Un grupo de nobles damas – Thomas Hardy

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Un grupo de nobles damas - Thomas HardyAl estilo del Decamerón o de los Cuentos de Canterbury, Thomas Hardy emplaza a una serie de narradores en el marco de un museo municipal, en una tarde desapacible, para que cuenten diversas historias relacionadas con la mejor o peor fortuna de damas nobles que vivieron en su condado. La diferencia, no obstante, con los ejemplos citados es que las anécdotas que narran los personajes de Hardy no pasan de ser eso mismo, anécdotas, sin llegar a adquirir entidad sólida.

La excusa de reunir a un variado grupo de oradores no actúa en esta ocasión como motor estilístico para Un grupo de nobles damas: los distintos relatos son muy uniformes, sin apenas distinción entre los narradores que los exponen al resto de compañeros. El estilo descriptivo y ornado de Hardy irrumpe en cada texto de forma evidente, impidiendo que la idiosincrasia de cada cuentista salga a relucir; lo único que el lector sabe de ellos es la escasísima información que se aporta en las primeras o últimas líneas de los relatos, momentos en los cuales el hilo global de la trama sale a la luz. Los comentarios son escasos y no sirven para que los narradores cobren entidad alguna, por lo cual sus historias carecen de individualidad. No se entiende, pues, la utilización de un recurso que puede dar mucho más de sí.

En cuanto a los relatos en sí, en general dan una idea de descuido o abandono: algunos de los textos («La marquesa de Stonehenge» o «Lady Mottisfont») parecen más bien esbozos de historias mayores; son líneas argumentales que se truncan en un momento inconveniente, dejando la sensación de que podrían haber dado más de sí. Hardy se centra en resolver una trama concreta (un abandono, una adopción, un romance) de forma rápida, dejando a un lado la personalidad de sus protagonistas y haciendo de la acción el motivo principal; las motivaciones y las dobleces de sus personajes quedan en un segundo plano que les convierte en marionetas sin capacidad de emocionar. De ahí que muchas de estas nobles damas nos parezcan similares: sus caracteres apenas están desarrollados y algunas de ellas podrían intercambiarse sin que las historias se resintiesen lo más mínimo. Además, la planitud de sus personalidades trunca la empatía del lector con sus desgracias: son personajes tan desdibujados, tan impersonales, que sus desventuras se tiñen de un aire de irrealidad abúlica.

Las historias, como decía, apenas se distinguen entre sí; no sólo por las similares características estilísticas y temáticas de los narradores, sino por su tratamiento, que se encorseta en un tradicional esquema muy del gusto decimonónico: un planteamiento conservador, un descubrimiento insólito que marca el punto de inflexión de la trama y una resolución cándida. Apenas hay relatos que se aparten de este diseño; «Barbara de la casa de Grebe», que coquetea con la herencia romántico-gótica, al igual que «La honorable Laura»: noches oscuras y tormentosas y protagonistas envueltos en misterios tenebrosos. No obstante, casi todas las historias se atienen a un patrón muy definido y que deja poco espacio para la improvisación. Eso sí, el humor «inglés» de Hardy asoma en las descripciones de las damas y algunos personajes secundarios, así como en la descripción de costumbres y modos de la vida de nobles y caballeros. Un soplo de aire fresco dentro de la rigidez formal de estas narraciones.

En pocas palabras: unos textos deliciosos de leer, pero que saben a muy poco. La mano maestra de Hardy, que tan buen urdidor de tramas es, no aparece más que en contadas ocasiones y deja estas historias a merced de la imaginación del lector, que debe rellenar los abundantes vacíos que el escritor deja, bien por omisión o (lo más probable) por desidia. Con todo, un pequeño placer para el paladar literario.

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