Hazard y Fissile – Raymond Queneau

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Hazard y Fissile - Raymond QueneauSeix Barral publica ahora Hazard y Fissile, una novela inconclusa e inédita hasta la fecha del genio surrealista Raymond Queneau. Inspirado por las populares novelas de Fantômas, Queneau compone una estrambótica historia repleta de crímenes, misterio, absurdo y humor.

Como surrealistas, el texto, la historia y el autor se lo permiten todo. La historia se desarrolla en un vértigo, no es más que una locura acelerada que los personajes atraviesan sin sosiego. Lo inverosímil, lo fantástico, puede ocurrir, y ocurre. Existen pulpos amaestrados, asesinatos, secuestros, explosiones de bomba, magia negra y un hombre de vidrio que se rompe.

Por su parte, los personajes mutan a cada paso —y no nos referimos meramente a un cambio de nombre que pudiera deberse simplemente a un trabajo inconcluso, falto de revisión—: tenemos un geómetra al que el autor obliga a ser entomólogo en beneficio de la historia, un payaso, un mayordomo que muda en asesino y luego en trabajador circense, un banquero, un boxeador negro con acento alsaciano y quince pulpos de Guinea, entre otros, que desfilan por las páginas de Hazard y Fissile.

Los personajes conocen al autor, se quejan de los papeles que les ha tocado desempeñar o le ocultan habilidades de las que no quieren que se aprovechen para contar su historia. Es como si se tratase de un grupo de actores que se prestan a representar el papel que el autor les asigna, pero de vez en vez se levantan la careta para hacerse un guiño entre ellos o al lector:

-Ha recibido usted una buena educación, por lo que veo.
-En efecto, poseo una amplia cultura clásica y sólidos conocimientos científicos.
-¿Y por qué trabaja en ese oficio de… criado?
-¡Calle! El autor no sabe nada de todo esto, no le ponga usted en un aprieto.

Mientras, el autor suspende un momento el curso alocado de la narración para confesar su propia falta de maestría: «La conversación se prolongó un poco más. El autor, no muy hábil, se dispensa de contarla. Prefiere poner unos puntos suspensivos»; interpelar al lector: «Ruego al lector que sepa apreciar las réplicas de Jacqueline, espirituales y llenas de gracia. Es toda una francesita corajuda. Pero sigamos»; o reflexionar sobre la obra: «¿Qué estás esperando, lector de respiración acelerada por el relato de los hechos que acabas de leer? ¿Qué quieres que haga con estos personajes recogidos en la arena de una playa un día de aburrimiento y que apenas consiguen entretenerme? ¿De veras que te divierten? En fin, hay gente que se contenta con bien poco, aunque debo confesar que esta novela está a cien kilómetros de cualquier otra del mismo género».

A medida que la novela progresa, la historia se va desflecando. Como trabajo inacabado, algunas escenas son meros esbozos. Hacia el final (del texto, que no de la historia), parecen meras anotaciones sobre por dónde discurrirá la historia. El propio autor confiesa que lleva tres meses sin trabajar en ella y decide cambiar el nombre a sus personajes.

Por todo ello, Hazard y Fissile se debe leer como una historia fantástica; pero, sobre todo, como un divertimento que trasciende a la novela, un tanteo que prueba nuevas fórmulas de entender la narración. Y, aun así, una novela para hacer disfrutar al lector.

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