El trino del diablo – Enrique Álvarez

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El trino del diablo - Enrique ÁlvarezEnrique Álvarez es uno de esos escritores ‘mínimos’, desconocidos para un gran público y que, desde el anonimato más laborioso, fragua una obra personal y cuidada. Dedicado, sobre todo, a la narración breve, esta edición de Menoscuarto reúne diecinueve relatos entresacados de sus libros anteriores, más uno inédito escrito para la ocasión.

En general, estos cuentos, como quizá se pueda intuir ya por el título del libro, están teñidos de cierto aire misterioso, incluso algunos (‘El cadáver de alabastro’, ‘La música’) podrían encuadrarse dentro del género de terror. La técnica de Álvarez es depurada, clásica, no adscrita a tendencia o moda ningunas y, como consecuencia de ello, las piezas de esta colección no supondrían sorpresa para el lector. Bebiendo de fuentes como Poe, Maupassant o Bierce, el escritor español fragua una serie de relatos cuyo funcionamiento interno es casi perfecto, preciso: planteamientos, nudos y desenlaces de manual, intensidad creciente a lo largo de las páginas, vueltas de tuerca más o menos inesperadas, personajes de personalidades extravagantes, desquiciadas o misteriosas, situaciones fantásticas y sugerentes…

Y, sin embargo, algo falla. Puede que los mecanismos de los relatos están cuidadísimos, que lo están, y la resolución de los conflictos planteados sea convincente, pero siempre, después de leer un par de relatos, tiene uno la sensación de que le falta intensidad. La repetición de esquemas a la que aludía antes no ayuda a crear expectación, evidentemente, sino que contribuye a despertar el efecto contrario, privando a los relatos de suspense y convirtiendo algunos finales en obvios. La actuación de los personajes es, en ocasiones, previsible, no tanto per se, sino por la atmósfera que Álvarez recrea una y otra vez, minando la capacidad de sorpresa del lector.

Aun con todo, algunos de los relatos son piezas excelentes, como ‘Kiril Davídovich’, un alegato bellísimo sobre el peligro del éxito y la necesidad de ayuda; o ‘Pequeño mal’, un cuento excelente en el que la malignidad (que tan presente está en el libro) se infiltra en lo cotidiano con una facilidad apabullante. Como decía más arriba, el estilo de Enrique Álvarez no se encuadra dentro de ninguna corriente, por lo que algunos relatos están dotados de una suerte de ‘atemporalidad’ que favorece el efecto de tensión que casi todos persiguen.

Para los amantes del misterio y el suspense, este libro será una buena opción para dilapidar un tiempo de ocio; los demás, me temo, no encontrarán nada demasiado interesante entre sus páginas.

4 COMENTARIOS

  1. Merece la pena enterarse de esto que acabo de recibir de «El heraldo de Aragón». De nos ser pertinente o bien excesivo, le ruego a los moderadores que actúen oportunamente. Gracias

    Daniel Moyano, el oscuro olvidado del «boom»

    Está a punto de reeditarse en Aragón una obra de un autor argentino considerado genial por maestros como Julio Cortázar o Juan Gelman. En 1968, García Márquez le obligó a cambiar el título de su primera novela, en una trifulca semihumorística que labró su leyenda

    SERGIO DEL MOLINO. Zaragoza

    Julio Cortázar dijo de uno de sus libros: «Es la novela que me habría gustado escribir a mi»; el poeta Juan Gelman proclamó que su obra era «música escrita con palabras», y Augusto Roa Bastos celebró su estilo como el más pulcro y medido de la lengua española. Fue querido y admirado por los más grandes escritores de la generación del ‘boom’ latinoamericano, pero murió sin pena ni gloria en Madrid, en un exilio de su Argentina natal (prolongado voluntariamente), muy lejos de los fastos de la farándula literaria. Hoy, sus agotadísimas novelas y cuentos son rarezas, objetos de deseo de cuatro impenitentes y apasionados lectores.

    Daniel Moyano (Buenos Aires, 1930-Madrid, 1992), nombre de culto arrumbado en los desvanes de la historia literaria, pronto dejará atrás su ingrato olvido. La editorial aragonesa Tropo reeditará en noviembre uno de los libros más queridos por su menguada corte de fanáticos, «El trino del diablo», con prólogo de Mario Benedetti, y un congreso de hispanistas que se celebrará a partir del 21 de octubre en la ciudad francesa de Poitiers pondrá al día todo lo que se sabe sobre su vida y su obra en un homenaje que conmemora los cuarenta años de la edición de una de sus novelas mayores, «El oscuro».

    En realidad, esa obra no debería haberse llamado «El oscuro». El título original era «El coronel oscuro», y como tal presentó el manuscrito al primer premio de la editorial Sudamericana, convocado en 1968. Y así lo ganó. Pero uno de los miembros del jurado, de nombre Gabriel García Márquez, puso una condición inexcusable para otorgar el premio a Moyano: que quitara la palabra «coronel» del título.

    Entre bromas y veras

    Así lo recuerda hoy su hijo, el músico Ricardo Moyano: «El jurado estaba compuesto por Augusto Roa Bastos, Leopoldo Marechal y Gabriel García Márquez. Roa Bastos se inhibió en la votación porque ya conocía a mi padre y reconoció su estilo, pero sus dos compañeros coincidieron con él en que era la mejor novela de todas las presentadas, y le dieron el premio. Sin embargo, cuando mi padre fue a Buenos Aires a recogerlo, una noche, entre bromas y veras, García Márquez le dijo que tenía que quitar la palabra ‘coronel’, porque los coroneles literarios eran propiedad suya (por ‘El coronel no tiene quien le escriba’). Entonces, Gabo todavía no era el gran Gabo, pero ya imponía, y mi padre le hizo caso. Hubo presión, pero la verdad es que, estéticamente, ‘El oscuro’ es un título mucho mejor. En realidad, le hizo un favor».

    A Ricardo todavía le tiembla la voz cuando evoca a su padre, y la rabia asoma cuando ahonda en el olvido injusto que vive su obra: «Mirá vos si es normal que ‘El trino del diablo’ se pueda leer en turco, en francés y en inglés, pero sea inencontrable en español, la lengua en que fue escrito». Así era hasta ahora, cuando está a punto de ver la luz en una cuidada edición zaragozana con portada del prestigioso ilustrador Óscar Sanmartín.

    Por edad, Moyano podría haberse integrado en la parte más joven de la llamada generación del ‘boom’ latinoamericano, comandada por Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Fuentes y otros. De hecho, fue leído y admirado por casi todos ellos, cuyas casas frecuentó en Buenos Aires, Madrid y París, pero todo se le puso en contra.

    Con «El oscuro», en 1968, parecía que su carrera literaria echaba a andar al fin por sendas internacionales, después de ocho años de publicar cuentos y de labrarse un discreto nombre en los cenáculos argentinos. Se instaló en Buenos Aires y obtuvo cierto reconocimiento con sus obras posteriores, «El estuche del cocodrilo» y la que ahora se reedita, «El trino del diablo». Esta última, aparecida por primera vez en 1974, tiene cierto aire de presagio de lo que estaba a punto de pasar en el Cono Sur, con el golpe de Estado que se produciría en Argentina en 1976.

    Recomendaciones

    La dictadura militar le lanzó al exilio, justo cuando empezaba a afianzar su carrera y accedía a una cierta seguridad económica. «Ernesto Sábato le escribió una carta de recomendación para los editores españoles -recuerda su hijo-, y Cortázar le mandó otra desde París. Pero de nada sirvieron».

    Perdido en el Madrid posfranquista de 1976, sin apenas dinero y con una familia que alimentar, Moyano se convirtió en uno más de los muchos intelectuales argentinos que malvivían su exilio en la capital de España, intentando sin éxito retomar su vida donde la dejaron. Algunos, como los actores Héctor Alterio y Cristina Rota o el cineasta Rodolfo Aristarain, acabaron triunfando en su nueva patria. Moyano, no.

    «Los amigos de mi padre en España eran escritores que estaban fuera de los círculos comerciales, nombres de culto y minoritarios, como Rosa Chacel. Nunca le gustó frecuentar los ambientes de la farándula ni se hacía el simpático con gente que no le caía bien. Estaba convencido de que si el trabajo de uno valía la pena, tenía que ser apreciado por sí mismo, sin maquillajes ni hipocresías sociales. Por lo visto, se equivocaba», lamenta Ricardo.

    Sus originales fueron rechazados una y otra vez en España, mientras se acumulaban las traducciones de su obra al francés y al inglés. De hecho, el grueso de sus fans está en Francia, donde algunas de sus novelas han figurado en el plan de lecturas obligatorias de varias universidades. La muerte le alcanzó en 1992, dejando inédito un relato revelador, amargo y autobiográfico titulado «El sudaca en la corte». Con el congreso de Poitiers y el trabajo de la editorial aragonesa Tropo, sus incondicionales quieren que Moyano ocupe al fin el lugar que merece.

    http://www.heraldo.es/index.php/mod.noticias/mem.detalle/idnoticia.27779/relcategoria.308

  2. Hace bastante tiempo tuve conocimiento de este libro y recuerdo haber escrito a la editorial recordándoles de la autoría de «El trino del diablo», del escritor argentino Daniel Moyano (ediciones B, 1974). No me respondieron, tampoco tuve ocasión de leerlo, pero me resultó un despropósito la copia del título. No sé si Enrique Álvarez habrá abrevado o no en el magistral original de Moyano, pero desde aquí lo recomiendo como uno de los más grandes cuentistas argentinos injustamente relegado.

  3. Primero debo decir que el verbo fraguar es sospechoso, merecedor de lupa acrítica del tamaño del desconocimiento del narrador-presentador del libro «El trino del diablo». Una herrumbre cercana al calambre y el descuido de algunos músculos le ha dejado decir, al hacedor de cuchillos de palo, algunas naderías de la lengua, pues bien, «El trino del diablo» es una novela del escritor argentino Daniel Moyano, se te olvidó esta fuente de donde Álvarez abrevó, qué terror!

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