Las nueve historias que componen El intérprete del dolor se mueven en entornos «domésticos»; escenarios íntimos en los que el conflicto se desata merced a detalles aparentemente inocuos, pero que revelan facetas de los protagonistas que, a veces, ni ellos mismos comprenden (o aceptan). La escritora Jhumpa Lahiri cosechó un gran éxito de crítica con el que fue su primer libro, que ahora reedita Salamandra para disfrute de los amantes del relato. Y no es para menos, ya que las historias reunidas son un muestrario de los sutiles problemas a las que unos personajes desubicados, tanto en lo personal como en lo geográfico. Aunque la escritora no incida demasiado en las diferencias culturales entre India y Estados Unidos, lo cierto es que las peculiaridades sociales o las costumbres de los diferentes personajes suelen ser las que desencadenan los problemas que sirven de base a los distintos relatos.
Lahiri toma como personajes centrales, casi siempre, a emigrantes indios afincados en Estados Unidos; algunos con una mayor raigambre en su tierra de adopción y otros recién llegados que aún tratan de adaptarse al ritmo de una sociedad que, en ciertos aspectos, es opuesta a aquella que dejaron atrás. A esas diferencias se añaden los verdaderos causantes de los conflictos, que suelen ser dos: la búsqueda de la felicidad individual y la incomprensión hacia las actitudes de los demás. Esa suma genera un cóctel de historias que retratan las vidas tranquilas de unos hombres y mujeres que sólo tratan de comprender qué quieren, o bien qué quieren aquellos a los que aman.
La sutileza de la autora para plasmar ese proceso de conocimiento es prodigiosa. La extrañeza ante el proceder de otros, la lucha por la afirmación personal o la aceptación de una pérdida se narran mediante una prosa clara y precisa, pero muy reveladora; es difícil no pensar en Carver, pero el estilo de Lahiri es más incisivo y emocional. Incluso en tramas tan asépticas como la de «El tercer y último continente» —relato en el que el protagonista rememora sus primeros meses en Estados Unidos en los años 60 después de llegar de India— podemos encontrar un sentimiento difícil de rastrear en mucha de la narrativa breve de los años 90 y la primera década de este siglo. Jhumpa Lahiri hace gala de un estilo conciso, pero capaz de revelar detalles enterrados con una pasión que se traslada al lector: las emociones son sutiles, ciertamente, pero su impacto es demoledor, tanto para los personajes como para el que lee.
En todos los relatos podemos observar las vidas tranquilas de hombres y mujeres que encuentran algún obstáculo en detalles insignificantes: un guía turístico que se replantea su futuro después de transportar a una pareja que parece despreciarse; un recién casado que comienza a conocer de verdad el carácter de su esposa… Será un mínimo acontecimiento, un suceso trivial, lo que provoque un cambio en ellos y constituya la base de la historia; Lahiri plasma con delicadeza ese momento mediante su escritura sutil. Las relaciones humanas se abordan así con una profundidad cargada de emoción y humanidad: la aparente mundanidad de los conflictos que se nos presentan esconde algunas lecciones de psicología de una enjundia extraordinaria.
El intérprete del dolor es, en suma, una colección de relatos de extraordinaria viveza y emotividad. Las emociones tan límpidas que Lahiri es capaz de transmitir, unidas a un estilo que logra llegar hasta el lector a través de una prosa de aparente desnudez, hacen que cada una de estas historias brillen con luz propia. Incluso para los que no son amantes de los relatos de corte minimalista (y el que suscribe se incluye), este libro resulta una lectura apasionante, sincera y llena de matices.