Temporada de huracanes – Gonzalo Calcedo Juanes

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Temporada de huracanes - Gonzalo Calcedo JuanesOí hablar de Gonzalo Calcedo hace un tiempo y me suscitó curiosidad; debería tener mucho cuidado con esos deseos, porque algo parecido ocurrió con «Museo de la soledad» y el resultado no fue grato, pero a veces los buenos libros aparecen por caminos muy extraños. El caso es que, después de haber leído «Temporada de huracanes» me quedo con un poso de insatisfacción: creo que Calcedo es un escritor interesante, sobre todo porque se aleja de convenciones y estereotipos y busca medios de expresión poco complacientes y arriesgados; no obstante, también creo que ese riesgo supone, en muchas ocasiones, un obstáculo imposible de superar, y convierte sus relatos en meras aproximaciones hacia ese «algo» que persigue.

Lo primero que cabría destacar de Gonzalo Calcedo, como digo, es su incómoda forma de entender el relato. Utilizo el adjetivo «incómoda» porque resulta curioso el planteamiento de las piezas que componen «Temporada de huracanes»: la prosa es austera, con pocas concesiones a la poesía y a la retórica, aunque con un uso audaz del lenguaje en algunas ocasiones, los diálogos son sucintos y con un aire cinematográfico por su sequedad y dureza. En general, el estilo es adusto y casi diría que funciona como un escollo a superar antes de llegar al meollo del relato, como si el autor quisiera ponérnoslo difícil. Esto, evidentemente, no es un demérito, pero en muchos de los cuentos esa aspereza juega en contra del propio desarrollo de la historia, tiñendo a los personajes de una hosquedad impropia, impostada, que es fruto del estilo elegido más que de sus propios comportamientos.

Reflejo perfecto de esa característica es ‘A dos mil metros de altura sobre el nivel del mar’, el relato que abre el libro y en el que se narra la historia de una profesora, Donatella, que viaja a una pequeña ciudad para pronunciar una conferencia; la gélida amistad con la antigua compañera que la recibe, la aséptica relación con su marido y la incierta relación que atisba en un viajero con el que coincide en el avión, conforman su personalidad. Esa protagonista es servida por Calcedo sin aliño, despojada de cualquier ropaje emocional y de manera que me atrevo a calificar de cubista: el lector puede ver matices, facetas de su comportamiento, vislumbres de sus miedos y de sus deseos, pero poco más. Y no es que eso pueda considerarse un error (casi siempre es mejor sugerir que contar), pero el escritor modela el personaje con un desapasionamiento que sólo conduce a la frigidez más absoluta. Donatella es una máscara, más que un ser; es cierto que el punto de vista opta por enfocar su historia con perspectiva y frialdad, pero el resultado es una creación casi robótica, de nervios de acero y una imperturbabilidad espeluznante.

Eso mismo ocurre en casi todos los relatos del libro: el guardabosque de ‘El hombre que charlaba con las ardillas’ parece lleno de sensibilidad y capaz de ofrecer consuelo a la descorazonada protagonista, pero sus reacciones y diálogos le alejan de cualquier sentimiento humano; el profesor Bronte de ‘El club Gucci’ podría encarnar la posibilidad de renovación y madurez de la joven descarriada a la que ayuda, pero su conducta establece una distancia imposible de salvar; el hombre y la mujer que charlan en ‘Instrucciones para náufragos’ y que se desean con sus silencios, no son más que dos estatuas que intercambian cálidas palabras. La sensación con la que uno termina casi todos los cuentos es la misma: hay un sentimiento flotando en las páginas, pero la frialdad de los personajes impide cualquier concreción, imposibilita cualquier acercamiento. Quizá cuando los protagonistas no se plantean la posibilidad de sentir (de sufrir, de amar, de desear) es, curiosamente, cuando el texto mejor funciona; así sucede en ‘La máquina del tiempo’, por la mezquindad de un hijo que visita a su madre después de muchos años; en ‘El dragón enroscado’, por la insensibilidad de su exitosa protagonista; o en ‘Televisión por satélite’, por la incapacidad del protagonista para comprender a su padre. Son los caracteres más fríos, menos humanos, los que mejor encajan en esta narrativa desapasionada que produce Calcedo.

Por ese motivo, porque los sentimientos de sus personajes no terminan de llegar nunca al lector, el resultado de este acercamiento ha sido frustrante. Creo que Calcedo tiene una visión de la literatura muy interesante, por su forma de acercarse al hecho y la perspectiva que utiliza para ponerlo por escrito; no obstante, esa impavidez casi científica, junto con unos personajes robóticos y estereotipados, sólo provoca una falta total de empatía, una incredulidad casi absoluta. Y me parece que la cercanía, sea del cariz que sea, es un requisito imprescindible para hacer literatura.

1 COMENTARIO

  1. Ni Castán, ni Calcedo… en general, parece que no le gustan los relatos, salvo los de los clásicos del genero. ¿Por qué les sigue prestando atención, SR. Molina? ¿Puede explicarnos lo que tiene que tener un cuento para que a ud. le guste?

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