
Una extraña confesión es, desde luego, la historia de un crimen. Un juez de instrucción llamado Iván Kamishov entrega a un editor el manuscrito de una novela que define como biográfica; en esta obra se cuenta la historia de un juez que se ve mezclado en la investigación del asesinato de una mujer, presuntamente muerta a manos de su marido, al que había abandonado. Las relaciones de amistad o convivencia entre todos los protagonistas hacen difícil avanzar en el caso, pero las pruebas contra el marido despechado parecen incontestables. Sin embargo, el editor (a base de notas al pie y de comentarios finales) llega a la conclusión de que los hechos no cuadran, y de que tal vez se cometió un funesto error en el proceso de esclarecimiento de los acontecimientos.
Como vemos, la estructura de la novela sí que se ajusta a ciertos cánones de obra policíaca o misterio: personajes principales implicados en la trama; hecho delictivo; investigación posterior; vuelta de tuerca final… No obstante, al poco de comenzada la lectura nos daremos cuenta de que la historia no se circunscribe a estas circunstancias. La relación del trasunto de Kamishov con la mujer asesinada, con su marido o con el amante por el que le abandona se convierten en el centro de la novela. La propia personalidad del narrador sale a relucir al poco de comenzar la obra, ya que la escritura en primera persona nos revela detalles muy clarificadores sobre él: su vanidad, su orgullo profesional, su indolencia, su carácter atrabiliario…
A medida que el texto avanza y el lector va sabiendo más acerca de los distintos actores, puede percibir el verdadero interés de Una extraña confesión: el asesinato y la investigación son meras excusas para que Chéjov diseccione a unos personajes atormentados, polifacéticos y, sobre todo, muy humanos. Unos personajes que actúan movidos por impulsos primarios, en ocasiones brutales, pero que al tiempo se muestran compasivos y débiles. El mejor ejemplo es el conde Alekséi Karnéiev, amigo del narrador y el hombre que arrebatará a la desdichada Olga de los brazos de su marido (que no es otro que el administrador del propio conde Karnéiev, Urbenin): vividor, borracho impenitente y de maneras desenvueltas, es en verdad el personaje más desgraciado de toda la obra, a pesar de que no se le inflige ninguna desgracia concreta ni es objeto de desdichas. Es un tipo de personaje muy común en la narrativa rusa, y muy del gusto de Chéjov: un hombre que vive para los demás, pero cuya inteligencia y ambición son casi nulas; un hombre hasta cierto punto inútil, pero de buen corazón, al que la propia vida castiga sin juicios ulteriores.
El desarrollo de la trama, como he dicho, se adivina pronto y en realidad no constituye un motor del libro. Los últimos capítulos sirven para poner en perspectiva lo que se habrá ido descubriendo durante la lectura: el asesinato de Olga es sólo una muestra del dolor que corroe a las personas, de lo arrebatadas que pueden ser nuestras pasiones y de lo difícil (a veces, imposible) que es controlarlas. Nadie como el autor ruso para describir esa lucha perdida de antemano entre la conciencia y el acto, entre el corazón y la mano.
Una extraña confesión no llega a la genialidad de algunos relatos de Chéjov; sus mimbres son endebles y se nota que el formato no conviene demasiado a su autor. Con todo y con eso, la novela está repleta de pasajes magníficos que embelesarán a cualquier amante de la literatura rusa; y a muchos otros también, claro está…
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