Ustedes conocerán sin duda ese personaje femenino que abunda tanto en la literatura como en el cine estadounidense: el de la mujer hermosa, despreocupada, amante de los placeres de la vida y del sexo masculino; una mujer que acaba por caer en el exceso y termina viviendo, ajada y triste, en un parque de caravanas. Pues ese arquetipo femenino parece que no es privativo de Norteamérica y también se dio en una sociedad tan diferente como la de la Rusia soviética. Marina Palei da fe de la existencia de uno de estos personajes en su novela breve —tal vez, por su planteamiento, sea más preciso considerarlo un relato— Mónechka.
Mónechka es el diminutivo de Raimonda, una mujer estrepitosamente libre, dispuesta a divertirse (aunque la diversión no lleve siempre aparejada la felicidad) y a no doblegarse jamás a ningún convencionalismo moral. Pero no hay que leer en la desenfadada manera en que Mónechka se enfrenta a la vida una declaración de intenciones, una reivindicación de libertad personal. Mónechka es así como por instinto, su despreocupación está inscrita en su ADN, es como un animal sin el raciocinio suficiente como para actue otro modo que como le dicta el momento.
La historia de Mónechka está narrada por su prima, la propia Palei, una mujer comme il faut pero que jamás juzga a Raimonda, antes bien la quiere de verdad, y asiste al espectáculo de la vida de Mónechka sin poder hacer otra cosa que ayudarla y permitir que tome al asalto su guardarropa.
La perdición de Mónechka son los hombres. Las frases que abren el libro ya lo vaticinan: «Cuando no había cerca hombres o voces de hombres u olor a hombre, se sentaba indolente y, con las rodillas relajadas, se hurgaba las uñas». Su prima relatará sus escarceos juveniles con un rosario de hombres, un matrimonio precoz y varios enamoramientos que acabarán por romper, literalmente, el corazón de la vital Mónechka. Pero ni entonces podrá dejar de pensar en algún enamorado que la tiene loca y pedir que la permitan pintarse los labios y enfundarse en un vestido chillón.
Comentaba que Mónechka, tanto por su extensión como por su estructura, puede considerarse un relato. Aunque contado de manera lineal, desde la infancia de Mónechka a su madurez, bien que desde la remembranza que hace su prima de toda la historia vital de Raimonda, Mónechka resulta un texto algo deshilvanado. Son anécdotas donde se entremezclan reflexiones sobre la manera de ser de Mónechka, la vida de su familia, sus costumbres… que construyen un itinerario vital, pero contado de manera algo escueta.
Dos méritos, no obstante, tiene este librito. La capacidad de su autora para presentarnos un personaje del que, en pocas páginas, podemos hacernos una imagen completa. Mejor dicho, una imagen fragmentaria, pero que logra presentar la esencia de una existencia.
El segundo mérito de Mónechka es su forma de presentarnos una vida de tintes trágicos (tragedias cotidianas, pero tragedias a fin de cuentas) con sentido del humor. Palei parece decirnos que hay personas que son como fenómenos naturales, fuerzas vivas que nadie puede cambiar y mucho menos contener. Solo se puede hacer una cosa: aceptarlos como son y amarlos.