Miranda July quizá sea el exponente más reciente de la desesperación que la industria literaria (recalco bien el término «industria») tiene a la hora de buscar nuevos valores y voces. Y no es que Nadie es más de aquí que tú sea un libro de relatos pésimo —si bien tampoco ofrece ninguna singularidad destacable—, sino que su repercusión en los medios ha hecho que sea sobrevalorado.
Entre los relatos del libro hay de todo, como es lógico, pero la impresión general es de banalidad, de inanidad. Miranda July juega con un estilo desenfadado, inocente y plano, muy plano. Los textos, en general, adolecen de una superficialidad que se pretende disfrazar de hondura, pero a su vez disfrazada de sencillez. Enrevesado, pero muy sencillo de ilustrar con un ejemplo: «Me reí y dije: La vida es fácil. Lo que quería decir era: La vida es fácil cuando estás aquí y, cuando te vayas, volverá a ser difícil.» Las frases están sacadas de «Diez verdades»; una mujer que trabaja como secretaria decide conocer a la mujer de su jefe, con la que habla a menudo por teléfono, pero a la que no ha visto nunca. Las interpretaciones pueden multiplicarse casi hasta el infinito (amor, ansias profesionales, celos, psicopatías…), pero la autora resuelve toda la trama en esas oraciones sencillas y directas, puras como la mirada de un niño y… vacías.
Vacías porque su pretensión de inocencia y franqueza se diluye al confrontar a los personajes con la situación. Aparentando una profundidad que no existe, July lanza mensajes muy claros que, por una parte, otorgan al lector una información quizá innecesaria y, por otra, no recortan el abanico de sugerencias, sino que incluso lo amplían. Y plantear dudas al lector, incitarle a adivinar en lugar de ofrecer explicaciones, es algo coherente dentro de determinados marcos narrativos (algo con lo que uno no está muy de acuerdo, pero que mientras se lleve a cabo con determinación y maestría es válido e incuestionable), pero no se puede hacer sin unos límites. Los relatos de Nadie es más de aquí que tú aportan lecturas sesgadas y juegan con las imágenes, con las sensaciones, pero la posibilidad de resolución del conflicto apenas si existe.
Por otro lado, estos relatos explotan sentimientos muy básicos (soledad, amor, tristeza, incomprensión) desde unas perspectivas muy ramplonas. Los protagonistas actúan de forma incoherente, impulsiva, casi como si de niños se tratase. Supongo que se puede argumentar que la narrativa de Mirando July busca precisamente eso: mostrar al ser humano como un ser caótico, impreciso, dubitativo. Bien, puede ser. Pero, en todo caso, creo que es exigible una mínima inteligencia en los personajes, un atisbo de intención que pueda tender hilos entre su experiencia y la nuestra. La manida antipatía por la injerencia en la mente de los personajes de ficción es, creo yo, más que discutible, y de ahí que en ocasiones (como ésta) los textos resulten vacíos; en estos relatos, los protagonistas parecen desenvolverse sólo para que la voz narradora nos lleve hacia un final entre curioso y absurdo, o bien para actuar como seres irracionales (lo cual sirve para mostrar al lector una serie de escenas delirantes que sólo en dos o tres ocasiones suscitan algún tipo de emoción).
Nadie es más de aquí que tú tiene un par de relatos interesantes, como «El equipo de natación» o «Majestad», pero ofrece poco más. Puede que el estilo desenfadado y vacuo de Miranda July despierte alguna pasión, pero no creo equivocarme si digo que será perecedera; dudo que el libro se recuerde de aquí a un tiempo y dudo también que su autora se pueda inscribir en esa nueva hornada de jóvenes narradores norteamericanos que (periódicamente, hay que ver…) pueblan los anaqueles de las librerías. Y es que si ésta es una literatura diferente y provocadora, entonces la tradición aburrida y canónica sigue pareciendo mucho más atractiva.
Hay un apresuramiento en su estilo que no comparto, tiene muchas cosas, muy inteligentes, que decirnos ¡pero! que debieran abordarse en otra historia, mientras terminamos la que estamos leyendo.
Ha cuantas líneas quedaría reducido su torrente verbal en manos del viejo Hem. Hoy probablemente extemporaneo para algunos, por lo que aquí leo.
Gracias Sr Molina por su comentario.
El anterior comentario me ha llevado por curiosidad a saber algo de Miranda July.
No conozco su obra literaria aunque si es verdad lo que Wikipedia dice de ella, me atrevo a asegurar que nunca tendré el gusto de conocerla, ¿a lo peor, son prejuicios?, posiblemente, pero no creo en biografías tan rebosantes de éxitos.
Leonardo de Vinci, viviendo casi el doble de su edad, no llegó a conseguir ni la milésima parte de todos esos logros artísticos. Personalidad muy polifacética la suya, no sé ni como le da tiempo a tener novios.
Saludos,
Sr. molina, zafios como Ud. que desprecian cuando no saben escribir hay muchos. Qué pena que les den espacio en webs como esta.
EL libro de Miranda July, con sus altibajos, es un rosario de cuentos en los que se despliega un humor, una sensibilidad y una manera de nartrar las cosas quizás demasiado contemporánea para Ud. pero deje que los lectores disfruten, que tiene ud. muchos libros muchísimo peores con los qu meterse y decir ese manido argumento de que «la industria no sabe ya que hacer para vender».
Más quisiera Ud. escribir como escribe Miranda july, no ya cuentos, sino sus pobres artículos de crítico resentido con la vida y la falta de talento que le tocó.
Demasiada publicidad, demasiada propaganda tuvo Miranda July con este libro…para un resultado tan discreto. Decepcionante. Creo que lo has dicho muy claro con la última frase del artículo.
Pues «fondo profundo» tampoco es el mejor de los hallazgos expresivos…
Te expresas fatal. Y lo mal que manejas el lenguaje delata lo mal lector que eres. El Patio Compartido de Miranda July es un relato con un fondo profundo. Siento que no lo hayas sabido entender. Pero deja de desanimar a otros lectores, que quizá sean más inteligentes y sensibles que tú. Bye..
Nunca me acercaría a este libro pero no está de más tu información.