César Aira es un narrador extravagante, fabulador de historias surrealistas que escapan de la concepción más tradicionalista de la literatura. Si es un genio o un mero zapador de la prosa, sólo el tiempo puede decirlo, pero hoy por hoy es una experiencia muy grata leer sus obras, por lo que diferente tienen respecto a… casi todo lo demás.
Amén de un escritor indefinible y difícil de catalogar, Aira es muy prolífico, habiendo publicado docenas de libros —constituidos casi todos por relatos o novelas cortas— en los últimos años. Uno leyó hace años «Cómo me hice monja» y quedó desconcertado con este autor que tergiversaba la realidad a su antojo y fabricaba historias con los retales de lo que otros utilizan para pergeñar narraciones facilonas y previsibles; siempre pensé que debía probar de nuevo, y con «Las curas milagrosas del Doctor Aira» se me presentó la oportunidad. Y lo cierto es que, aunque no entra dentro de mis preferencias, Aira es un escritor que merece la pena leer para salir de la inanidad cotidiana, para darse cuenta de que el hecho de explorar otros terrenos literarios (temas y, sobre todo, estilos) es importante para la evolución de la narrativa.
El relato que da título al libro es una imaginativa fábula acerca de un hombre, el doctor Aira, que posee el milagroso don de sanar… aunque jamás lo ha puesto en práctica. Su capacidad para realizar Curas Milagrosas se ha hecho pública y se ha extendido por todo el país, pero la realidad es que Aira nunca ha sanado a nadie, puesto que ni siquiera sabe cómo, aunque sepa que puede hacerlo. La oportunidad se le ofrece cuando unos desconocidos le solicitan que ayude a un multimillonario enfermo de cáncer; el doctor aceptará y su método para evitar la muerte del paciente pasará por la reconfiguración del mundo, por la creación de un universo diferente en el que la enfermedad del millonario, simplemente, no exista.
En ‘El tilo’ encontramos un César Aira mucho más costumbrista de lo habitual, relatando la historia de la infancia de un niño en su Coronel Pringles natal: su vida de pequeñas escaseces en una mansión alquilada, la relación con sus padres y los recuerdos que, ya adulto, le vienen a la mente paseando por las calles que recorrió de niño inventando juegos que sólo él practicaba. La situación social de su familia en la pequeña localidad, oscilando entre una felicidad cotidiana y cierta decepción por los años de gobierno peronista, marca su visión del mundo en sus primeros años; el retorno al antiguo hogar sirve a Aira como detonante de unas memorias que son más universales, más argentinas, que privadas.
Cierra el libro una narración fabulosa, y a la que me resisto a denominar «cuento» o «relato», por la cantidad de reminiscencias que despierta su lectura: ‘Fragmentos de un diario en los Alpes’. Su nombre indica a las claras lo que nos encontramos en sus páginas: extractos de un diario que un trasunto de Aira (que es casi siempre el pseudo-protagonista de sus narraciones) lleva durante su estancia en una villa de los Alpes franceses en la que está pasando una temporada como invitado de unos amigos. Si la considero la mejor creación de este libro es por la capacidad asombrosa del escritor para tejer imágenes… más que imágenes, sensaciones; sensaciones vívidas, que se introducen en uno y le convierten en otro personaje de la historia: podemos pasear con el protagonista por el jardín lleno de bonsáis, hojear los libros de Balzac que halla en la biblioteca —riquísima— de la casa, escuchar el trino de los mirlos junto a las ventanas o escuchar el silencio magnífico de los Alpes. Gracias a una capacidad de evocación única, Aira sitúa al lector en el centro mismo de esa villa privilegiada, construyendo en torno a él un universo privado e imaginativo sólo con su escritura. Y es que, como el narrador mismo apunta, «arte es la actividad mediante la cual puede reconstruirse el mundo, cuando el mundo ha desaparecido». En este caso concreto el mundo no ha desaparecido, pero el escritor nos transporta con la sola fuerza de sus palabras a otro plano distinto, donde los cuadros, los libros, los peluches y las casas de muñecas constituyen un todo autorreferencial, que basta al narrador para tejer sus historias… y hasta su vida.
Sólo por este último relato merece la pena leer a César Aira. ‘Las curas milagrosas…’ es imaginativo y algo agridulce, y ‘El tilo’ cae tal vez en una seriedad demasiado solemne; sin embargo, ‘Fragmentos de un diario en los Alpes’ tiene una capacidad de evocación sin par: puede reconciliarle a una con esa literatura que soñaba de niño, en la que las imágenes, los juegos y los deseos se mezclaban a partes iguales. Como dije arriba, Aira no entra dentro de mis escritores favoritos, pero cualquier autor capaz de despertar sentimientos similares a los descritos es muy digno de ser leído. Habrá más libros suyos por aquí, no lo duden.