Roland Barthes realizó con «El Imperio de los signos» un curioso acercamiento a la cultura japonesa. Como semiólogo, quiso acercarse a la cultura japonesa desprendiéndose de toda idea preconcebida, estudiando algunos rasgos típicos de esa cultura como meros signos pero sin buscar trascender su significado. Así, mediante un juego mental algo complicado, el autor busca plasmar lo japonés evitando la traducción de sus características, no tanto a nuestra lengua, como a nuestra estructura mental occidental.
Barthes subraya la pertinencia de su intención al acercarse así a lo japonés en cuanto que en Japón el signo gobierna en cierto sentido toda manifestación vital. En la cultura japonesa el sujeto no existe, en parte como reflejo de la filosofía zen, y son las circunstancias que lo rodean y envuelven las que nos acercan a él, representándolo.
Pero al mismo tiempo, y de manera paradójica pero plena de lógica, el signo es una envoltura vacía. El significante huye del significado, rompiendo el vínculo que debería unirlos, para no ser más que signo, imagen, representación. ¿De qué? Del vacío. La nada es el interior y el símbolo es sólo un exterior cambiante que nada quiere expresar. Desde esta peculiar óptica, Barthes se adentra en distintos aspectos de la cultura japonesa, a través de los cuales desarrolla la idea de significante vacío.
De este modo se examinan la comida y sus útiles, como una imagen de la liviandad, de la parquedad y de la estructuración de la presentación que, sin embargo, el comensal rompe al elegir el orden en el cual tomar los alimentos servidos todos a la vez pero perfectamente separados y en pequeñas cantidades. En contraste con la ostentosa acumulación occidental, la contención japonesa. Lo mínimo como paso previo a la nada.
Así mismo, Barthes explora la ciudad japonesa y nos describe Tokio, una ciudad cuyas calles carecen de nombre y cuyo centro está vacío. Mientras que en Occidente el centro de las ciudades está ocupado por el poder religioso, político y administrativo, representados todos ellos por catedrales, ministerios y palacios, el centro de Tokio lo llena el palacio imperial, ocupado por un ser tradicionalmente divinizado e invisible. Es decir, el centro no cuenta para la vida ciudadana que en su día a día esquiva ese vacío que, sin embargo, se asume con naturalidad. Y en el centro de esa nada, se encuentra una idea, la de la divinidad imperial, ya vacía de significado también.
El teatro Bunraku, en el que unas marionetas de dos metros son movidas por tres personas para representar una historia que un narrador cuenta acompañado por una música sucinta, sirve también al autor para demostrar el predominio del significante en Japón. En Occidente toda representación teatral busca realzar el significado: el actor se aleja de sí mismo para convencer al público de la realidad del personaje. En Japón por el contrario, el actor busca estar presente, su esencia misma es la que alude al significado y lo señala dejando constancia de que el actor no es el significado sino que éste está más allá de él. De ahí que tenga sentido que en el teatro tradicional los papeles femeninos sean representados por hombres. Lejos de presentar una escena grotesca, la de un varón travestido, el actor alude, señala, representa lo femenino dejando claro que lo femenino no es él. Se destaca el significante como manera de llegar al significado.
También los haikus son una muestra de la ausencia de significado. El haiku, con su hermosa sencillez, no pretende decir nada, es un poema meramente descriptivo que prende con pocas palabras un instante. Un instante igual al que lo precede y al que lo seguirá, sin más trascendencia que la de ser ese instante. El significado y el significante pasan a ser la misma cosa: el uno remite al otro, el otro es igual al uno.
Barthes logra acercarnos así a una cultura donde símbolo y significado se conciben como algo indisolublemente unido y, sin embargo, claramente diferenciado, siendo el símbolo igual de representativo que el significado.
[…] y en principio siguió el camino de Sartre; comenta el análisis de los haikus que realizó en El imperio de los signos, como forma de escritura fragmentaria, trozos de discurso discontinuos que son semejantes al estilo […]
«El imperio de los signos» acaba de ser reeditado, ya está en algunas librerías, lo ví en una que está por corrientes pasando callao (hacia once) vale unos $130.
Suerte
hola
Estoy tratando de conseguir el libro.
si saben donde lo puedo hallar se los agradeceria muchisimo!!!!!!
Zulma Rodriguez
[…] de viaje que lo hicieron antes y mejor-,en este caso se trata de un “no-centro”, en palabras de Barthes. Si el viajero se aventura a abandonar la línea Yamanote y tomar transbordos hacia la Estación […]