Vercoquin y el plancton es la novela más divertida que he leído en los últimos tiempos. Desenfadada, absurda, moderna, logra arrancar la carcajada en más de una ocasión. El Boris Vian más brillante se reconoce ya en esta, una de sus primeras novelas, en la que aparecen rasgos autobiográficos.
Con la excusa de las relaciones amorosas entre Loustalot, conocido como el Mayor, y la joven Zizanie, y el deseo de pedir la mano de la muchacha, Vian desarrolla una historia que recoge parte de sus propias experiencias en la Asociación Francesa de Normalización y en las enormes fiestas juveniles en las que gustaba participar.
La primera parte de la novela transcurre en una, así denominada, surprise-party, que el Mayor organiza. Los discos de jazz, las bebidas alcohólicas y los trucos para ligar con las chicas más guapas son el núcleo de la que sin duda es la mitad más desopilante de Vercoquin y el plancton. En especial, los capítulos dedicados a explicar el mejor modo de conseguir a la chica más guapa en una fiesta, explicado de un modo cuasi científico que analiza las diferentes circunstancias que se pueden dar, es de un fantástico efecto cómico.
Si la historia en sí no bastara, la narración chispeante, de una increíble viveza, donde se intercalan elementos absurdos —especialmente en las descripciones—, conforman una novela de una gran singularidad:
La estancia estaba amueblada con gusto perfecto con dieciséis archivadores de roble sodomizado cubiertos de un barniz burocrático que tiraba a caca de oca, muebles de acero con cajones rodantes en los que se guardaban los papeles especialmente confidenciales, mesas sobrecargadas de documentos urgentes, y un planning de tres metros por dos que comprendía un sistema perfeccionado de fichas multicolores que nunca estaban al día.
La descripción corresponde al despacho del director del Consorcio Nacional de la Unificación (y tío de Zizanie), donde el Mayor comenzará a trabajar en un intento de obtener la mano de su enamorada. Este planteamiento permite realizar una crítica satírica a la burocracia, cuyos engranajes giran sin sentido las más de las veces; pero también a una sociedad que atrapa en empleos absurdos a jóvenes activos e imaginativos.
Pero la juventud desperdiciada en un gris despacho de oficina, donde se ejecuta una tarea monótona, o se emplean los recursos intelectuales en tratar de escaquearse, tiene su venganza en la salvaje fiesta que cierra la novela y que en principio celebra el compromiso de la hermosa Zizanie y el Mayor.
En consecuencia, debemos entender Vercoquin y el plancton no sólo como una novela simpática e incluso increíblemente divertida, sino como un canto de guerra que celebra la juventud: su energía, su libertad, sus ansias de diversión e independencia. Valores que siempre son lícitos pero que, durante unos pocos años de nuestra existencia, son verdaderamente irrenunciables.
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