hasta la saciedad.
    Un saludo

  5. L.L.P.:Que la Sra. Castro quiera autoasignarse el pronombre «una» para referirse a ella misma en lugar del prescrito por la Academia «uno» es una opción y un derecho que a ella sola le incumbe. Si tenemos que esperar a que sea la Academia la que dé el visto bueno a prácticas lingüísticas que corrigen usos sexistas en nuestro idioma vamos apañados (y ésta sí, en masculino plural).

    Por cierto, me está encantando Misericordia.

  6. Sra. Castro:
    Hace usted un uso incorrecto del término »una» como generalización: »Y es que como digo más arriba, a veces a una le apetece jugar sobre seguro».
    Según la RAE, lo correcto sería decir: y es que, como digo más arriba, a veces, a uno le apetece jugar sobre seguro.
    Según la norma se debe usar el término uno independientemente del sexo del hablante.
    Fdo.: L. L. P. (estudiante de 1º de bachillerato de ciencias y aficionada a la literatura)

  7. Buena recomendación. Pero una pequeña crítica, escribe usted: «Don Benito Pérez Galdós (1843-1920) es uno de los escritores (y dramaturgos)
    ——-

    Qué manía tenemos, y me incluyo, de utilizar como sinónimos «escritor» y «novelista»

    Saludos

  8. Tiene usted razón. El ama de la entrañable doña Benina es doña Paca, de joven conocida como doña Francisquita, que no Frasquita. Y, en efecto, Frasquito es el pariente pobre de la familia, al que también ayuda Benina.
    Gracias por la corrección. Ya está arreglado en la entrada.
    Un saludo.

  9. si tanto dice q le gustó el libro, debería saber q la ama de Benina era doña Paca y no la q menciona. A quien se refiere es Frasquito, un hombre mayor, no una mujer.

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