La escultura de sí – Michel Onfray

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La escultura de sí - Michel OnfrayLo mejor que se puede decir de este libro es que rebosa inteligencia y sentido común. Y digo «lo mejor» porque se podría hablar largo y tendido sobre «La escultura de sí» y los planteamientos ético-estéticos que propone Michel Onfray. Sin olvidar, por cierto, la belleza de la escritura del autor, que, al igual que Nietzsche (profusamente citado en el libro), elabora sus tesis sin perder de vista el vehículo que las transmite: el lenguaje; así, el estilo del pensador francés es elegante y preciso, sutil y enérgico, conformando una obra de lectura agradecida y enjundioso fondo.

La idea central del ensayo ya se entrevé en el subtítulo que ostenta: ‘Por una moral estética’. En pocas palabras, «La escultura de sí» defiende la figura del ser humano que hace de la ética una estética: el hombre que, frente a las virtudes tradicionalmente consideradas como correctas (en el sentido de estrictas, moderadas; es decir, la contención, la humildad, el perdón…), se erige en imagen de la energía, de la grandeza, de la diferencia, de lo sublime y lo virtuoso. Onfray propugna una estética de la moral que eleve y afirme al ser humano, que lo aleje del imperativo que se le impone desde fuera (ya sea desde el Estado, desde una religión o cualquier otra instancia superior) y sólo obedezca a su propia voluntad. Para ello, como explica en la introducción, se apoya en la figura del Condotiero, un mercenario que, contra lo que se pudiera esperar de él, encarnaba las virtudes más extensas y variopintas. El propio autor lo explica de forma magistral:

[…] la figura ética del Condotiero me sigue pareciendo ejemplar. Muestra una fuerza en acto que está dispuesta a sobrepasar el nihilismo, a desbordar por todas partes a los tibios, los indecisos, los curas, los moralizadores, los partidarios de la compunción, la humildad, las flagelaciones y la muerte. […] Su combate persigue la soberanía absoluta sobre sí mismo, su victoria será la producción de sí mismo como excepción, un ser sin doble ni duplicación posible.

De todo esto surge una figura radicalmente libre, que abomina de lo que Onfray llama «ideas fijas», ya que la admiración por éstas «dispensa de un cuidado auténtico de lo real». El burgués, el hombre común, se conforma con una mediocridad gris que lo subsume en la masa y le impide brillar con luz propia; su mimetismo aspira al término medio (y se apunta aquí que «medio» y «mediocre» comparten etimología), la grandeza le parece una virtud imposible y casi prohibida. Como si fuera un verdadero artista de la ética, el Condotiero de Michel Onfray busca el estilo: una elevación que se opone a la horizontalidad —al apoltronamiento— y que aspira a lo único, lo diferente. Se apuesta por un hedonismo bien entendido, rico en placeres y que huye de las renuncias (el «placer negativo», según el autor), porque el hedonismo es afirmativo y vital, persigue la alegría del ser y no concede al sufrimiento ninguna oportunidad.

El autor busca una persona que seleccione sus afinidades, que no ame al prójimo sin más, que practique una aristocracia del sentimiento. Es lícito despreciar o ignorar a nuestros semejantes si no se encuentran puntos de conexión con ellos, frente al amor cristiano que todo lo iguala; esa igualdad se traduce en la mediocridad y la neutralidad de los demás, a los que valoramos no como personas, sino como integrantes de un proceso mayor. La cortesía permitiría instaurar un nuevo orden entre los seres, entendiéndola como un «signo de consideración y demostración de nuestra propia disposición de espíritu» en el trato con el otro. De hecho, Onfray acuña el término eumetría para referirse a esta capacidad de alejar a los demás (a los que despreciamos o ignoramos) o de acercarles (a los que respetamos o admiramos).

En resumen: un tratado de las pasiones guiado por la estética y la inteligencia, una apuesta por el sentido común aplicado a la vida cotidiana y una apelación a la felicidad como camino a seguir, como medio y no como fin. Onfray nos ilumina ese camino con su prosa brillante y excelsa. Háganse un favor a sí mismos y préstenle atención.

4 COMENTARIOS

  1. Y no admiramos y está creado para tal el personaje de Reverte «El capitán Alatriste? Es un condottiero, pero español..e ese sentido de la grandeza, que también le ha dado D. Arturo a su personaje, es, creo yo, a lo que se refiere Onfray.

  2. Pero el condottiero, querido Onfray era un simple mercenario: un asesino a suelo. Lo que pasa es que han tenido fortuna artística y si Donatello y Verrochio no se hubieran ocupado de ellos ahora no se acordarían ni los que heredaron la armadura

  3. Michel Onfray es muy escultor de sí mismo. No sé si me gustaría tenerlo como vecino, aunque como escritor es lúcido y divertido, que no es moco de pavo. Hay tanto lúcido plasta por ahí….

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