Crónicas, reportajes, periodismo, en un catálogo editorial (Anagrama 1969-2005) I

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A modo de preámbulo

Como quizás recuerden los más ancianos del lugar que estén exentos aún de deterioros neuronales en la zona alta, durante la primera década de la editorial, los 70, el espacio lo ocupó de forma muy destacada la no-ficción, ensayos de todo tipo, reportajes, libros de conversaciones, diseminados en diversas colecciones. En 1977 empezó la colección «Contraseñas», la colección estandarte del Nuevo Periodismo. A partir de 1981, la narrativa conquistó la hegemonía en nuestro catálogo, aunque en 1987 se inició una colección con el inequívoco rótulo de «Crónicas».
Desde hace ya bastantes años, la programación de Anagrama se reparte del siguiente modo: dos tercios dedicados a la narrativa (fundamentalmente de ficción) y un tercio a la no-ficción (ensayos, reportajes, textos memorialísticos).
Así pues, el reto es cómo ordenar y concentrar y resumir una crónica a partir de los muchos centenares de títulos «sin ficción» del catálogo, es decir cómo hacer un editing plausible, manejable y, a ser posible, no demasiado indigesto de este alud de publicaciones.

La década de los 70

Un recordatorio del primer título de cada una de las tres colecciones de Anagrama. En «Argumentos», dedicada al ensayo y las ciencias sociales, fue Detalles, una compilación de ensayos y reportajes culturales de Hans Magnus Enzensberger, un maestro genial en esos y otros registros. En «Documentos», la colección más directamente política, fue Los procesos de Moscú, una investigación del historiador trotskista Pierre Broué, una crítica del estalinismo desde la izquierda, documentadísima y feroz. Y en «Textos», una colección en catalán de efímera existencia, L’ofici de viure, considerado su obra maestra, los diarios del novelista italiano Cesare Pavese, uno de los autores de culto de la época. Tres ejemplos premonitorios de tres áreas muy presentes en nuestro catálogo: los reportajes culturales, las investigaciones histórico-políticas, el memorialismo.

En la colección «Documentos» (1969-1982), con 37 libros publicados, pese a los muchos títulos prohibidos por la censura, aparecieron varios significativos reportajes políticos, empezando por el ya citado Los procesos de Moscú, donde se da cuenta de los tres procesos públicos de Moscú en los que la casi totalidad de los viejos bolcheviques, los protagonistas de la revolución de Octubre, fueron acusados de conspiración permanente, animada por Trostki, para ocupar el poder con el apoyo del capitalismo. Todos ellos «confesaron» su culpabilidad y fueron condenados y ejecutados, y se inició una gigantesca depuración que costó millones de muertos, una de las experiencias más traumáticas que la experiencia soviética deparó en primer lugar a su propio país, y también a la izquierda internacional. Pierre Broué seleccionó amplios fragmentos de las actas estenográficas de las audiencias públicas entre las que destaca la confesión de Bujarin, el más brillante de los acusados, con su célebre teoría de la «conciencia desdoblada».
En la colección se publicaron, por ejemplo, Crónica de Marx de Maximilien Rubel, Crónica de Trotski de Heinz Abosch y Crónica de Lenin de Gerda y Hermann Weber, en los que de forma escueta se llevaba un amplio repaso de las peripecias de esos protagonistas de la historia del siglo XX. La gran escritora norteamericana Mary McCarthy recogió sus reportajes sobre el desenmascaramiento y la caída de Nixon en sus Retratos de Watergate. También aparece el Che Guevara con sus célebres Pasajes de la guerra revolucionaria, la crónica de Sierra Maestra, mientras que Enzensberger nos brinda en El interrogatorio de La Habana varias aproximaciones a la revolución cubana, primero de forma entusiasta pero luego abiertamente crítica, lo que le valió la consecuente excomulgación. En uno de ellos acuñó el concepto de «turismo revolucionario», donde se estudia el fenómeno de los «delegados», toda persona que visita un país socialista procedente de un país amigo o, preferentemente, el comunista que viene de un país no comunista. Una visión de dicho «turismo» inevitablemente irónica y crítica.
Enzensberger aparece de nuevo con una obra muy ambiciosa: Conversaciones con Marx y Engels, que no son tales conversaciones sino un erudito y esclarecedor montaje de los testimonios escritos sobre ellos por los contemporáneos de ambos pensadores, seguido de un astuto y exacto apéndice que recoge las opiniones (muy a menudo devastadoras) del propio Marx acerca de dichos contemporáneos que tanto le adularon.
El gran historiador del anarquismo Arthur Lehning llevó a cabo una operación similar con sus Conversaciones con Bakunin (aunque sin epílogo maligno). Dos interesantes testimonios sobre los convulsos tiempos en Estados Unidos durante la guerra de Vietnam fueron La revuelta de Berkeley de Hal Draper y La revuelta del Poder Negro de Floyd
B. Barbour. Y también publicamos en la editorial, por primera vez, a Günter Wallraff con una antología de sus reportajes de investigación con el significativo (y «merecido») título de El periodista indeseable.
El dramático proceso chileno aparece en Chile bajo Pinochet de la mano del periodista francés Claude Katz, quien en 1975 realizó una incursión clandestina en Chile que desembocó en la colección de entrevistas recogidas en este volumen. Una pequeña anécdota: enterado de que Pinochet visitaría Madrid, para honrar debidamente el funeral de Franco, aceleré la publicación del volumen para que estuviera en las librerías madrileñas durante su visita. Tan elogiable proyecto quedó truncado por la censura, que secuestró el libro, un secuestro que duró sólo unas semanas, hasta la partida de Pinochet.
Pero, haciendo marcha atrás, hubo otro libro, Los Tupamaros, de los periodistas uruguayos Antonio Mercader y Jorge de Vera, que tuvo un peor destino. A lo largo del reportaje dieron la palabra a los imaginativos guerrilleros urbanos en el apartado «Hablan los tupamaros», pero también había otro titulado «Habla la policía». En su cauteloso prólogo a la edición uruguaya de Alfa, en 1969, los autores afirman que «este libro se coloca bajo la advocación de la objetividad periodística»; si se olvida, el lector «corre el riesgo de descubrir a la vuelta de una página o tras cualquier adjetivo, una intención política que no estaba en nuestros cálculos». Dicha cautela no resultó eficaz para la censura franquista de 1970. Y debo confesar que con razón, con las razones suyas, claro: se trataba de jugar al límite de las posibilidades de sortearla y, por lo visto, traspasé dicho límite. El libro fue secuestrado, tuve que pagar una multa de 100.000 pesetas, si bien recuerdo, bastante cuantiosa para la época, fui procesado por el temible TOP, el Tribunal de Orden Público, y estuve en libertad bajo fianza hasta que hubo una suerte de amplia amnistía, el llamado «indulto Matesa», para salvar las trapacerías de una empresa con vinculaciones con el régimen y el Opus Dei. Sin embargo, el libro no pudo ser distribuido hasta después de la muerte de Franco, cuando el interés por el tema era ya muy escaso.

Dejando atrás estos títulos que hoy pertenecen, muchos de ellos, al ámbito de la arqueología política, quisiera destacar dos excelentes reportajes culturales aparecidos en una colección llamada «Serie Informal».
Historia personal del «boom», de 1972, es un libro del escritor chileno y buen amigo José Donoso, entonces residente en Barcelona, donde acababa de publicar con gran éxito su novela El obsceno pájaro de la noche. Dicho reportaje es, por una parte, una autobiografía literaria; por otra, la crónica, desde dentro, del famoso boom latinoamericano, entonces en todo su esplendor. Un panorama informadísimo y juguetón y, pese a su brevedad, un texto desenfadadamente fundamental. Hubo una presentación sonadísima en la librería Cinc d’Oros de Barcelona, ahora desaparecida, pero entonces imprescindible, y luego un fin de fiesta mientras los cuerpos aguantaron, y aguantaron hasta la madrugada, en el ineludible Bocaccio.
Alberto Arbasino, uno de los escritores más brillantes y polémicos de la vanguardia italiana, nos obsequió con off-off en 1971, un viaje informadísimo y amenísimo sobre las peripecias de la vanguardia literaria, estética y sociopolítica en variadas geografías y múltiples registros. Un libro que fue como un curso de doctorado para los modernos más o menos enterados, mientras que supuso una inmersión total para los más ignorantes. Arbasino, con este libro, se convirtió en algo así como un primo hermano europeo de Tom Wolfe, entonces un escritor casi desconocido en España, cuyos primeros títulos en dicha colección fueron La Izquierda Exquisita & Maumauando al parachoques, en 1973, y La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop, en 1974, seguido por La palabra pintada (1976) y ¿Quién teme al Bauhaus feroz? (1982), dos insolentes aproximaciones (o panfletos) sobre la pintura y arquitectura modernas, respectivamente. Y con Tom Wolfe entramos en el siguiente apartado.

El Nuevo Periodismo y la colección «Contraseñas»

Para los interesados en el tema, en el catálogo de Anagrama pueden encontrarse dos antologías. Una es la muy célebre El Nuevo Periodismo, prologada y antologada por Tom Wolfe, con textos de autores como Norman Mailer, Terry Southern, John Gregory Dunne, Joe McGinnis o Rex Reed. Una antología que tiene desde hace décadas, incluso en nuestro país, rango académico, con ocho ediciones desde la primera en 1977.
En su extensa introducción a la antología El Nuevo Periodismo, devastadoramente divertida (dicho sea de paso), Tom Wolfe cuenta cómo la novela daba la espalda a las muchas cosas que pasaban en la América de los 60, «los locos años sesenta, obscenos, tumultuosos, mau-mau, empapados en droga, rezumantes de concupiscencia», consagrándose a estériles especulaciones en los dominios de la fabulación, la metaficción, etc., etc., cuando irrumpieron, de sopetón, los periodistas del lumpenproletariado, que publicaban en periódicos y revistas sin prestigio, sin aura literaria, y empezaron a escribir reportajes vívidos, diferentes, contagiosos. La etiqueta empieza a consolidarse cuando el prestigioso crítico literario Seymour Krim, que ya había sido uno de los impulsores de la generacion beat, escribe, en 1965, un artículo sobre este extraño fenómeno, el Nuevo Periodismo. Y cuando podía pronosticarse que los nuevos periodistas o «paraperiodistas», como también se les llamó, desdeñosamente, se iban a extinguir «por sí solos, como una bengala», escribe Tom Wolfe, reciben de forma inesperada dos apoyos portentosos: el de Truman Capote con A sangre fría (aunque su autor se apresura a etiquetarla como novela de no-ficción) y el de Norman Mailer con Los ejércitos de la noche (que también se desmarca tácticamente con el subtítulo: La Novela como Historia, la Historia como Novela). A partir de entonces, 1969, afirma Tom Wolfe, «no existía nadie en el mundo literario que se permitiese desechar llanamente el Nuevo Periodismo como un género literario inferior».
Y también dictamina: «El genio de todo escritor —tanto en ficción, como en no-ficción— se verá gravemente coartado si no puede dominar o si abandona las técnicas del realismo.» Y enumera los cuatro procedimientos que pueden estimular la memoria del lector, una operación fundamental. Dichos cuatro procedimientos, el Evangelio según Tom Wolfe, son bien conocidos: la construcción escena-porescena; registrar el diálogo en su totalidad; el punto de vista en tercera persona; el registro de los estatus, de la categoría social de las personas. Y concluye que la unidad fundamental de trabajo es la escena, y el problema fundamental del reportero es estar el máximo de tiempo con la persona con la que se quiere escribir para que las escenas pasen ante sus ojos.
Tom Wolfe ridiculiza la obsesión por la novela, lo único que valía la pena: «La Novela no era una simple forma literaria. Era un fenómeno psicológico. Era una fiebre cerebral.» Irónicamente el propio Wolfe, después de su extraordinario reportaje sobre los astronautas Lo que hay que tener, se sintió impelido a escribir una Novela con muchas mayúsculas y mucho énfasis. Y no fueron una sino tres: la primera (y única publicada por Anagrama), La hoguera de las vanidades, brillante; la segunda, Todo un hombre, aceptable; la tercera, Soy Charlotte Simmons, un fracaso sin paliativos. En El Nuevo Periodismo Tom Wolfe había escrito: «La novela parecía el último de uno de aquellos fenomenales golpes de suerte, como encontrar oro o extraer petróleo.» Y Wolfe encontró oro y petróleo con los anticipos de sus novelas. No así los editores de la tercera novela, que sufrieron un severo descalabro.

La otra antología se tituló Reportajes. (El Nuevo Periodismo en «Rolling Stone»), a cargo de Paul Scanlon, director de la célebre revista, iniciada en 1967, en la que aparecieron, como es sabido, muchos de los más rompedores reportajes norteamericanos. Por ello se acuñó el cliché de que dicha antología era la auténtica novela norteamericana contemporánea. Rolling Stone empezó orientada a la música rock, en una época en la que «la mayoría de las publicaciones (tanto revistas como periódicos)», escribe Paul Scanlon, «no sólo no se tomaban en serio la música sino que no entendían su significado cultural», y al poco tiempo amplió notable y atrevidamente el área de sus intereses. En cuanto al presunto estilo Rolling Stone, Scanlon responde que se trata «de conseguir un espacio para quince mil palabras, o dejar al escritor desarrollar libremente una idea nueva, o desafiar lo que uno considera la actitud de su público». En suma, que «el Nuevo Periodismo, como el estilo Rolling Stone, es una cuestión de actitud más que de forma. Muchos de los artículos y trabajos incluidos en este libro tratan de acontecimientos que también abordaron la prensa diaria y otras publicaciones periódicas. Y la mayoría de esos otros artículos se vieron limitados por fórmulas consagradas y precisas o por falta de espacio suficiente, o empañados por la incapacidad de la publicación para sacrificar una o dos vacas sagradas. Algunos de los trabajos incluidos aquí son estilísticamente audaces; otros consisten básicamente en periodismo de información, convencional y directo. Pero todos son, a su manera, únicos. Y esto nos lleva a la cuestión definitiva: ¿Qué es el estilo Rolling Stone? Es, literalmente, la suma de sus partes».
En la antología aparecen Joe Eszterhas, el luego multimillonario guionista de Instinto básico, Hunter S. Thompson, el inventor y sumo sacerdote del periodismo gonzo, que hace poco se suicidó con estrépito (y nunca mejor dicho), o Howard Kohn con el estremecedor repor-taje «El terrible poder de la industria nuclear y cómo silenció a Karen Silkwood», sobre el misterioso y mortal accidente automovilístico de Karen Silkwood cuando llevaba consigo pruebas de fraude y violaciones a la seguridad en la fábrica de plutonio donde trabajaba. Un caso famoso que fue luego llevado al cine. Consagrar, pues, el máximo de tiempo al reportaje, según Tom Wolfe, y el máximo de espacio, como el que ofrece Rolling Stone: el periodista no debe ahorrar tiempo ni la revista espacio, una fórmula sólo aparentemente sencilla.
Con el típico movimiento de péndulo, el éxito del Nuevo Periodismo y los abusos de sus epígonos, o el concepto mismo, han provocado el consabido rechazo, en especial por parte de los severos jansenistas del periodismo sin adjetivar, el periodismo de los hechos. Así, Arcadi Espada califica al autor de A sangre fría de «el maldito», «el abyecto», y cita a Álvaro Pombo, quien afirma: «Cuando la ficción se mezcla con la historia la convierte en ficción.»
Aparte de estas antologías, en «Contraseñas» aparecieron las obras más significativas del Nuevo Periodismo, empezando por las del propio Tom Wolfe, que brilló a su mayor altura en Lo que hay que tener, el reportaje sobre los astronautas (llevado al cine con el título de Elegidos para la gloria), y Ponche de ácido lisérgico, en el que acompañaba a Ken Kesey, el autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, y su banda de los Merry Pranksters (los Alegres Pillastres), en su viaje por América repartiendo ácido lisérgico a bordo de un auto-bús conducido por el legendario Neal Cassady, el mismo que con Burroughs y Kerouac formó el núcleo duro de los beatniks, y a quien este último inmortalizó en su novela En el camino con el nombre de Dean Moriarty, quien atraviesa frenéticamente el país junto a Sal Paradise (Jack Kerouac), su gran amigo. Neal Cassady, pues, como el enlace simbólico entre la generación beat de los años 50 y la contra-cultura de los 70.
Hunter S. Thompson, el más enloquecido de todos los Nuevos Periodistas, acuñó la expresión de «periodismo gonzo», aquel en que el narrador es el protagonista y desencadenante de la acción. Su obra más célebre es Miedo y asco en Las Vegas, pero antes escribió Los Ángeles del Infierno. Una extraña y terrible saga, en la que narra sus peripecias con la temible banda, rodando en la carretera con ellos durante dieciocho meses, hasta que lo dejan tirado, medio muerto de una paliza. Como escribió Tom Wolfe: «Mientras estaba allí tumbado en el suelo escupiendo sangre y dientes, la frase que perseguía le llegó como un relámpago desde el corazón de las tinieblas: “¡Exterminad a todos los brutos!”» Hace poco Thompson se suicidó, descerrajándose un tiro, para no asistir a su propia decrepitud, y se organizó, según sus deseos escritos, un sonoro funeral: de un cañonazo se esparcieron sus cenizas por el bosque, ante la presencia de sus muchos amigos.
Otra joya de la colección es Despachos de guerra de Michael Herr, el libro que mejor captó los horrores de la guerra de Vietnam y sus secuelas físicas y psíquicas entre los soldados norteamericanos que sobrevivieron. «Yo fui a cubrir la guerra y la guerra me cubrió a mí», escribió Herr, «una vieja historia a menos que aún no la conocieras.» El propio Herr apenas escribió después de este libro extraordinario. Otro reportaje delirante fue Ciego de nieve. Traficando con cocaína de Robert Sabbag. Y finalmente, para terminar con textos periodísticos de la colección, y a la vez muy significativos del espíritu de la misma, el cineasta John Waters, el rey del trash, de la basura, reunió una serie de sus extravagantes y chiflados artículos con el título de Majareta. Las obsesiones del autor de «Pink Flamingos». Una curiosidad: desde hacía años yo le insistía a Pedro Almodóvar, sin éxito, para que recuperase sus escritos de la época de la revista La Luna, que era algo así como el Boletín Oficial de la movida madrileña. Le envié el libro de su idolatrado John Waters y eso le decidió: al poco tiempo publicamos Patty Diphusa y otros textos.
Y aunque aparecieron en otra colección, «Panorama de narrativas», por motivos editoriales, deben figurar aquí títulos tan imprescindibles como Los perros ladran, A sangre fría, Música para camaleones y Retratos de Truman Capote y Los ejércitos de la noche y La Canción del Verdugo de Norman Mailer.

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