
Sin embargo una serie de autores, cuya obra comenzó a difundirse a través de Internet mientras la crítica como de costumbre miraba hacia otro lado, demostró poder retratar a la nueva sociedad rusa tal y como había surgido de la debacle comunista, supongo que sin necesitar de más asimilación que mantener los ojos abiertos.
En efecto, el lector puede hallar en estos relatos, que componen un conjunto muy heterogéneo, una semblanza de una sociedad abandonada, desesperanzada, tocada por el alcohol y las drogas, donde nada funciona como debería y la vida se ha convertido en una constante lucha contra la precariedad cuyo único objetivo es lograr alcanzar de algún modo el día siguiente.
Pero esas visiones de la cotidianidad de la sociedad rusa que componen el trasfondo de muchos de los relatos, muchas veces entrevisto de manera fugaz, lamentablemente no llegan a dotar a estos cuentos del interés necesario para mantener la atención del lector y, por desgracia, tampoco el estilo de los narradores goza de brillantez, si bien en este caso puede ser achacable a la traducción, que hace que todas las voces suenen iguales. Por otra parte es de esperar que la intención de los autores vaya más allá del hecho de ofrecer pequeños esbozos de la vida en Rusia tras el comunismo, pero cualquier otra intención que abriguen no llega a estar bien resuelta.
Sea como sea, el lector se encuentra con que otra característica en común de las obras que componen esta antología es la mediocridad. La medianía es la tónica dominante de unos relatos que reproducen situaciones cotidianas, por lo general carentes de un mensaje que invite a la reflexión o que apele a algún sentimiento y sin tener al menos algo que las convierta en anecdóticas.
Algunos relatos logran descollar entre la grisura general, bien por desarrollar un argumento original o bien llevado, bien porque su autor tiene un estilo propio que ha logrado sobrevivir a la tabla rasa de la traducción. Así ‘El inmortal’ de Pavel Krusanov, quien a pesar de no tocar un tema precisamente original, arma un relato desbordante de imaginación en un estilo que evoca a Álvaro Cunqueiro. También la imaginación es el mejor rasgo de ‘Un barrio de nombre Panfilovka’ de Mijail Yelizarov, donde la vuelta de tuerca final es tan divertida como original. Y con un tema totalmente distinto el descarnado ‘La hora de los gorriones’ de Marina Vishnevetskaia, donde el sufrimiento y el desamparo se funden con una tenaz esperanza en una mezcla agridulce que logra llegar hasta el lector.
Puede que tal vez la selección de la antología no haya sido especialmente afortunada. O simplemente el panorama de la literatura rusa contemporánea parece prometer tan poco como el español.


