
Podría deducirse, después de leer lo que uno ha dicho en estas primeras líneas, que el libro es aburrido y falto de atractivo; bien, pues no del todo, aunque sea cierto que estos ‘refritos’ editoriales siempre hacen que la mosca se pose tras la oreja. La verdad es que Cercas, al que uno no admira especialmente, es una persona bastante inteligente y avispada, y los temas -numerosos- que trata en sus artículos son interesantes. Acostumbrados como estamos a literatos esgrimiendo su pluma para desvelar retazos de la cotidianeidad, es agradable hallar en estos sueltos un escritor que razona, que expone, que ha mirado y escuchado antes de sentarse a redactar. Tanto si habla sobre la película que David Trueba hizo basándose en su novela «Soldados de Salamina», como si se enzarza en una diatriba contra algunos colegas, Cercas es ingenioso (sin apabullar) y certero.
Asimismo, los relatos contenidos en el volumen (‘relatos reales’, los denomina el propio autor) son meras prolongaciones literarias de reseñas periodísticas, aunque no tan interesantes como lo son los artículos. Quizá la mezcla de literatura y periodismo no se le dé tan bien a Cercas, cuya prosa es solvente, pero no tan aguda como cabría esperar en estas lides.
El relato que da nombre al libro, única pieza de ficción, es una boutade narrativa en la línea de «La velocidad de la luz», con ecos clarísimos de Borges. Una historia correcta, pero poco intrigante y obvia desde casi la primera línea.
Como casi todos estos compendios, «La verdad de Agamenón» tiene sólo el interés que cada uno vaya buscando en él; las opiniones del autor, cierto es, merecen la pena por su agudeza, pero el libro da para poco más. Uno lo leyó en el metro, entre viaje al trabajo y vuelta del mismo, y resultó interesante. No creo que hubiera ocurrido lo mismo leyéndolo en el sofá.
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