Tiene este libro de José Manuel BenÃtez Ariza un punto a favor incontestable: trata de reflejar la cotidianeidad. Algo que suena banal, casi sencillo, pero que muchos de los cuentistas contemporáneos parecen obviar, sea porque no entra dentro de sus intereses o porque no son capaces de hacerlo (de una manera aceptable, al menos). Al menos, los relatos que se incluyen bajo el epÃgrafe de ‘Sexteto de Madrid’, ya que el resto no se acercan tanto a esa voluntad de realidad.
Por otro lado, también tiene el libro un lastre que se deja notar y que no es otro que una falta de vigor en algunos de los relatos, una sensación de querer y no poder; BenÃtez Ariza maneja la narración con solvencia, sin volteretas de primerizo, pero en ocasiones pierde el control de lo que cuenta, parece que no tiene claro el remate que debe dar. Esta impresión la arrojan, por ejemplo, ‘Obra póstuma’ (con un final abrupto, seco), ‘Unicornios’ (que esboza imágenes, temas, pero no los concreta) o ‘CÃrculo’ (que parece hundirse tras un comienzo prometedor en un fárrago de detalles).
Los primeros relatos, como he dicho, son de los mejores del libro y los que se acogen mejor a esa voluntad de realismo que parece tener el autor. El hecho de que hagan referencia a Madrid es casi anecdótico, puesto que la geografÃa urbana no juega un papel relevante en las tramas, y hubieran podido ubicarse en cualquier otra ciudad grande, ya que de lo que se trata en ellas es de la soledad o el aislamiento. Eso es lo que ocurre en ‘Dos noches y un acordeón’, en el que una factura nos muestra la caÃda en desgracia de un hombre que engaña a su pareja, con el marco lóbrego y solitario de una pensión de la calle Fuencarral. También ‘Carne o pescado’ puede localizarse en cualquier otro lugar que no sea la capital española; la historia de un hombre que vive dos vidas repletas de engaños es casi universal en su concepción, aunque BenÃtez Ariza la deja en una mera anécdota al arrebatarle todo atisbo de sentimiento.
‘Colón’, sin embargo, sà parece rendir un claro homenaje a ese paisaje madrileño al que hace referencia el tÃtulo del libro, ya que los personajes que lo protagonizan deambulan por lugares que —esta vez s× no podrÃan estar en otro sitio que no fuera el suyo: Latina, Sol, Preciados, Cibeles… No obstante, la historia es universal por su humanidad: un retrato de personas vencidas por las circunstancias, de jóvenes hastiados por la falta de expectativas y de conocimiento del mundo, por la incapacidad de reconocer su derrota en mitad de un mundo que todavÃa les viene demasiado grande. Es éste relato, junto con ‘Primera salida’ (en el que los protagonistas son casi los mismos), de lo mejorcito de la primera parte del libro.
Las piezas que se engloban bajo el epÃgrafe ‘Y otros cuentos’ (sic) tienden más hacia lo imaginativo; ‘Malibú’ (un pequeño homenaje a los recuerdos de adolescencia), ‘Ménière’ (la empatÃa llevada a unos extremos casi kafkianos) o ‘Paladares’ (con cierta ironÃa sobre las costumbres sociales) constatan este punto, ya que se alejan de ese prurito de realismo que predominaba en la primera parte y ofrecen al lector sensaciones que casi rozan la fantasÃa. Pero es en estos relatos donde peor se defiende BenÃtez Ariza, que no ofrece nada nuevo para aquel que ande acostumbrado a pasearse por la obra de los cuentistas contemporáneos, y que además reincide en tópicos mil y una veces tratados.
Cuando volvemos a acercarnos a lo cotidiano, precisamente, es cuando volvemos a encontrar las buenas mañas del autor para reflejar esas desesperanzas de la vida diaria, esas pequeñas miserias que a todos nos rodean y que la mirada del escritor pone en primer plano. Eso ocurre en ‘Ratones’, la breve crónica de disolución de un proyecto de vida en común; o en ‘OrtografÃa’, uno de los mejores (y más cortos) cuentos, y que no es más que la crónica de una soledad terrible que trata de sobrellevarse con ilusión; o, por citar un último ejemplo, en ‘Remedios’, un verosÃmil acercamiento a una aventura amorosa, narrado con sabidurÃa y sencillez.
En resumen, se puede decir que «Sexteto de Madrid y otros cuentos» flojea, aunque haya piezas que alcancen buenas alturas literarias. BenÃtez Ariza no se deja la piel en la prosa, pese a ser también poeta y estar acostumbrado a trabajar la palabra (y hay en el libro un pequeño cuento, ‘Ensalada’, que es casi un poema en prosa), y quizá por ese motivo los relatos que mejor cuadra son los que se adentran en la herida que deja en nosotros esa cotidianeidad amarga y bella. Sin embargo, la falta de ambición a la hora de escoger los temas —manidos, en su mayorÃa— y, sobre todo, rematarlos de manera conveniente, provocan extrañeza e indiferencia. Algo que echa para atrás a cualquiera.
Estamos en distintas ondas, Sr. Molina, asà que poco puedo añadir sobre este asunto. Como lector y como escritor no considero imprescindible la cotidianidad y además tengo más que ver con los personajes de Carver y Ford que con otros más cercanos a mi realidad social. Posiblemente eso ocurre porque me he criado en un mundo globalizado, con el cine norteamericano (de serie A o de serie B) como principal referente, y con la obligación de tener que leer, por lo civil o lo criminal, bodrios de Pérez Galdós.
Que la novela no refleja la realidad me parece muy cierto. En España hace más de veinte o treinta años que la novela no abre los ojos al mundo.
Ahora bien, no creo poder darte la razón cuando dices que los cuentistas actuales sà que reflejan lo cotidiano en sus obras. Me parece (y habrá excepciones, por supuesto) que el peso de la tradición cuentÃstica de los setenta y ochenta, con Carver y Ford a la cabeza, ha sido demasiado influyente en las nuevas generaciones; lejos de volver sus ojos -y, por ende, sus historias- hacia la realidad social que nos rodea, los escritores se han encastillado en el reflejo de otras cosas.
Y esas otras cosas, si bien son también humanas, no me resultan cotidianas. El desencanto, el abandono, la pérdida, el desamor… son temas recurrentes en los relatos incluidos en libros que he leÃdo últimamente, y parece la tónica general a la hora de afrontar la escritura de obra breve. Sin embargo, hay cuentos de Galdós, de Baroja, de Delibes, que pintan con crudeza la cotidianeidad (es decir: lo que sucede alrededor, los problemas que la gente sufre) sin renunciar por ello a la belleza estética, aun a la experimentación formal.
Es deseable, por supuesto, ocuparse de los sentimientos y deseos a la hora de lanzarse a escribir: si no, todo el mundo se dedicarÃa al ensayo. Pero creo que una gran responsabilidad del escritor es su faceta social, de denuncia, que puede llevarse a cabo de formas muy diferentes; no creo que sea necesario, para escribir literatura (sea cuento o novela) social, acogerse a un naturalismo rancio o a un costumbrismo botijero. De hecho, me viene a la cabeza una novelita comentada aquÃ, «Curso de librerÃa«, de Fernando San Basilio, en la que el autor refleja algo tan cotidiano como es el hecho de quedarse en paro y tener que asistir a cursos del INEM; todo ello con un estilo interesante y nada ramplón. Y eso es algo que, francamente, aún no he visto en ninguna de las colecciones de relatos que he leÃdo últimamente. Porque uno no es elitista: lee lo que considera bueno, porque el discurso de ‘la novela ha muerto’ estará muy bien sobre el papel, pero la realidad es que se escribe muy buena novela; no mucha en España, desde luego, eso sÃ…
Entiendo tu postura e incluso la comparto con ese matiz tan importante de que lo cotidiano y lo costumbrista no tiene por qué ir de la mano, del mismo modo que me gustarÃa plantear la posibilidad de que se puede ser cotidiano y vanguardista con resultados satisfactorios. Lo cotidiano, como bien apuntas, no tiene por qué ser realista ni habitual, creo que en ese lugar común los dos estamos a resguardo.
Lo que no comparto es ese supuesto abandono de lo cotidiano entre los escritores actuales, al menos no lo constato entre los cuentistas. De hecho, te invito a leer «Parábola de los talentos», una antologÃa de cuentistas en la que participo, porque difÃcilmente encontrarás en otra parte más ejemplos y más diversos de cotidianidad (y perdón por la autopromo). A lo mejor en la novela la tendencia es otra, eso no te lo discuto por pura ignorancia: apenas leo novela.
Estimado Juan Carlos:
En primer lugar, te agradezco la visita y, sobre todo, el comentario. Y tratando de contestar a tus preguntas (y también de generar un poco de debate en este julio desierto), te diré que las habilidades técnicas y narrativas a las que aludes no son especiales, ni raras. Cuando me refiero a reflejar la cotidianeidad hablo de una escritura que esté al cabo de la calle, de lo que ocurre a nuestro alrededor; una escritura que se ocupe de los temas que importan a cualquiera, que describa a personas que cualquiera puede conocer, que narren historias con las que cualquiera pueda sentirse, si no reflejado, sà al menos involucrado.
El problema, y veo que tú también caes en él, es que se puede confundir cotidianeidad con costumbrismo. Cuando aludo a la primera hago referencia a la conexión que debe existir (e insisto: debe) entre literatura y realidad; y no quiero decir con esto que la literatura deba ser realista -hablando de movimientos-, sino que debe tener unas raÃces que se hundan en la realidad del dÃa a dÃa. Asà ocurre, por ejemplo, con Salter, del que algo he comentado en solodelibros, y que sin renunciar al lirismo o a la imaginación crea unos relatos con un apego a la vida bellÃsimo.
El que un escritor hable de lo que le rodea (en los términos, con las herramientas o usando el estilo que prefiera, por vanguardista o extraño que sea) le pone en una situación de igualdad respecto al lector, que inmediatamente podrá ‘conectar’ con lo que está leyendo. La generación de empatÃa es muy difÃcil, qué duda cabe, pero el alejarse de lo cotidiano para tratar de buscar temas que ya han sido una y mil veces tratados no creo que dé muy buen resultado.
La cuestión, como decÃa antes, es que ese afán por derruir tradiciones lleva, en demasiadas ocasiones, a construir relatos (o novelas) que no encuentran un nexo con el lector, por la sencilla razón de que no hay nada que contar, más allá de cuatro filigranas estilÃsticas. La cotidianeidad se encuentra en muchos sitios, no sólo en los diálogos castizos o los cuadros de costumbres; también es cotidiano el dolor por una pérdida, o la alegrÃa de un nacimiento. Tratar de hablar de cosas asÃ, no obstante, es complicado, y se puede tener la tentación de ‘escabullirse’ con recursos, con fuegos de artificio para tapar un hueco que no puede llenarse. Lo que no me parece inteligente es repetir fórmulas y temas sin intentar relacionarlos con lo que nos rodea (lo fÃsico y lo psicológico, por decirlo asÃ). Parece que el ansia por innovar, por diferenciarse y por marcar distancias con la tradición (que, bien asimilada, no debiera ser una carga tan pesada, la verdad) hace que los narradores de nueva hornada desprecien esa realidad que nos rodea, y se dediquen a pergeñar historias ‘elevadas’ o diferentes que, al fin y a la postre, sólo son cascarones vacÃos.
Perdona que me haya extendido tanto. Creo que me he ido por las ramas más de lo que desearÃa, aunque lo cierto es que el tema da para mucho más que unas pocas lÃneas. Espero que alguien (tú mismo, o cualquier visitante) tome el testigo y aporte algún punto de vista que nos hayamos dejado en el tintero.
A debatir toca.
«Tiene este libro de José Manuel BenÃtez Ariza un punto a favor incontestable: trata de reflejar la cotidianeidad. Algo que suena banal, casi sencillo, pero que muchos de los cuentistas contemporáneos parecen obviar, sea porque no entra dentro de sus intereses o porque no son capaces de hacerlo (de una manera aceptable, al menos)», escribes.
Y a mà me gustarÃa saber cuáles son esas habilidades técnicas y narrativas tan precisas que, según comentas, se hacen necesarias para reflejar la coidianidad. ¿Y no será, digo yo, que esa cotidianidad (que a mà me huele a costumbrismo) no interesa a muchos cuentistas actuales?
A debatir toca.