El manifiesto comunista fue publicado por vez primera en Londres en 1848. Obviamente, y como se puede deducir por su título, el libro es un manifiesto publicado a raíz del segundo congreso organizado por la Liga Comunista; es decir, que funciona como programa político a raíz de las discusiones que se mantuvieron durante aquel encuentro. No obstante, la obra es un análisis inteligente y perceptivo de la sociedad capitalista que emergía con fuerza en la segunda mitad del siglo XIX, por lo que su importancia trasciende el mero panfleto. Además, el paso del tiempo y los acontecimientos actuales nos muestra que muchos de los puntos que se tratan en el texto son tan vigentes hoy día como entonces.
Dividido en cuatro partes, las dos primeras («Burgueses y proletarios» y «Proletarios y comunistas») son las más enjundiosas en cuanto a teoría e ideas; ejemplarizante es el inicio de la obra: «La historia de todas las sociedades anteriores a la nuestra es la historia de luchas de clases.» El análisis del surgimiento de una burguesía que sustituye a la nobleza como clase dominante propicia la aparición de una sociedad polarizada: una minoría controla los instrumentos de producción mientras que una mayoría es explotada en cierta forma para continuar con los ciclos productivos. Esto nos lleva a la aparición sistemática de crisis comerciales, que no son sino ciclos de sobreproducción que desestabilizan el sistema capitalista (lo que en los últimos años hemos conocido como «burbujas»). Es interesante la tesis que Marx y Engels ofrecen sobre ellas:
Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para abarcar la riqueza por ellas generada. ¿Cómo supera la burguesía las crisis? Por una parte, mediante la destrucción forzada de una masa de fuerzas productivas; por otra, mediante la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de mercados viejos. ¿Cómo, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y reduciendo los medios para prevenir las crisis.
Para los autores, la única consecuencia positiva de este sistema es la aparición de una conciencia de clase por parte del proletariado y una inevitable (pensaban) caída de la burguesía, ya que «viene, pues, a mostrarse claramente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a esta, como ley reguladora, las condiciones de vida de su clase. No es capaz de dominar porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro de su esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que alimentarlo en lugar de ser alimentada por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominio, esto es, su vida ya no resulta compatible con la sociedad.»
En la segunda parte, «Proletarios y comunistas», los autores intentan fijar unos objetivos al manifiesto en cuanto texto político. Así, afirman, «el objetivo inmediato de los comunistas es […] la constitución del proletariado como clase, el derrocamiento del dominio de la burguesía y la conquista del poder político por parte del proletariado.» Como objetivo último el partido comunista se fija la abolición de la propiedad privada; haciéndose eco de los prejuicios que esta proclamación entraña, matizan con inteligencia este enunciado:
[…] ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario crea propiedad para este? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede multiplicarse sino a condición de producir nuevo trabajo asalariado, para explotarlo a su vez de nuevo. En su forma actual, la propiedad se mueve en la contradicción entre el capital y el trabajo asalariado. […]
El capital es un producto comunitario y solo puede ser puesto en movimiento por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad […]. El capital no es, pues, una potencia personal; es una potencia social.
Por consiguiente, cuando el capital se transforma en propiedad común, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no se transforma propiedad personal en social. Solo cambia el carácter social de la propiedad. Pierde su carácter de clase.
Hacia el final de esta segunda parte se enumera un decálogo de propuestas para poner en marcha el comunismo en los distintos países, entre las que se encuentran unos fuertes impuestos progresivos, la creación de un banco nacional con capital estatal, el trabajo obligatorio para todos o la educación universal pública y gratuita. Como vemos, algunas de estas ideas prácticamente jamás se han llegado a poner en marcha, mientras que otras han quedado arrumbadas por el auge, durante todo el siglo XX, de un capitalismo neoliberal feroz.
El manifiesto comunista es más que un mero panfleto político: es un texto lúcido que penetra en el tejido social para descubrir realmente cómo funcionan las cosas. A pesar de cumplir ya más de 150 años de su publicación, casi todas sus tesis son hoy aplicables a un análisis de la realidad. Ojalá algunas de sus soluciones también pudieran aplicarse…
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