La llamada economía colaborativa es un fenómeno que, si bien es relativamente antiguo, parece haber explotado en los últimos años con la aparición de empresas que la ostentan como bandera de su actividad. Tom Slee ha escarbado en las páginas de Lo tuyo es mío en los entresijos de las actividades de algunas de estas empresas para mostrar cómo emplean las prácticas habituales de una economía liberal amparándose en los mensajes de sostenibilidad, progreso y comunidad.
Como síntesis inicial el autor afirma que los nuevos mercados de la economía colaborativa crean unas formas de consumo que abusan de los individuos tanto o más que las economías tradicionales. Como casos de estudio, Slee toma las referencias de las dos grandes compañías que se autodenominan «colaborativas»: Airbnb y Uber.
En ambos casos el autor expone la falta de conexión y coherencia entre los principios que ambas empresas dicen representar y el uso real de esos servicios (y sus consecuencias). En el caso de Airbnb, por ejemplo, lo que se postulaba en origen como un servicio para compartir alojamiento de forma directa y barata ha devenido en un negocio de alquiler en toda regla, pero que sortea muchos de los preceptos legales de los lugares donde opera (véase los conflictos con autoridades de ciudades repartidas en todo el mundo). Slee sostiene que el objetivo de una empresa como Airbnb es aprovecharse de los espacios vacíos en las legislaciones para aumentar su escala y obtener beneficios. Las normativas municipales sobre alquileres, por ejemplo, ofrecen ciertas zonas grises que se espera que puedan solventarse con la observancia de las normas por parte de los ciudadanos; en el momento en el que una tercera parte convierte esas zonas grises en objeto de consumo y beneficio, las normas empiezan a romperse.
Otro tanto sucede con Uber, que ha convertido el transporte colaborativo en una lucrativa fuente de ingresos… para sus accionistas. Como empresa, Uber suele eludir los costes que representan los seguros, algunos impuestos o las inspecciones mecánicas; en palabras del autor, «el éxito de Uber se deriva de su funcionamiento parasitario».
Slee se fija también en algunas otras compañías que dicen ofrecer servicios colaborativos en ámbitos como los recados informales, la limpieza del hogar o los trabajos domésticos. En todos ellos encontramos un patrón repetitivo: la empresa suele contratar por sueldos bajos a empleados sobre los que no ejerce ninguna tutela y de cuyos trabajos obtiene unos pingües beneficios. Si a esto le añadimos que muchas de estas compañías cuentan con inyecciones de capital exorbitantes procedentes de fondos de inversión tecnológicos y business angels, el resultado es una feroz competencia que recuerda a cualquier otra empresa del modelo clásico neoliberal.
Tom Slee afirma que existe una serie de contradicciones inherentes en la relación entre los bienes comunes y el comercio, que él condensa en tres: alienación, erosión y distorsión. La primera ocurre cuando se privilegia a unos usuarios frente a otros, o unos pocos alcanzan un beneficio frente al trabajo del resto; la erosión se da cuando el capital daña los bienes de los que quiere sacar partido, normalmente por intereses diversos entre quienes velan por esos bienes comunes y quienes comercian con ellos; finalmente, la distorsión se produce en el momento en el que la naturaleza del bien común se modifica con el proceso de mercantilización.
Como resumen del libro, y en la línea de lo que Evgeny Morozov expone en La locura del solucionismo tecnológico, Slee afirma que «no se trata de que la tecnología sea buena o mala, sino de que no es una respuesta a complejas cuestiones sociales». Una conclusión que no por evidente deja de ser candente.