El bandido es la última novela en la que Robert Walser trabajó antes de abandonar la escritura y recluirse voluntariamente en una clÃnica psiquiátrica. De hecho esta novela existe solo en la versión de un borrador que fue descubierto tras su muerte. Dicho borrador, que se encontraba mezclado con los de otras piezas, no tenÃa tÃtulo y en él se narra la historia de un joven al que el narrador se refiere como «el bandido».
Personalmente, esa labor de los crÃticos, editores y albaceas literarios, dedicados a husmear entre los papeles de un escritor muerto me resulta fascinante y repugnante a un tiempo. No puedo evitar pensar en ella como como una falta de respeto hacia el difunto, al tiempo que, de forma egoÃsta, la entiendo como una labor en favor de los ávidos lectores. Sobre todo cuando, como en este caso, permite rescatar del olvido un texto original, ameno y entretenido.
La historia de El bandido es sencilla, e incluso puede decirse que está poco desarrollada. En ella se narran las vicisitudes de un joven entre dos mujeres: sustituyó a una por otra, aunque parece que con ninguna de las dos hubo nada serio. Y mientras la relación con ambas mujeres parece ser el hilo conductor de la historia, el narrador aprovecha para ir contándonos cosas del protagonista que no es sino un joven idealista, que busca mantener su libertad y mantenerse al margen de los prejuicios de la sociedad como única manera de mantener el estado de beatitud en el que vive. En resumen, un hombre que vive aún en ese momento en que uno todavÃa puede permitirse creer que todo es posible.
Pero lo original en esta novela es, sin duda alguna, precisamente el narrador. Es su voz la que otorga originalidad a una historia que, por otra parte, se ha repetido mil veces en la historia de la literatura. Se trata de un narrador socarrón, que trata a su personaje con una absoluta falta de respeto y cuya mayor preocupación consiste en que el lector no vaya a confundirle a él con el bandido, idea en la que insiste una y otra vez a lo largo del texto: «¿Confundirme yo con semejante tipo? SerÃa el colmo.» o «De pronto reaparece ese estúpido bandido, y yo desaparezco detrás de él.» Aunque, naturalmente, es fácil vislumbrar que uno y otro son la misma persona, y que ambos tienen mucho del propio Robert Walser: Los cisnes en el estanque del castillo, la fachada renacentista. «¿Dónde lo habré visto? O mejor: ¿dónde lo habrá visto el bandido?»
Además, el narrador entabla una conversación con el lector en una imitación de una narración oral que es, sin embargo, absolutamente literaria. El narrador cuenta, pero cuenta por escrito y asà lo hace constar. Solo que se permite ir intercalando observaciones destinadas al lector, que bien puede ser indicaciones de por donde va a continuar la historia, comentarios sardónicos sobre su personaje e, incluso, aclaraciones sobre el propio trabajo literario:
Estos rodeos que hago tienen el propósito de llenar el tiempo, pues tengo que alcanzar un libro de cierta extensión si no quiero que me desprecien más profundamente de lo que ya me desprecian. Esto no puede seguir asÃ. Los vividores del lugar me llaman necio porque las novelas no me caen de los bolsillos.
Desde ahora les recomiendo la lectura de esta novela breve pero sabrosa, un interesante ejercicio literario que es, además, capaz de divertir.
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