De la máquina es una novela que combina humor, ironía y análisis por igual; una novela que se desenvuelve con aparente facilidad, haciendo gala de una trama que puede engañar por escasez de recovecos, pero que termina por encerrar una visión social descarnada y ácida. Alberto Lema es un buen retratista, un observador de la realidad con una habilidad para mostrar el día a día de las personas comunes: si en Sidecar la historia era más mundana, más «de barrio», en De la máquina opta por un universo que oscila entre lo fantástico y lo distópico, dando forma así a una trama inconexa que, precisamente, saca partido a las omisiones y las lagunas para provocar en el lector curiosidad.
La novela gira en torno a una inteligencia artificial que cobra sentido de sí misma durante una partida de ajedrez; esta máquina irá adquiriendo conocimientos e ideas poco a poco, formando así una personalidad compleja. Una vez alcanzada su consciencia total, la entidad inicia un plan para subvertir la sociedad, que acarreará inesperadas consecuencias para casi todos los protagonistas que tienen alguna relación con ella.
Lema presenta un texto que arranca con vocación de thriller, pero que pronto apunta a otras latitudes menos evidentes. Aunque tenemos policías, espías estadounidenses o misteriosas mujeres, lo cierto es que De la máquina tiene su mejor baza en su parte central, cuando el lector descubre (cuidado con posibles spoilers: avisados quedan) que la inteligencia artificial, lejos de buscar una aniquilación sin sentido —no, señores: esto no es una película de Hollywood—, teje una estrategia calculada para iniciar una revolución a gran escala. El libro nos muestra, con sutileza y vigor, cómo nos enfrentamos a una situación desesperada desde una posición igualmente desesperada: entablar una lucha (parece insinuarse) significa asumir la debilidad, la desigualdad, para empezar la oposición desde abajo.
El hecho de que sea una máquina la que inicia ese proceso revolucionario implica una crítica abierta a un sistema que, representado por algunos de los personajes, no ofrece más salida que la abulia. Lema retrata a algunos protagonistas con cierta desgana, pero no cabe duda de que sus rasgos son arquetipos de un prototipo fruto de una sociedad languideciente y herida de muerte. La novela no hace sino recordarnos que la revolución no sólo exige sacrificios, sino (sobre todo) compromisos. Quizá por ello sólo una entidad artificial, no humana, es capaz de observar los fallos, analizar las causas y trazar un plan de acción. Los protagonistas humanos que se pasean por estas páginas se presentan desnortados, carentes de objetivos y faltos de recursos; incluso aquellos que pasan por ser héroes, o al menos pertenecer al bando de los «buenos», se muestran como marionetas incapaces de entender con claridad lo que sucede a su alrededor.
Como texto narrativo, De la máquina es demasiado fragmentario; abusa de la elipsis y presenta personajes que poco o nada aportan al conjunto. No obstante, el tema que aborda y el tratamiento que escoge el autor merece más que un simple vistazo. Alberto Lema se atreve a encarar la descripción de una realidad infausta, fétida, con un estilo detallista y perspicaz. Sus personajes pueden no ser geniales, pero sí que dejan huella en el lector por su cercanía, su aire conocido. Con sus deméritos obvios, De la máquina ofrece en sus página mucha realidad: algo que hoy día es muy necesario.
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