Esch o la anarquía – Hermann Broch

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Esch o la anarquía - Hermann BrochEn esta segunda parte de la trilogía Los sonámbulos, de Broch, tanto la trama como el estilo narrativo sufren una transformación, un proceso evolutivo sutil, pero importante. Si la primera novela estaba narrada con un cierto clasicismo y los temas que abordaba no dejaban de ser decimonónicos —aun cuando el autor los presentara desde un punto de vista crítico y diferente—, en «Esch o la anarquía» el foco está puesto sobre un protagonista moderno, un pequeño contable que aspira a medrar en la sociedad pujante y mercantilista que le rodea.

Aunque también en este libro se tocan cuestiones ya planteadas en «Pasenow o el romanticismo», tales como el enfrentamiento entre mundo rural y urbano, o alienación del individuo, el planteamiento esencial es el de la búsqueda del ideal absoluto que todo ser humano persigue y que, como es lógico, no puede consumar con éxito en la realidad. Esch, el contable, llena su mente con proyectos de proporciones desmesuradas cuya realización las circunstancias se ocupan de desbaratar; su ansiedad de plenitud (en su vida privada y en su faceta profesional) se trunca cuando se opone un mundo repleto de contradicciones y fantasmas.

Si en la primera parte el estilo, aunque sencillo y más o menos plano, ya ahondaba en cierta penetración psicológica, en «Esch o la anarquía» los procesos mentales son llevados a una nueva dimensión narrativa, una exploración intensa de la conciencia del protagonista. Su encuentro con Eduard von Bertrand, que aparece en el libro como un comerciante adinerado del que Esch pretende vengarse por una afrenta que considera injusta, es todo un prodigio literario: un diálogo ‘sonámbulo’, onírico y de profundas resonancias espirituales, donde se confrontan dos maneras de ver el mundo (Bertrand actúa en ambos libros como un arquetipo de la nueva sociedad, del hombre adaptado y sabedor de sus límites y sus posibilidades). Por supuesto, todos los proyectos de Esch fracasan una y otra vez de manera vergonzosa, e incluso su deseo último de emigrar a una América que ve como ideal de promisión se frustra debido a su compromiso con mamá Hentjen, la dueña del bar al que suele acudir y a la que se someterá para ‘adaptarse’ y saciar su sed de purificación.

Sus propias carencias, que Esch proyecta sin cesar en los que le rodean con el fin de perdonarse a sí mismo, le bloquearán la entrada a un mundo que arrasa con los valores tradicionales y que parece expulsar de sí cualquier atisbo de humanidad. Broch continúa así con la recreación de un tiempo en el que el ser humano dejó de contemplarse a sí mismo como posibilidad. La culminación de todo ello llegará, claro está, con la última novela de la trilogía, «Huguenau o el realismo».

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1 COMENTARIO

  1. Acabo de iniciar mi aproximación a Hermann Broch por “Esch o la anarquía”, segundo libro de su trilogía “Los sonámbulos”. No sé si es el orden más correcto, pero la decisión no deja de ser consecuencia del temor que despierta la obra de Broch; un amigo me la definió como la más “asimilable” de las tres y, como estos calores no aconsejan empachos intelectuales de mucho calado, me puse de lleno a la tarea.

    La digestión ha sido fácil, de lo más agradable y placentera, aunque el viaje del protagonista a Müllheim y el posterior encuentro con su anticristo particular, Eduard von Bertrand, resultaran casi irreales por su onirismo y complejidad; es justo ahí y en algunos párrafos de la parte final del libro, donde se nos permite adivinar la otra cara de Hermann Broch: su tan temida vertiente de escritor arduo y hermético.

    Con todo, “Esch o la anarquía”, me ha parecido una excelente novela, que anima a seguir profundizando, aunque con alguna precaución, en la obra de este escritor austríaco tan desconocido en general.

    Su protagonista, August Esch, me ha recordado al Franz Biberkopf de “Berlín Alexanderplatz”, ambos son personajes vencidos de antemano, insatisfechos, vacilantes, rígidos en una ansia de orden desmedida; carne de cañón, en definitiva, para la sociedad y el mundo que los rodea. Esch, convierte la idea de orden en una de las piedras angulares de su vida: “Yo quiero llegar; si uno quiere llegar, tiene que haber orden”, “Primero hay que imponer a toda la banda un orden muy severo y una rígida disciplina, es lo más importante”, “Un hombre cabal se sacrifica, porque de lo contrario no existe el orden”. Es lo mismo que, el débil Biberkopf, proclama a los cuatro vientos: “Soy partidario de la ley y el orden. Porque en el Paraíso deben imperar la Ley y el Orden, eso lo entiende cualquiera”.

    Este mismo hábito por el orden extremado aparece también en algunas obras, “La rebelión” por ejemplo, de otro autor especialista igualmente en personajes perdedores, me refiero a Joseph Roth, que formó parte del círculo de intelectuales frecuentado por Broch en la Viena de los años 1920. No deja de ser una curiosa coincidencia.

    A pesar de las similitudes, el prontuario de Esch es, no obstante, más variado y variopinto que el del bonachón Biberkopf, éste se ve arrastrado inerme por el río de maldad de Reinhold, pero aquél se rebela y reniega en su interior al tener la sensación de vivir en un mundo anárquico, “en el que nadie sabe si está a la derecha o a la izquierda, si está arriba o está abajo”, donde la injusticia se enseñorea de todo. Lástima que esa rebeldía quede constreñida generalmente a su mente, conformándose con urdir fieras venganzas que sirvan de escarmiento a los culpables y de redención al universo que lo rodea.

    Su sacrificio debe bastar para la salvación de todos, pero la abulia y las circunstancias limitarán estas aspiraciones. El compromiso con la viuda Hentjen será su única ofrenda a la expiación de los pecados del mundo, y aunque conseguirá salvar a Ilona del lanzamiento de cuchillos, ese pírrico logro le representará un engaño más, porque “el amor perfecto dentro del cual él había querido encontrar una salvación no era más que un fraude, una estafa descarada para encubrir que él aquí se movía como sucesor de X, un sucesor cualquiera del sastre, yendo de un lado para otro dentro de la jaula, como aquel que piensa en una libertad total y en la huida y solo consigue agarrarse a los barrotes”.

    Esch, se conformará con seguir contemplando las figurillas que adornan la repisa de la taberna de mamá Hentjen. Allí, la estatua de la libertad, con la luz de su antorcha, no podrá guiarlo ya a través de la niebla que borra el camino de su liberación.

    Cordiales saludos para solodelibros

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