De la genialidad que es posible encontrar en la producción literaria de Thomas Bernhard puede dar idea el hecho de que, pese a ser sus novelas bastante similares en cuanto a su temática y sin duda recurrentes en lo que se refiere a ciertas reflexiones a las que vuelve una y otra vez el autor; pese a ello, decía, la narrativa de Bernhard crea una especie de adicción, una necesidad de reencontrarse con su prosa, con su desconsolada visión del ser humano y de la existencia.
En Hormigón, publicada en 1982, el autor austríaco vuelve a crear un personaje volcado sobre sí mismo, voluntariamente aislado del mundo exterior, enfermo y tremendamente lúcido. Una vez más su personaje, Rudolf, se enfrenta a la imposibilidad de la creación intelectual: en esta ocasión un ensayo sobre Mendelssohn. Y de nuevo es un familiar (la hermana del protagonista), quien se erige como antagonista, como persona cuya simple existencia hace imposible la realización personal de Rudolf.
Todos estos motivos los encontramos a lo largo de toda la obra de Thomas Bernhard y, sin duda, tienen su origen —aunque con matices— en las propias experiencias del escritor. Especialmente lo referido a la familia como destructora de la individualidad, como medio hostil donde la persona no puede desarrollar sus capacidades, o puede hacerlo solo a costa de una enorme lucha que lo agota.
El agotamiento es otro de los argumentos que, como una veta, recorre el grueso de la creación bernardhiana. La lucha contra lo externo, contra las ideas burdas y preconcebidas de la sociedad (de la que la familia es representante), cansa tanto que cualquier expresión del yo, como pudiera serlo un trabajo intelectual, resulta de todo punto imposible. Ese agotamiento, unido a una enfermedad que le obliga a ingerir grandes dosis de medicamentos, es el que aqueja a Rudolf.
Por ello, y convencido de que un cambio de aires resultará beneficioso para enfrentarse con la obra sobre Mendelssohn, en cuya preparación ha invertido años, emprende un viaje a Mallorca. Allí, Rudolf rememora los sucesos que acontecieron en su última estancia en la isla, cuando conoció a una joven alemana cuyo marido había muerto en circunstancias trágicas mientras disfrutaban de unas vacaciones. El recuerdo de ese encuentro y de esa mujer, cuya vida juzga perdida, tal vez incluso antes de quedar viuda, marcará su estancia en la isla.
Es la historia de Anna Härdtl un rasgo peculiar de Hormigón, pues aparta el foco del personaje principal, con las características netamente bernhardianas que ya se han apuntado, para centrarlo en un personaje secundario y que, en principio, poco tiene que ver con la vida del protagonista. Sin embargo, aunque de otra forma, Anna Härdtl es también ejemplo de una persona aislada, sola, enfrentada al medio social al que pertenece; si bien en su caso ese aislamiento es fruto en parte de su viudedad y de las condiciones que rodearon la misma. Pero en Anna no existe esa fiera determinación a resistir, a no doblegarse, a convertir la propia existencia en la denuncia de la banalidad de la mayoría que sí encontramos en Rudolf y en el resto de personajes de Bernhard.
En estos tiempos de zafiedad generalizada, donde la vulgaridad rampante triunfa en todos los medios y estratos, es tal vez más necesario que nunca leer a Thomas Bernhard. Su acerada capacidad de observación desveló con desconsoladora exactitud la pobreza mental imperante y reveló como antídoto los únicos remedios del aislamiento o la locura (o ambos). Qué mejor que aislarse del mundanal ruido con un excelente libro.
Más de Thomas Bernhard:
- Amras
- La calera
- Los comebarato
- Corrección
- Goethe se muere
- Helada
- El imitador de voces
- Maestros Antiguos
- Relatos
- Relatos autobiográficos
- Tala
- Trastorno
Totalmente de acuerdo en lo de adictivo.
Empecé con El origen y de ahí seguí a la trilogía. Gracias Sra Castro por recordar a este autor.
Begoña
en mi opinion thomas bernard es un escritor algo fuera de lo comun y muy original en su epoca.