Susanna fue la última novela escrita por Gertrud Kolmar. Lo hizo en un apartamento colectivo para judíos que se le había asignado como residencia por el régimen nazi, donde aprovechaba las noches para escribir. Después sería enviada a Auschwitz, donde moriría.
Tal vez ese es el aspecto más reseñable de una novela correcta, bien desarrollada, de estilo sencillo pero efectivo y con una trama atractiva. Una novela correcta pero insípida que, en general, carece de brío, de esa impronta que hace mágica la lectura.
Susanna recoge la historia de una joven de gran hermosura pero psicológicamente desequilibrada a través de la voz de su preceptora recién contratada. La belleza, pero sobre todo la personalidad extravagante de Susanna, hechizarán a la profesora que pronto descubrirá que los delirios de su pupila tienen una base real que puede ponerla en peligro.
Gertrud Kolmar logra imprimir a la novela un adecuado tono evocador al plantear la narración como un recuerdo de la institutriz, que rememora los acontecimientos que vivió junto a la peculiar Susanna. Igualmente apropiado es el contraste entre el oscuro personaje de la preceptora y la luminosidad que desprende la bella Susanna. Precisamente, el personaje de Susanna es la clave de la historia —como no podía ser de otra manera, siendo el que da título a la novela—, pero, a pesar de sus peculiaridades, no acaba de hacerse con la simpatía del lector.
Susanna es hermosa. Y además, una muchacha peculiar. Su tutor, única familia de la joven, la considera trastornada, pero no peligrosa. Al lector se le presenta como un alma infantil, excesivamente imaginativa, que gusta de evadirse a mundos irreales. Kolmar trata de definir un personaje tan complejo por medio de sus parlamentos, pero estos resultan en ocasiones demasiado pueriles y las ideas que trasmiten demasiado rebuscadas. Lo que acaba por restar naturalidad a un personaje que debería ser original, pero acaba por parecer forzado.
Sin embargo, la fantasía recurrente de Susanna acerca del rey del mar encubre una realidad que quienes la rodean —especialmente su preceptora— no llegan a comprender, creyendo que es otra quimera de la joven. La muchacha no oculta ningún secreto, antes al contrario, habla de él a menudo, pero su maestra no alcanza a distinguir lo que hay de real bajo el velo de la fantasía. Por el contrario, y esa es una baza a favor de la autora, el lector sí sospecha que algo se esconde entre los delirios de Susanna, gracias a pequeños indicios que Kolmar introduce hábilmente en la narración.
Cuando finalmente la realidad emerja ante los ojos de la institutriz, dará comienzo el drama, que se precipitará hacia un trágico final. Mientras, al lector le queda un ambiguo sabor: el de una novela bien ejecutada que, sin embargo, no dejará ningún poso especial en su memoria.