Bernardo Hermes (El alma rota de Dios) – Juan de Luna

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Bernardo Hermes (El alma rota de Dios) - Juan de LunaEsta novela transita por un camino espinoso y poco frecuentado en la narrativa de ficción contemporánea: la necesidad de enfrentarse a nuestro modo de vida y destruir aquello que, entre todos, hemos constituido como una sociedad inamovible e impermeable a cualquier cambio. La peripecia mesiánica y delirante de Bernardo Hermes, el protagonista, no es sino el periplo vertiginoso de un hombre que se siente incómodo con la vida que lleva y trata de buscar algo más; ese «algo» es la trascendencia, la comprensión quizá mística de su verdadero ser. Su alocada aventura, remedo moderno del relato bíblico, sólo termina con su sacrificio en aras de una humanidad mejor.

Este primer párrafo puede sugerir la idea de una novela comprometida, inquieta e inconformista. «Bernardo Hermes», en efecto, es un libro que remueve algunas creencias y se opone (en ocasiones de forma velada; otras, sin tapujos ni disfraces) a determinados hechos que parecieran inalterables. En concreto, arremete a lo largo de todas sus páginas contra lo que el narrador denomina «el Emisor», es decir, la televisión; de hecho, Bernardo acaba por descubrir la perversidad que encierra ese mensaje continuo y elaborado que nos somete, nos embelesa y nos domina, enfrentándose a Él en su batalla final.

Sin embargo, esta novela también participa de unos tópicos muy evidentes: la manipulación a la que el ser humano está sujeto, por ejemplo; Hermes descubre su fragilidad y dependencia de todo tipo de productos, al más puro estilo «American Psycho» (con enumeraciones de marcas incluidas). También está presenta la sempiterna bajada a los infiernos del protagonista (no muy lejano eco de «El club de la lucha»), que abandona su estilo de vida lujoso para terminar mendigando por callejones oscuros de su ciudad; moraleja: es necesario perderlo todo para encontrarse a uno mismo. Mensajes una y mil veces escuchados.

Pero «Bernardo Hermes», con sus clichés y sus homenajes más o menos velados, es por sí misma una novela refrescante y valiente que merece la pena leer. Refrescante porque su apócrifo autor ha sabido contar la historia con un estilo frenético, vertiginoso y extático; las visiones de Bernardo son místicas y, al mismo tiempo, jocosas. Sus devaneos en la cumbre de los edificios urbanos están narrados con un tono profético, casi enajenado, como si estuviésemos ante un nuevo libro sagrado que inaugurase una nueva religión. Por otro lado, es éste un libro valiente porque planta cara a nuestros convencimientos, a nuestras suposiciones y a nuestros estereotipos; personalmente, creo que es algo necesario, algo que la literatura está obligada a hacer, y que no siempre se hace con convicción. Puede que Juan de Luna tropiece con algunos lugares comunes literarios y a veces cargue las tintas con su prosa mesiánica y vociferante; a cambio, su novela nos abofetea con una verdad indiscutible. Una verdad que, por desgracia, necesita ser declamada cientos de veces; necesita ser expresada de un millón de maneras diferentes, porque el fragor de nuestra sociedad, a través del murmullo eviterno de nuestros televisores, todo lo acalla.

Era la misma mecánica, los hombres obedeciendo a la publicidad, llenando las horas de diversión en los lugares designados para la diversión. La realidad nuevamente fabricada por el mercado a través de los medios. El hombre preso, regularizado, dictado hasta en sus horas libres, luz presa. La publicidad no sólo les decía cómo debían vivir durante la semana, durante la porción de vida debida al sistema, sino que además les decía cómo debían llenar su tiempo libre, su tiempo privado, a qué horas y en qué lugares. Esclavos, esclavos todos.

«Bernardo Hermes» es una historia sencilla, en realidad, que encierra unas implicaciones algo más complejas. Creo que es un libro que provoca, que incita a la reflexión desde la ficción más imaginativa, que hace preguntas y no plantea respuestas; todo ello, claro está, puede resultar algo incómodo, algo incomprensible. La novela no proporciona soluciones, pero se arriesga en el fondo de su concepción, y ese riesgo se hace patente a lo largo de sus páginas. Puede que considerándolo literariamente no sea una obra maestra, que presente fallos y caiga en situaciones manidas: supongo que cada libro no puede ser una obra maestra ni sentar precedentes. Lo que sí se puede esperar de un libro es que nos interpele, que nos pregunte, que nos cuestione. «Bernardo Hermes» lo hace.

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