El arte de conversar – Oscar Wilde

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El arte de conversar - Oscar WildeCuando se lee a Oscar Wilde pueden ocurrir dos cosas (y, de hecho, suelen acaecer ambas): que uno tenga la sensación de que todo lo que se le está contando es insustancial y que se está divirtiendo enormemente. En «El arte de conversar» confluyen estas dos impresiones todo el tiempo, ya que las narraciones que componen el libro son, en su mayor parte, improvisaciones que el inglés elaboró para divertimento de sus amistades durante sus reuniones; algunas son fantasías satíricas, otras son el germen de lo que posteriormente serían algunos de sus más conocidos relatos breves, y las más son meras ocurrencias imaginativas.

Estas últimas, como es lógico, no pasan de ser frivolidades que poco aportan a la obra de Wilde; así ocurre, por ejemplo, con ‘El poeta’ o ‘El espejo de Narciso’ (invenciones que el inglés contó a André Gide durante sus últimos tiempos en París). Las segundas tienen un mero interés histórico para los filólogos o los estudiosos de su obra, pero dan para poco más (‘La rosa de la infanta’, ‘El maestro’). Son las primeras las que dan a este libro un toque original y proporcionan diversión para los que gustan del ingenio de este escritor: ‘Presencia de ánimo’, por ejemplo, es una clara muestra del talento de Wilde para las historias ácidas e irreverentes; también ‘La ilusión del libre albedrío’ podría adscribirse a esta categoría. ‘El ojo de vidrio’, por otra parte, se inscribe en esa temática más sentimental que deja entrever al Wilde más sensible, al estilo de ‘El Príncipe Feliz’. Más cínica, en la mejor tradición de su faceta cáustica, es ‘La tentación del ermitaño’, una breve muestra del gran conocimiento del alma humana que poseía el inglés.

Tras estas veintisiete historias, «El arte de conversar» incluye una selección de citas extraídas de las obras de Wilde y clasificadas mediante un criterio temático. Tenemos citas referentes a las mujeres, al arte, a la música, al amor, a la política, al trabajo y, por supuesto, a la literatura, entre otras muchas. De todos es sabido que el inglés tenía una facilidad pasmosa para la ocurrencia ingeniosa, el wit, y que sus cuentos y piezas de teatro están preñados de esas agudezas. Vayan algunas aquí como muestra:

Vivir es la cosa más rara del mundo. La mayoría de la gente sólo existe.
Cualquiera puede escribir una novela de tres volúmenes sólo hace falta una absoluta ignorancia de la vida y de la literatura.
Hay que estar enamorado siempre; por eso no hay que casarse nunca.
Alguna vez se depositaron grandes esperanzas en la democracia, pero la democracia significa sencillamente la opresión de la gente por la gente y para la gente.
Es absurdo hablar de la ignorancia de la juventud. Las únicas opiniones que escucho ahora con cierto respeto provienen de gente mucho más joven que yo; parece que me llevan la delantera.

En general, no hay en estas historias una enjundia suficiente como para aportar algo sustancial a la obra de Oscar Wilde. Como improvisaciones, o frivolidades, tienen un valor relativo, y al lector común pueden arrancarle una carcajada ocasional, pero poco más. Quizá su mayor atractivo estribe en la constatación del talento de Wilde para la sátira y las ingeniosidades; algo que, por lo demás, demuestra con mayor frescura en sus obras de teatro, sin ir más lejos. «El arte de conversar» no pasa, pues, de ser un libro curioso y singular, de interés para los fieles seguidores de Wilde. Para los demás, se queda en mera anécdota.

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