Si Vinieron como golondrinas era una obra intimista y sutil, en Adiós, hasta mañana William Maxwell tomo coma punto de partida un suceso absolutamente trivial para dar rienda suelta a una narración en forma de recuerdos (o viceversa). Echando mano de sus vivencias y de la interpretación que se hace de éstas cuando ha transcurrido un tiempo suficiente, el autor construye un texto que se apoya en la memoria para presentar una historia delicada que habla sobre el amor, la amistad, el sacrificio y la culpa. Elementos, como se puede ver, objeto de estudio por parte de la literatura desde el principio de los tiempos, aunque Maxwell lo aborda desde la óptica del tiempo como moldeador de nuestra percepción de las cosas.
Adiós, hasta mañana cuenta la relación que el autor tuvo de pequeño con otro chico de su edad, Cletus, cuyo padre fue detenido por el homicidio de un vecino en un pequeño pueblo de Illinois durante los años veinte del siglo pasado. El trasunto de Maxwell recuerda sus encuentros con el otro niño y la ruptura de su amistad a raíz de aquellos sucesos, que evidentemente conmocionaron a la reducida comunidad en la que ambos vivían. Un tiempo después se volverían a encontrar en Chicago, pero el narrador evitaría cualquier contacto con Cletus, convencido de que el chaval tenía sobre su cabeza un poso de culpa y vergüenza con el que no quería tener ninguna relación. Solo transcurridos casi cincuenta años de aquello, ya como un adulto maduro, se permite visitar de nuevo sus recuerdos para, a través de esa introspección, arrojar algo de luz sobre lo que ocurrió.
La novela, muy breve, se puede separar en dos partes bien diferenciadas: en primer lugar, el preámbulo en el que el narrador expone su relación con el muchacho y lo que significó para él el suceso, al tiempo que se cuestiona el juicio que se formó entonces; en segundo, la narración —más convencional y lineal— de lo que ocurrió entre aquellas dos familias y que desembocó en tragedia. Quizá el demérito que se le puede achacar a la obra es justamente este: el que la introducción a la historia y la trama en sí no están tan cohesionados como cabría esperar. Ambas partes tienen todo en común, pero, sin embargo, no encajan con suavidad y hay un salto evidente entre la primera y la segunda. Aunque los recuerdos del narrador sean el desencadenante de la obra, su prólogo parece extemporáneo y distrae al lector, más que situarlo en la historia.
Dejando aparte este detalle, lo cierto es que la sensibilidad que rebosa la trama principal de Adiós, hasta mañana es impactante. La relación entre las familias de los Wilson y los Smith, entre Lloyd, la víctima, y Clarence, el asesino, se desarrolla con una sutileza que va desvelando a base de detalles los lazos que les unían y cómo se fueron desgastando con los sucesivos secretos, engaños y traiciones. El amor y la amistad se revelan como elementos capitales en unos personajes que, más allá de sus diferencias, son presa de unas pasiones irreconciliables y poderosas; sentimientos que Maxwell disecciona con una elegancia y continencia soberbias. En este sentido, el estilo del autor contribuye (si es que no es el eje) a crear una atmósfera de detallismo en la que el lector es testigo de lo que ocurre con sutiles revelaciones, pequeños instantes que arrojan fugaces destellos que apenas iluminan una emoción, un deseo o una decisión.
En pocas palabras, podemos decir que Adiós, hasta mañana es una novela que se detiene en las sutilezas de algunos sentimientos que no por comunes son comprensibles. Maxwell consigue con un estilo sobrio exponer los entresijos de esas emociones con elegancia, belleza y profundidad; que no es poco.
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