«Tynset», del alemán Wolfgang Hildesheimer, es una de esas novelas cuya lectura una no sabe cómo encarecer, en gran medida porque es una obra peculiar, cuya lectura precisa de ser experimentada en primera persona. Hay, pues, que leerla y rendirse a esa prosa vivaz, sencilla, concisa; a ese narrador en primera persona que, apelándose a sí mismo sin cesar, enhebra la atención del lector con cada palabra; a esa historia para la que el pueblo noruego de Tynset no es más que una excusa que lector y narrador admiten de común acuerdo.
Hildesheimer da voz a un narrador que, insomne, pasea por su casa perdido en recuerdos y reflexiones que, a pesar de ser inconexos y a veces incluso rocambolescos, logran formar un todo comprensible, ameno y profundo. Como el narrador camina por su casa en la oscuridad, a veces alumbrándose con una linterna, a veces encendiendo una a una las luces a su paso, como las cuentas de un collar, así va alumbrando para el lector las estancias de su vida que desea mostrar: un recuerdo, un pensamiento, una historia, a veces inventada, a veces veraz. La luz arrojada sobre cada parte mantiene alerta al lector, que va encajando las piezas y abandonando así la oscuridad en que se encontraba al principio de la obra. Y aunque no llega a conocer del todo al narrador, sabe lo suficiente de él como para desear seguir escuchándole.
Noto…
un zumbar, un fluir, un suave torbellino, un transcurrir del tiempo paulatino, noto cómo envejezco bajo la piel. Pero la piel también envejece. Y mi aliento envejece. ¡Aliento viejo! Por no hablar de mis pensamientos…, si es que realmente debo llamar todavía pensamientos a aquello que pienso, esos añicos, esos fragmentos, añoranzas pasadas cuyo objeto se me ha escapado o se me escapa en este momento. Mi memoria se desvanece, todo se borra y se aparta, personas, sucesos, amistades, amores…, lo único que queda es lo absurdo, que flota en la superficie…
En medio de esa oscuridad, cuyos rincones se iluminan un momento para perderse de nuevo en las tinieblas, Tynset es un foco fijo, un faro que permite mantener el rumbo tanto al narrador como al lector. El narrador encuentra ese nombre en una guía de ferrocarriles noruegos y, atraído por la palabra que nombra un pueblo desconocido e irrelevante, fantasea en su noche de insomnio con visitar el lugar. Tynset es el hilo conductor, la idea recurrente, la luz que atrae los revoloteos de la falena. Tynset tiene el atractivo de lo desconocido y de la tierra virgen: nada ha pasado en Tynset, no ha sido cuna de ningún personaje ilustre, no se ha librado en él ninguna batalla.
Es por tanto el lugar idóneo para quien, entre la oscuridad en la que podemos distinguir esa realidad del narrador, se ha alejado de la sociedad de los hombres. Casi por casualidad el narrador parece haber penetrado en sus secretos, tiene la certeza de que todos esconden un acto reprobable en su conciencia e, insomne, reflexiona sobre esa realidad sin caer en el error de juzgar a quienes sabe sus iguales.
Retazos, imágenes, recuerdos que se superponen como figuras en una linterna mágica, cruzando una larga noche de otoño. Cuentos con los que el narrador se entretiene, usándolos como señuelos con los que atrapa al lector para que no niegue su compañía y comparta la noche de insomnio. Imposible no mencionar la historia de la cama en la que en verano duerme el narrador, cuya narración se abre como las ondas que deja una piedra arrojada al agua, en un alarde de maestría literaria que hace las delicias del lector.
Supe de la existencia de este libro en esta página, que sigo desde hace tiempo y que me ha descubierto libros maravillosos, y acabo de terminarlo. Es una obra muy peculiar, con un estilo narrativo que atrapa e hipnotiza. Su lectura es una experiencia de lo más interesante, gracias por la recomendación.
Noelia,
muchísimas gracias a ti por seguirnos.
Saludos.
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