«Casi puedo oír decir al lector: «¿Cómo? ¿Otro libro sobre el calentamiento global? ¿Acaso no hay ya bastantes?»» observa con humor James Lovelock en La venganza de la Tierra. Y verdaderamente son muchos los libros que tratan de mover conciencias haciéndonos ver que los daños que hemos infringido a nuestro planeta se han vuelto contra nosotros y que sus consecuencias comienzan ya a manifestarse.
James Lovelock es un reputado científico que en la década de los setenta desarrolló la denominada Hipótesis Gaia según la cual la totalidad de nuestro planeta, con todos sus componentes vivos e inertes, forma una especie de entidad viva donde las aportaciones de cada elemento son necesarias para el correcto funcionamiento del conjunto. Y ese correcto funcionamiento tiene una única finalidad: permitir la existencia en las mejores condiciones de las distintas formas de vida que alberga. Esta teoría, que sólo ahora comienza a aceptarse por la mayor parte de la comunidad científica, implica una visión de la Tierra distinta a la de un almacén de recursos al servicio del hombre que éste puede expoliar impunemente, sino como un todo equilibrado en donde el ser humano no es más que una parte infinitesimal que no se debe arrogar la potestad de emprender acciones que amenacen el equilibrio que permite la vida de todas las especies.
¿Qué ocurre cuando los actos del ser humano han modificado ya los sistemas que mantienen el equilibrio de Gaia? Sucede entonces que toda la vida que alberga el planeta y todos los mecanismos del mismo se alteran y se ven amenazados con la extinción. Es decir, no sólo desaparecen los organismo vivos que conforman el planeta, sino que también cambian o desaparecen los dispositivos que hacen que todo funcione a la perfección y que sea tal y como lo conocemos: las lluvias, los desiertos, las corrientes marinas, los vientos, la floración, el curso de los ríos… y un largo etcétera de acontecimientos que no suceden para el hombre, como pudiéramos pensar, sino de los que el hombre forma parte.
Para Lovelock, probablemente hemos cruzado ya el punto sin retorno y alterado de tal manera los sistemas de equilibrio de Gaia que es cuestión de tiempo el que la vida, tal y como la conocemos, desaparezca. Esto no quiere decir que todo vestigio de vida se esfume del planeta, pero sí desaparecerán muchas especies y otras deberán luchar por adaptarse a los cambios que acaecerán. Pero además el desequilibrio de la Tierra cambiará la faz y los procesos de la misma: desaparecerán los bosques (por ejemplo la Amazonia) y aparecerán nuevos desiertos, la elevación del nivel del mar variará el perfil de las costas, los casquetes polares dejarán lugar al mar, los ríos cambiarán sus cursos… No es posible sin embargo que la raza humana se extinga. Como el autor indica, es difícil que desaparezcan todas las parejas jóvenes en edad reproductora. Lo que si desaparecerá es la civilización, la vida tal y como la conocemos, y teniendo en cuenta la ralea de la especie humana, los supervivientes harán todo lo posible por ponérselo difícil los unos a los otros.
El futuro apocalíptico que éste y otros libros sobre el cambio climático describen es de sobra conocido ya, aunque muchos se obstinen en apartar la vista, pero lo que diferencia esta obra de otras es que en ella no se apuesta por el desarrollo sostenible ni por las energías renovables, lo que deja al lector bastante estupefacto. James Lovelock opina en La venganza de la Tierra que la palabra desarrollo debe proscribirse de nuestro lenguaje al asumir que el ser humano no tiene ningún derecho a amenazar el sistema de equilibrio de Gaia. Para el autor no es posible seguir abogando por el desarrollo, ni aún dándole ese barniz de sostenibilidad con que los políticos verdes quieren tranquilizar nuestras conciencias. El desarrollo humano daña la Tierra y hay que frenarlo, si bien eso supone que los niveles de vida del primer mundo no podrán ser alcanzados jamás por la totalidad de la población mundial, lo que de todas formas veníamos sospechando. Sin embargo, es difícil que ningún habitante del primer mundo quiera renunciar ni a un poco de su calidad de vida (si por calidad de vida entendemos calefacción, ir en coche a trabajar o pasar las vacaciones en un resort caribeño), lo que básicamente implica que proseguiremos consumiendo grandes cantidades de energía y, por tanto, contaminando. Para el autor la solución no puede pasar hoy por hoy por las energías renovables, porque aún no están maduras para producir la cantidad de energía que nuestra sociedad demanda, por lo que propone la energía nuclear como única alternativa viable puesto que no emite dióxido de carbono y sus residuos pueden ser tratados de manera fiable y, aunque un poco radiactivos, resultan un mal menor.
A favor de la energía nuclear y tachando de inviable el desarrollo sostenible, las ideas de Lovelock no dejan indiferente al lector. Si su Hipótesis Gaia descubrió al planeta como un ser casi vivo, el resto de sus teorías deja cierto regusto amargo a los que de verdad creemos que se puede hacer algo por intentar mejorar el planeta y la vida de todos los que en él habitamos. Y la clave para mí está en ese todos, porque otra de las sugerencias del autor en este libro es el producir algún tipo de comida sintética que alivie a la Tierra de la presión de la agricultura intensiva; pero eso sí, la gente con dinero podrá seguir disfrutando del placer de comer carne con verduras auténticas. Es decir los sacrificios, como de costumbre, los tenemos que hacer sólo algunos: ahorra agua para que riegue mi campo de golf, usa bombillas de bajo consumo para que yo derroche energía, vive cerca de una central nuclear mientras yo continúo en mi cottage en la campiña inglesa.
En definitiva, dan ganas de tirar la toalla, pues si bien todos podemos arrimar el hombro, no sé si las soluciones a tanto desastre pasan verdaderamente por nuestras manos.
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Lovelock se hizo mundialmente famoso con la Hipotesis Gaia, aceptada ya por casi todos los cientificos. aunque me parece excesivo y un tanto apocaliptica esta nueva vision de Lovelock, Ha demostrado tener la suficiente perspicacia como para al menos darle a su palabra el beneficio de la duda
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Bueno, lo de la energía nuclear no me parece tan descabellado (aunque tenga tan mala prensa). El argumento de «vive cerca de una central nuclear mientras yo continúo en mi cottage en la campiña inglesa.» equivaldría a: «ive cerca de una central térmica mientras yo continúo en mi cottage en la campiña inglesa.»
La verdad, si tuviera que elegir, no sé por qué me decidiría, pero muy probablemente por la central nuclear. Una puede que me mate, la otra lo hará poco a poco.
Y, de todas formas, los ricos seguirán en sus campiñas, con su caviar y su derroche. Esos sí que tendrían que cambiar.