Quizá sea más imprescindible que nunca el que los escritores se comprometan con la realidad social y den cuenta de ella a través de la literatura que pergeñan; en este sentido, la aparición de una novela como Yo, precario siempre es digna de celebración, si bien la cuestión de la calidad es discutible. Lo que sí está fuera de toda duda es que Javier López Menacho ha hecho un intento encomiable de mostrar una parcela de esta sociedad muy desatendida por la narrativa contemporánea: la que se refiere al trabajo, a su depauperación y expolio por parte de un mercado inflexible y voraz que deshumaniza a las personas con el único fin de obtener el mayor beneficio posible.
Yo, precario es la narración en primera persona de un trasunto del autor que va recalando en diferentes puestos de trabajo, a cual más irrisorio, por no decir penoso. Empezando como mascota de una marca de chocolatinas hasta terminar como animador de la selección española de fútbol para una empresa de automóviles, el protagonista va cambiando de labor con el objetivo sencillo de ganar el dinero suficiente para pagar su alquiler en Barcelona. No hay consideraciones sobre un trabajo digno, sobre alcanzar la cima de su profesión o de obtener ventajas laborales que le otorguen algo de comodidad o tranquilidad; en esta novela se habla sobre la mera supervivencia: la de aquellos que trabajan para comer, para llegar a duras penas a fin de mes, y nada más. No hay un horizonte hacia el que se dirija el narrador/autor/protagonista, ningún logro que anhele: en su peregrinaje sólo le guía un innato instinto de conservación, una necesidad acuciante que le impide cuestionarse en profundidad el porqué de su situación.
Bien es cierto que en la novela el narrador reflexiona en varias ocasiones acerca del trabajo que está desempeñando en ese momento, pero lo que prevalece es la visión satírica del asunto. López Menacho hace hincapié en el humor negro para mostrar al lector las condiciones de trabajo absurdas y vergonzantes por las que pasa, aunque le evita el análisis de causas y conescuencias; se limita a ofrecer información más o menos soterrada a lo largo de las escenas que componen la obra, pero sin ir más allá. Tal vez éste sea el punto más cuestionable del texto desde el punto de vista extraliterario: la opción del autor de «esquivar» cualquier posición acerca del tema del empleo y su limitación al recurso del humor como herramienta para ilustrar unos hechos. Se puede considerar que López Menacho deja en manos del lector el extraer conclusiones o ideas (caso de haberlas), si bien uno cree que esa opción empobrece un texto que pasa de puntillas por ciertas cuestiones sin escarbar un poco en las miserias de una sociedad que permite y ampara el que éstas se den de continuo. La ironía que preside el texto es efectiva tanto para presentar los rasgos generales del problema como para suscitar la empatía del lector, pero oculta las raíces del tema y esquiva cualquier posibilidad de análisis, hurtando así otras interpretaciones de los hechos que se abordan.
Con todo y con eso, no hay duda, como he comentado al comienzo, de que la apuesta de Javier López Menacho es valiente y necesaria. Literariamente hablando tiene algunos defectos insoslayables, sobre todo los cambios de registro que se dan en varios pasajes del texto, pero creo que el fondo tratado bien merece que a novelas así se les otorgue una oportunidad.
Una reseña clara y bien explicada, como debe ser toda buena comunicación.
Gracias, apetece leer el libro
Excelente nota que me hace ir al libro.