Con Yo, Kótik Letáiev, clausura Andreí Bieli su tríptico Oriente u Occidente, en el que quiso recoger la confrontación entre el pragmatismo proveniente de Europa y la espiritualidad asiática que conviven en el alma rusa. Es fácil reconocer al propio Andréi Bieli en el Kótik Letáiev de la narración, de la que, sin embargo, no es tan sencillo discernir si es poema o prosa. Ciertas frases redundantes actúan como estribillo, articulando un escrito original y por momentos verdaderamente oscuro, pero tan subyugador que resulta imposible abandonarlo.
La clave de la narración se encuentra en el Yo que abre el título, pues toda la obra gira en torno a la toma de conciencia que se produce en el hombre en sus primeros años de vida. La infancia no es para Letáiev meramente la etapa en que el ser humano descubre el mundo sensible que le rodea, aunque también; sino, sobre todo, el momento en que, como criatura consciente, la persona comienza a tomar conocimiento de sí mismo.
Junto a las experiencias meramente sensoriales, el discernimiento del niño Letáiev se abre a la percepción de su propia inteligencia, personalidad, carácter o, si se prefiere así, alma. De alguna manera, el modo en que cada ser percibe su propio yo nos es otorgado en el momento de nuestro nacimiento, de modo que cualquiera puede reconocer esa parte más íntima de sí mismo desde sus primeros años y a lo largo de toda su vida:
Allí veo: lo vivido, lo vivido por mí; sólo por mí; y la conciencia de la infancia, si pudiera sobrevivir estos treinta y dos años y trasladarse hasta el instante presente, en el punto de este instante se reconocería: se fundirían las dos conciencias, la de la infancia y la del instante presente; entre ellas dos todo se derrumba; […]
Pero además, Kótik Letáiev se refiere al conocimiento que traemos a esta vida de otro mundo anterior, en el que vivimos antes de nacer. Las experiencias de ese otro mundo que traemos con nosotros han dejado su huella en nosotros. Durante nuestros primeros años, todavía podemos recordarlas y son la fuente de terrores o alegrías incomprensibles desde «este lado». Sin embargo, las nuevas vivencias acabarán por borrar esa débil huella, de la que apenas quedará un vago recuerdo.
En cualquier caso, la toma de conciencia del propio yo no es un hecho que suceda de manera inmediata. El aprendizaje de sí mismo se mezcla con el aprendizaje de lo exterior, creando en los primeros años un mundo movedizo donde reinan la perplejidad y el miedo. Los padres, los tíos y la niñera son seres difíciles de descifrar, como los son las vivencias que llegan a través de ellos. Esas vivencias se incorporan al bagaje del pequeño Kótik en forma de extraños recuerdos, como la seguridad de haber estado ante un león en la arena del parque donde su niñera llevaba a Kótik, para descubrir más adelante que simplemente se trataba de un perro llamado León.
Un libro complejo pero fascinante que permite, en primer lugar, acercarse a la infancia de un escritor de la relevancia y el genio de Andréi Bieli; pero que también nos devuelve ese mundo trémulo de nuestra propia infancia. Imprescindible.
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