Poco se puede decir sobre Solaris que muchos lectores no hayan leído ya en otros lugares. Que es una obra capital de la ciencia-ficción clásica, que es la novela más conocida de Stanislaw Lem, que constituye un hito dentro de la narrativa sobre los contactos extraterrestres… En fin, que poco se puede añadir a tantos buenos argumentos como existen por ahí, aunque lo mejor es que nos enfrentemos a la lectura de la obra y saquemos nuestras propias conclusiones.
Solaris narra la historia de Kris Kelvin, un psicólogo que llega a una estación espacial situada en el planeta Solaris, un mundo cubierto casi en su totalidad por una especie de océano gelatinoso que muestra ciertas características que han llevado a pensar que pueda ser inteligente. A su llegada a la estación descubre que el hombre al que viene a sustituir está muerto y que los otros dos únicos tripulantes muestran unas conductas extrañas. Pronto empieza a investigar para saber qué ha provocado esa situación, pero sus pesquisas no le preparan para enfrentarse una mañana a la aparición de su mujer, muerta años antes, a los pies de su cama…
Aunque la novela se balancea entre la narración de misterio y la ciencia-ficción más pura, lo cierto es que las connotaciones filosóficas que encierra la llevan mucho más lejos. El conflicto de Kris ante la aparición de su mujer, su relación con ella y su división ante la patente imposibilidad de que, en verdad, ella sea «ella» de verdad… Nuestro reconocimiento como seres humanos, nuestra relación con los demás y nuestra humanidad: todo se pone a prueba durante una historia que no resuelve incógnitas, pero cuyas cuestiones sí que provocan un aluvión de reflexiones mientras leemos. Lejos de detenerse en las complicaciones de una toma de contacto con una entidad inteligente, Lem apuesta por unas connotaciones mucho más psicológicas.
¿Qué esperaríamos de un contacto como ése? ¿Estamos preparados para ello? ¿Podríamos comprender a una forma de vida que fuese totalmente diferente? Snaut, otro de los componentes de la tripulación, formula ideas parecidas en una de las primeras conversaciones que sostiene con Kelvin a la llegada de éste a la estación:
Salimos al cosmos preparados para todo, es decir: para la soledad, la lucha, el martirio y la muerte. […] No buscamos nada, salvo personas. No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Con uno, ya nos atragantamos.
Quizá por ello Solaris plantea más preguntas acerca del sentido de nuestras relaciones con los demás que con nuestras hipotéticas experiencias con civilizaciones extraterrestres. Ese océano omnipresente en la novela es, ciertamente, el origen de todo, pero también es un elemento accesorio que no tiene relevancia para la lectura profunda del texto. Nos importa mucho más (como lectores) la reacción de Kris ante esa mujer que es una copia idéntica de la que perdió, que es un remedo materializado para… ¿premiarle?; ¿hostigarle?; ¿ponerle a prueba? Su humanidad, que también es la nuestra, se enfrenta a un desafío constante mientras esa encarnación de su psique está presente.
La novela es un constante cuestionamiento de la personalidad, de ese «algo» que nos hace humanos. Aparte de su concienzudo retrato de una toma de contacto con vida inteligente (algo que, como ocurre en otras de sus novelas, provoca una auténtico desconcierto en los personajes), Solaris es un libro que nos invita a la reflexión constante; algo muy de agradecer, como es lógico. Como último apunte hay que decir que esta edición de Impedimenta presenta la primera traducción directa del polaco; una traducción, además, muy exigente. No quedan excusas para disponerse a su lectura, ¿no creen?
Más de Stanislaw Lem:
Cinco años hacía ya, desde mayo del 2011, que “Solaris” esperaba pacientemente su turno para ser leído. Y es que cuando veo la cifra de lecturas pendientes, el sentimiento de frustración va parejo al de mi incapacidad para reducirla a algún algoritmo decente, no digo ya mínimo -, casi trescientos libros durmiendo el sueño de los justos, ¿algún día conseguiré leerlos todos? -. Perseveraremos en la tarea aunque estemos condenados, como Sísifo, a arrastrar siempre esa pesada piedra.
Como consumidor poco habitual de este tipo de novela, me interesé en la obra de Lem por el carácter totémico que le atribuyen, sin excepción alguna, todos los especialistas del género. No creo mucho en los eslóganes y “Solaris” ha padecido demasiados de ellos: “libro de culto”, “un clásico”, “marca un antes y un después en la ciencia – ficción”… Pero la mejor manera de averiguarlo, como dice la reseña, es sumergirse en los avatares de la estación orbital suspendida sobre el omnipresente “mar protoplasmático” del planeta Solaris, y a ello me he puesto con interés.
El resultado de la inmersión ha sido excelente, tanto que he devorado el libro en algo menos de dos días. “Solaris”, en mi opinión, no es una novela de ciencia – ficción al uso, sino más bien un thriller futurista, de carga psicológica, que recuerda mucho a “La dimensión desconocida”, una serie de telefilms de mi infancia, – últimamente, me ha dado por la nostalgia -, de mucho éxito, donde todo podía ocurrir. La voz en off lo anunciaba al principio de cada episodio: “Hay en la mente una zona desconocida en la cual todo es posible”.
Por esa atipicidad, no esperemos pues en la novela de Lem atrezos exagerados con ingenios cibernéticos; podemos viajar en Prometeo a la estrella Alfa de Acuario, cierto, pero nos subiremos a la cápsula y allá que vamos, mejor olvidarse de naves interestelares y viajes a través del tiempo, de monstruos alienígenas o dioses primigenios, del tipo de los de Lovecraft, los únicos monstruos que aquí encontraremos son los que nuestra mente pueda producir.
Y con estos decorados parcos, fríos e impersonales, – algo cutres si se quiere, si tenemos en cuenta que, junto a generadores de neutrinos de campo negativo, continúan existiendo cachivaches ya en desuso como grabadoras de bolsillo con su funda y todo -, cuatro personajes y un océano omnisciente y autista se construye una novela absorbente e inquietante por un igual. Si uno de los principales objetivos de la literatura, a aparte de entretener, es lanzar interrogantes al lector, la obra de Lem lo consigue sobradamente: ¿estamos preparados para sondar el universo en busca de seres inteligentes cuando a duras penas conocemos los fantasmas de nuestra mente?, ¿aceptaríamos formas de vida distintas cuando no somos siquiera capaces de tolerar la diversidad en nuestra propia especie?, ¿tiene el hombre alguna misión que cumplir?, ¿el contacto con los demás nos hace más humanos?…
Kris Kelvin, el protagonista principal, que vive una relación con Harley muy similar a la de Bill Murray en “Atrapado en el tiempo”, – me permito otra referencia cinéfila – , a pesar de la irrealidad de la situación, es el único que llega, creo yo, a la verdad más inamovible del mundo: la única cosa que nos hace más humanos es el “amor”.
Una novela excelente, como ya he dicho con anterioridad, que deja muchos posos tras su lectura. Te entusiasme o no el género de ciencia – ficción, debe leerse. La buena literatura no puede desdeñarse jamás.
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