El Libro de las cosas nunca vistas – Michel Faber

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El Libro de las cosas nunca vistas - Michel Faber

Aunque El Libro de las cosas nunca vistas es una novela más que interesante, lo cierto es que Michel Faber peca de una excesiva ambición en cuanto al propósito de la obra. Extensa y prolija, propone muchos interrogantes a los que no da respuesta, cosa que no sería un demérito si no fuese porque la trama del libro se construye alrededor de todos ellos; demasiadas líneas argumentales esbozadas y demasiados acontecimientos insinuados hacen que la conclusión de la obra deje un regusto a ostentación, a envoltorio sin nada en su interior.

El Libro de las cosas nunca vistas cuenta la experiencia de un pastor católico, Peter Leigh, al viajar a un planeta recién descubierto para ejercer una labor evangelizadora con los habitantes del nuevo mundo, al que se ha dado en llamar Oasis. Una compañía privada, la USIC, se encarga de la colonización y estudio de ese planeta con una misión compuesta por unas docenas de geólogos, médicos, ingenieros y mecánicos; el papel de Peter parece extraño al principio, pero pronto se da cuenta de que la cooperación de los nativos es vital para la subsistencia de la colonia humana. La separación de su mujer, Bea, su mayor apoyo tanto en su labor pastoral como en su vida privada, afecta profundamente al protagonista al comienzo de su aventura; sin embargo, pronto descubre que la frialdad de sus compañeros de misión es contagiosa y la Tierra se torna un lugar casi tan fantástico como las expectativas que tenía antes de viajar a Oasis.

Planteada como una obra de ciencia ficción, en realidad la novela parece hacer hincapié en dos hechos: la importancia del autoconocimiento como factor definitorio de nosotros mismos y el poder de la comunicación para moldear nuestras vidas. Así se infiere del papel crucial que juegan los mensajes que se cruzan Peter y Bea durante toda la obra: las palabras no son solo elementos que transmiten información, sino las herramientas que construyen nuestra personalidad, nuestro ser. No solo eso, sino que también pueden constituir un peligro, ya que no siempre aportan los datos que queremos: el amor entre Peter y Bea sufre cuando ninguno de los dos es capaz de poner por escrito (ya que se comunican mediante textos enviados cual correos electrónicos) sus sentimientos más profundos.

En el caso del protagonista, su torpeza para comunicarse con su esposa es fruto de un alejamiento: de ella, por supuesto, tanto física como sentimentalmente; pero también de sí mismo, ya que supedita su propia personalidad a su labor como pastor. Los oasianos, criaturas bondadosas y trabajadoras, representan nuestra faceta más sensible; la que no se repone de las heridas y el dolor, pero que aun así continúa su periplo vital. La amabilidad de estos nativos contrasta con la inhumana actitud de los integrantes de la misión de la USIC, que, precisamente en un momento en el que deberían aferrarse a su humanidad, se olvidan de todo aquello que les hermana.

La ambición temática de El Libro de las cosas nunca vistas es admirable, pero su desarrollo narrativo no lo es tanto. Las cuestiones generales se intuyen desde el comienzo, y la sutileza estilística de Faber consigue dosificar la información tanto como mantener una constante atención del lector; sin embargo, y como decíamos, la cantidad de detalles, elementos, hechos y personajes que parecen jugar un papel en la historia y que, a la postre, no tienen la más mínima importancia es excesiva. Puede que la trama en sí no sea el eje de una novela que se concibe como metáfora de otras muchas cosas, pero en tanto artefacto narrativo su fragilidad interna y su abuso del señuelo hacen que la impresión final sea decepcionante.

Hay muchos detalles interesantes en la obra: el resquebrajamiento de la relación sentimental entre Peter y Bea; la situación psicológica a la que se ven abocados los colonos en el nuevo planeta; la extraña, pero tierna, forma de conducirse de los oasianos nativos… Sin embargo, la manera en que el autor conduce la historia hace que todo ello quede tan solo esbozado, sin ofrecer la posibilidad de extraer conclusiones propias. Como decíamos, El Libro de las cosas nunca vistas es una novela inteligente, con momentos brillantes, pero fallida en conjunto por su ambición malograda y su falta de coherencia.

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