Anton Holban escribió Los juegos de Dania en 1935; sin embargo, la temprana muerte del autor y los convulsos años posteriores ocasionaron que la novela no viera la luz hasta 1971. Se recuperaba así esta obra inédita de uno de los escritores rumanos más representativos del siglo XX, en la que el propio Holban se encarna en Sandu, el protagonista y narrador de una obsesiva historia de amor.
Escrita casi al modo de un diario, aunque sin serlo, Los juegos de Dania recorren el tortuoso sendero de un amor correspondido sólo a medias. La joven Dania, una muchacha judía, hija consentida de una familia acaudalada, será el objeto de un amor apasionado, aunque en ocasiones pueril. Muy introspectivo, el texto recoge las reflexiones de una psicología hipersensible que analiza al detalle los sentimientos y pensamientos que motivan una relación amorosa insatisfactoria y frustrante.
Esas reflexiones arrojan un reflejo del carácter de Dania: una muchacha enamorada de un hombre de talento, pero demasiado apegada a los convencionalismos sociales de su clase. Sandu nos la describe como una mujer hermosa y frívola que jamás usa dos veces un vestido, absorbida por una intensa vida social que no le deja tiempo para su idilio, al que suele postergar en favor de cualquier otra actividad.
Sin embargo, también Sandu (trasunto de Holban, como ya apuntamos) queda retratado en cada una de las frases con las que da cuenta de su voluble historia de amor. Inseguro, se siente frecuentemente humillado por no sentirse centro de la vida de Dania, a la que en cierta manera desprecia. A pesar de amarla con una intensidad enfermiza, Sandu pretende que la joven deje de ser quien es para convertirse en lo que él desea que sea, inculcarle sus propios gustos y aficiones, ser una especie de mentor intelectual y espiritual al que ella se rinda arrobada.
De esa disparidad entre lo que Dania concede y lo que Sandu espera de ella, resulta el filo de la navaja por la que el hombre camina. El deseo sexual insatisfecho, origen de las fantasías que Sandu describe, apenas significa nada en comparación con la atención y admiración que quisiera recibir de una amante que siempre describe como distante. Las visitas que Sandu realiza a casa de la joven, o las pocas salidas que hacen juntos, acentúan la sensación de abandono del enamorado. Pero el instrumento de tortura en la relación es el teléfono: las llamadas que se esperan y no llegan, las que se hacen pero el otro no contesta, las conversaciones llenas de malentendidos o en las que se esperaba escuchar una palabra de amor que no llega.
A pesar de su pasión, Sandu es casi siempre consciente de que esa relación precaria carece de futuro. Pese a ello, la profundidad de sus sentimientos no disminuye, lo que aumenta la intensidad de sus tribulaciones. Su tormento vibra en cada página, donde usa la pluma como un escalpelo que pusiera al descubierto, sin pudor, lo más secreto de su alma, construyendo una narración llena de autenticidad.
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