Un año en el otro mundo recoge varias de las crónicas que Julio Camba escribió durante el año que permaneció en Nueva York en 1916 como corresponsal del periódico ABC. Agudos y llenos de ingenio, estos artículos describen la realidad americana desde la perspectiva, no exenta de humor, de un hombre del viejo continente que se siente tan fuera de lugar en la ciudad de los rascacielos como aquel yanqui en la corte del rey Arturo.
Para Camba, la cultura americana se caracteriza por tener mucho de americana y poco de cultura. Achacándola a la juventud del país, el periodista señala la falta de calidad de todo aquello que en Europa se entiende por cultura: la comida, la literatura, el arte. En cambio, indica la absoluta supremacía estadounidense en lo que a mecánica se refiere: trenes, autos, ascensores y escaleras mecánicas facilitan la existencia de los neoyorquinos, que viven inmersos en la más absoluta modernidad. Pero también en el estrépito: la modernidad trae consigo un aumento del ruido y, sobre todo, de las prisas. Y el autor señala el panorama, chocante entonces, hoy cotidiano en todo el orbe, de los empujones en el metro y del paso de marcha por las calles. La velocidad y el estrépito son las señas de identidad de una ciudad que atrapa en un vértigo a todos los que viven en ella.
La mecanización, el triunfo de lo industrial, no repercute únicamente en el ritmo frenético que adopta la existencia, sino que lo hace, sobre todo, en el concepto de la misma. En Estados Unidos los hombres dejan de medirse por lo que son para medirse por lo que tienen. El dinero es la clave del éxito. El hombre que se hace a sí mismo, paradigma del ideal americano, es el hombre que se hace rico, aunque carezca de méritos: si un hombre necio se hace rico, y un hombre inteligente no, el americano admirará al necio. El éxito (medido en dólares) sustituye al mérito.
Impagable es el breve artículo que Julio Camba dedica a ‘Las famosas libertades americanas’. Si se tiene salud y al menos treinta dólares se puede desembarcar en la tierra de la libertad. Y entonces ya se es libre para levantar rascacielos, mascar chicle y pegar empujones en el metro. Todo el mundo tiene las mismas posibilidades en América, se enorgullecen sus ciudadanos, pero, señala el autor con ironía, Rockefeller o Morgan tiene más facilidad para convertir sus posibilidades en una realidad. Como en el resto del mundo:
No. No se ven tan fácilmente las famosas libertades americanas. Y conste que yo no quiero presentarles a ustedes América como un país reaccionario. Nada de eso. Mi objeto es, sencillamente, negar que el mundo se divida en estas dos partes: América, o la parte de la libertad, y el resto, o la parte de la tiranía.
Mención aparte merecen las crónicas que el periodista dedicó a las elecciones presidenciales de 1916 y la posterior entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. La mordacidad del autor pone una pincelada divertida en unos artículos que demuestran la talla de su autor como agudo observador de la realidad, que sabe además sacar las conclusiones más acertadas y presentarlas con sencillez:
A medida que este pueblo se llena de dinero, se despoja de contenido espiritual. […] Francia y Alemania, Inglaterra e Italia, se encontrarán al final de la guerra en los Estados Unidos con un pueblo cuyo ideal, como el de una compañía anónima, es el de hacer negocios.
Quien me haya seguido hasta aquí reconocerá la vigencia de estas crónicas, si no en los detalles, si en su esencia, a pesar de haber transcurrido casi un siglo desde que salieran de la pluma de Julio Camba. El espíritu de América ha cambiado poco, y la diferencia estriba en que ahora el resto del mundo se parece más a ella. Globalización, lo llaman.
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Pues después de residir en EE.UU pude comprobar que dinero y espiritu también pueden ir juntos. Pero soltar prejuicios sale gratis y más cuando no se ha vivido allí.