Sintetizar el estado anímico de una sociedad es, sin duda, una tarea compleja. El estado del malestar traza un modesto mapa de esa situación y estudia el impacto que la modernidad (en forma de tecnología, pero también en otras manifestaciones bien distintas) está causando en las personas.
Quizá el problema de este ensayo de Raúl Eguizábal es que abarca demasiado y no se centra en ningún aspecto concreto. El autor nos habla sobre el capitalismo, la televisión o la publicidad, pero en ningún caso profundiza demasiado en sus propias tesis y tampoco aporta un conato de solución; por supuesto, esto último es muy difícil de conseguir, pero se agradecería un mayor compromiso con los temas que se tratan. La superficialidad con la que se abordan algunas cuestiones y el estilo reiterativo de Eguizábal hacen que algunos epígrafes del libro sean prescindibles.
Por otro lado, es loable la intención del ensayista por mostrar el impacto de la tecnología sobre la sociedad actual. Como decía antes, no sólo se trata de la tecnología como avances en innovación, sino de la influencia que ésta tiene en muchos aspectos de la vida cotidiana, ya sea en la política, la cultura o incluso en nuestras emociones. Esa influencia se traduce en una serie de cambios que se han producido con muchísima rapidez en los últimos años, convirtiendo en obsoletos muchos de nuestros referentes y destruyendo algunas certezas que creíamos inquebrantables. Eguizábal, por ejemplo, es muy crítico con el papel que los gobiernos están jugando en esta lucha por la adaptación a los nuevos tiempos; más allá de los derechos sociales o las políticas concretas, lo que observa es una tendencia por la estandarización, por igualar por lo bajo a toda la sociedad, de manera que la exaltación quede eliminada radicalmente: «Desde el poder sentimental, neutralizador e igualador, y bajo la coartada de la democracia, se busca el recorte de las diferencias, la semejanza hasta en lo personal, ni demasiado gordos ni demasiado flacos, ni demasiado apasionados ni excesivamente sosegados. Todo neutralidad, todo tibieza. No la igualdad de oportunidades sino, más allá, la igualdad de resultados.»
Por supuesto, esa maquinaria de «deshumanización» viene encabezada por los medios de comunicación, a los que el autor dedica sus páginas más inspiradas (no en vano es profesor de publicidad en la facultad de Ciencias de la Información de la UCM). La repetición mediática provoca una suerte de estado de alucinación colectivo que nos hurta la posibilidad de conseguir verdadera información: apabullados por la reiteración masiva de noticias (las mismas noticias, los mismos comunicadores, los mismos sujetos…) terminamos por elegir la inacción, una reacción casi evidente ante la sedicente pluralidad. Como el mismo Eguizábal afirma:
Si la televisión es un poder, no lo es por lo que dice, sino por lo que oculta con su verborrea de vendedor de baratijas. […] No es solamente un negocio, es la creación de un universo simbólico mediante el cual el espectador se explica el mundo; por ello los medios de comunicación han ido dejando de ser una propiedad de los anunciantes para pasar a ser propiedad de grupos de presión teñidos ideológicamente.
De ahí, entre otras cosas, se deriva el estado de cosas en el que nos encontramos, con una sociedad marcada por la «falta de autoridad moral e intelectual» y dominada por una concepción del placer que estigmatiza el esfuerzo y el dolor. Elementos todos ellos (obvio es decirlo) que se necesitan para humanizarse y comprender los continuos cambios que estamos viviendo, u otros que vendrán.
El estado del malestar es un ensayo interesante, con algunas ideas muy inteligentes, si bien un tanto redundante y autocomplaciente. Se echa un falta un poco más de profundidad de análisis y de mordiente por parte del autor, pero aun con eso resulta una lectura interesante.
Empezar a discutir sobre las relaciones enajenantes que fomenta la tecnología es una misión harto dificil. Esperemos que solo sea un trabajo incial. Podríamos regresar a la obra de Guy Debord, o Baudrillar, si es que este libro no cumple con nuestras exigencias.