
El ensayo no sólo es interesante por presentar cifras y datos acerca de la situación en que quedó Europa tras los combates, sino también (y quizá sobre todo) por analizar algunos de los efectos de esa guerra sobre las gentes que la padecieron. Uno de los epígrafes del libro se titula —de modo muy ilustrativo— «Venganza», y da cuenta de la sed de sangre que se apoderó de muchas poblaciones una vez que el conflicto se dio por terminado. Los campos de prisioneros que los nazis habían sembrado por media Europa se reutilizaron para albergar prisioneros de guerra o ciudadanos alemanes que huían de sus países de acogida por temor a las represalias; aunque los campos de exterminio no se volvieron a usar como tales, no deja de resultar espantoso el que se emplearan para humillar, torturar y en ocasiones matar a prisioneros que ya habían depuesto las armas, o a civiles cuyo único pecado era tener una nacionalidad «incorrecta».
Especialmente sangrante fue el trato ejercido contra las mujeres a lo largo de todos aquellos años. Lowe ofrece datos que muestran cómo la represión llevada a cabo por los ejércitos aliados en países como Polonia, Francia o Dinamarca fue inusitada por su ferocidad. Y no se trata sólo que se castigase a supuestas colaboracionistas (con prácticas humillantes y vejatorias) en aquellos países antaño ocupados, sino que la venganza lanzada contra mujeres y niños alemanes fue tan brutal como deshumanizada. Las secuelas de aquellos comportamientos se arrastraron durante años y provocaron cientos de víctimas debido a suicidios, muertes prematuras y enfermedades.
Otra parte importante del ensayo se dedica a la limpieza étnica que se llevó a cabo después de la Segunda Guerra Mundial. Si bien los métodos empleados por los nazis para acabar con los judíos fueron desmesurados, lo cierto es que en los años posteriores a 1945 algunos países utilizaron la fuerza y la represión de manera brutal para enclaustrar, desplazar o eliminar a diversas minorías étnicas. Tal es el caso de ucranianos y polacos, que combatieron ferozmente en los territorios limítrofes de sus respectivos países; de los propios alemanes, que fueron expulsados o confinados en algunos territorios debido a la sed de venganza que se desató en los años posteriores al fin de la guerra; o el paradigmático caso de Yugoslavia, que enfrentó a croatas, serbios o bosnios entre sí. Y quizá uno de los puntos más sangrantes de todos estos conflictos sea la pasividad con la que los aliados, que tenían a su cargo la responsabilidad de pacificar los territorios en los que se encontraban, aceptaron estos hechos, unas veces por razones políticas y otras por mera desidia administrativa.
La verdad es que Continente salvaje es un ensayo bien estructurado, repleto de información novedosa y relevante y que ilumina muchos aspectos poco conocidos de un periodo tan complejo como el de los años inmediatamente posteriores al fin de la guerra. Un tiempo que proporciona pistas sobre la evolución posterior de Europa y que nos puede aleccionar sobre errores que no se deberían cometer de nuevo.


